Una derrota de la civilización

Por Carlos Rodriguez San Martín
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Afganistán, taliban

Una guerra es una guerra, otra guerra es una guerra más. La retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán (2021) ha recordado la retirada de las tropas estadounidenses de Saigón (1975). El fracaso de una guerra y una nueva guerra acude como fantasma en la sociedad estadounidense por varias consideraciones de orden humanitario y económico: el multimillonario gasto militar que implica construir un terreno de control en otro territorio; el temor de que el enemigo fundamentalista religioso está fortalecido; las vidas perdidas de la población civil y la destrucción de la civilización. Vietnam consumó la vida de más 50 000 soldados norteamericanos en la plenitud de su juventud y muchos, una cantidad similar, quedó lisiada de por vida y, otro tanto, trastornada por el consumo de drogas y alcohol para salvar el honor perdido.
Aunque hayan transcurrido 55 años desde la retira de las tropas estadounidenses de Saigón, las imágenes envolventes son muy parecidas. En Vietnam las tropas estadunidenses emplearon napalm y agentes químicos para diezmar al enemigo comunista. En esa guerra ya se utilizaban bombas dirigidas y rayos ultravioletas para alumbrar la oscuridad de la noche y bombardear poblaciones enteras del Vietnam del Norte.
Esas imágenes perturbaron por años en la retina del mundo y volvieron a usarse perfeccionadas en las guerras que vendrían después. En 2001, un comando de fundamentalistas religiosos, desviaron tres aviones casi en el mismo horario para estrellarlos contra las torres gemelas de Manhattan, centro de las finanzas de los Estados Unidos y contra el Pentágono, ordenador de la inteligencia de seguridad, albos súper estelares del Capitalismo mundial.
Tras el ataque contra las torres gemelas, la orden de atacar Afganistán fue casi inmediata. Los atentados habían sido asumidos por el ala radical del grupo terrorista islámico Al Qaeda con base de operaciones en Afganistán a la cabeza de Osama Bin Laden, heredero de una fortuna millonaria que antes había combatido como aliado de Estados Unidos contra la invasión de Rusia en Afganistán (1979); pulcro disidente perturbado, entrenado por la CIA, Bin Laden aprendió a preparar explosivos, utilizar códigos cifrados para comunicarse y para ocultarse.
La victoria del talibán en Afganistán, es una alerta mundial para la explosiva combinación de poder y religión. El retorno al poder de los extremistas es una comprobación de que 20 años después el fundamentalismo religioso sigue siendo una amenaza para la humanidad. Una prueba de que el extremismo es una combinación explosiva de fanatismo y tiranía, y que Afganistán vuelve a caer bajo su dominio, en el escenario de actos de oscurantismo y represión.
Veinte años después del atentado contra las torres gemelas, muerto Osama Bin Laden por un grupo de elite de los Estados Unidos en Pakistán, los sucesivos gobiernos norteamericanos siguieron alimentando la división afgana para combatir al fundamentalismo sin conocer las verdaderas causas que lo detonan.
Durante los 20 años de ocupación norteamericana se siguieron cometiendo excesos en nombre de un gradualismo inaceptable. Su población siguió alimentada en la miseria, sin educación para sus hijos, ni salud para los ancianos y mujeres con sus derechos conculca dos. Una articulada gama de soldados bien equipa dos no ha podido derrotar las injusticias que sufre la civilización.

 

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