El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, llega a China para una visita de Estado crucial que una neumonía le obligó a aplazar en el último minuto el mes pasado. El viaje, que incluye parada en Shanghái el día 13 y una reunión con su homólogo Xi Jinping el 14 en Pekín, es de vital importancia para la potencia latinoamericana tanto desde el punto de vista político como económico: China es su primer socio comercial desde 2009. Lula, que se desplaza con una enorme delegación de empresarios, gobernadores, congresistas y ministros, tiene la intención de cerrar una veintena de acuerdos, todo un contraste con su viaje a Washington, que duró menos de 24 horas y no incluyó grandes anuncios. En el gigante asiático, las expectativas son altas. Los medios estatales llevan días anticipando la visita de “un viejo amigo del pueblo chino”, la cual, esperan, servirá para “aportar certezas en medio de las crecientes incertidumbres en el ámbito internacional”. El brasileño ya visitó China en cada uno de sus dos mandatos anteriores.
Lula pretende reiterar ante Xi su defensa de un orden mundial multipolar, con un mayor protagonismo de los grandes países emergentes, como el propio Brasil, India, Turquía o Indonesia, y de los organismos multilaterales. En los 100 días transcurridos desde que Lula regresó al poder, Brasil ha buscado, desde su posición tradicional de neutralidad, marcar el perfil independiente en sus relaciones internacionales: se ha negado a enviar armas a Ucrania, ha defendido el diálogo con el régimen en Nicaragua y ha permitido que buques iraníes atraquen en sus puertos.
El líder brasileño también planteará a su contraparte china su propuesta de que un grupo de países no alineados intente persuadir a Rusia y Ucrania para que busquen una salida negociada a la contienda; considera que China puede desempeñar un papel importante en esa tercera vía y sostiene que buena parte del planeta está alejada de las posiciones de la OTAN y de Occidente y prefiere no sumarse a ninguno de los bandos.
Esa visión de un mundo multipolar es compatible con la que China intenta promover a través su Iniciativa de Seguridad Global (ISG), presentada oficialmente el pasado febrero. La ISG se opone a las sanciones ―que Brasil tampoco apoya―, señala que las grandes potencias deben facilitar negociaciones de paz y mediar “teniendo en cuenta las necesidades de los países involucrados” y rechaza “la confrontación entre bloques y la [búsqueda de] hegemonía”.
Pekín, que ha mantenido una calculada y supuesta equidistancia, pues el Gobierno chino se ha escorado algo hacia Moscú desde el inicio de la guerra, emitió una propuesta de 12 puntos para alcanzar una “solución pacífica de la crisis”, coincidiendo con el aniversario del inicio del conflicto. A diferencia de Xi, quien no se ha opuesto oficialmente a la invasión rusa ni hablado con el presidente ucranio desde que el Kremlin decidió cruzar con sus tanques las fronteras del país vecino, Lula sí ha condenado la invasión y llegó a presentar a Volodímir Zelenski su iniciativa de mediación en una conversación por videollamada. Sin embargo, recientemente dijo que quizá Kiev debería renunciar a recuperar Crimea.
China considera que, bajo el mandato de Lula, la diplomacia brasileña se reorientará a defender los valores del sur global —el concepto geopolítico que engloba a lo que antes se conocía como “tercer mundo”, en referencia a un nuevo eje de poder entre los bloques de la Guerra Fría, pero que acabó vinculándose a los países en vías de desarrollo, sobre todo en el hemisferio sur — y, lo más importante, se apartará de Estados Unidos, apuntan en un informe analistas del Instituto de América Latina de la Academia China de Ciencias Sociales. “China ve a Brasil como un valioso socio para promover la globalización, modificar el actual orden internacional y dar lugar a un mundo multipolar”, por lo que “deberíamos esperar que Pekín apoye los deseos de Brasilia de desempeñar un papel más relevante en los asuntos globales”, opinan estos expertos.
“La comunidad internacional tiene interés en conocer qué enfoque pueden proponer los dos principales países emergentes de los hemisferios oriental y occidental para facilitar la gobernanza global y mediar en conflictos geopolíticos”, citaba el martes el diario Global Times a Wang Youming, director del Instituto de Países Emergentes perteneciente al Instituto chino de Estudios Internacionales de Pekín.
Antes de dirigirse a la capital, Lula hizo una parada en el corazón financiero de China, Shanghái. Allí asistió a la toma de posesión de Dilma Rousseff como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, el experimento del bloque de países emergentes que marcó el inicio del siglo XXI. El nombramiento supone la rehabilitación política de la expresidenta destituida por el Congreso brasileño en 2016.
El Nuevo Banco de Desarrollo fue creado en 2014 por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica para financiar proyectos de infraestructuras y desarrollo sostenible de los países miembros y con la aspiración de servir de alternativa a los organismos financieros internacionales tradicionales dominados por Estados Unidos y la Unión Europea. En un comunicado publicado por la agencia de noticias brasileña Agência Brasil destacan los dos desafíos que enfrentará la nueva presidenta: impulsar proyectos vinculados al medio ambiente y “evitar el impacto geopolítico de las represalias occidentales contra Rusia, uno de los socios fundadores”.
En el ámbito comercial, Lula confía en que su encuentro con Xi dé el impulso definitivo a algunas negociaciones como la venta de 20 aviones Embraer. Otro acuerdo que le gustaría cerrar tiene una fuerte carga simbólica: que la compañía de coches eléctricos china BYD compre la factoría del Estado de Bahía, donde la estadounidense Ford fabricaba automóviles hasta que la cerró hace dos años y puso fin a sus operaciones en Brasil. La primera potencia económica de América Latina quiere ampliar y diversificar sus relaciones comerciales. “No queremos que los chinos compren nuestras cosas, lo que queremos es construir alianzas para que puedan invertir en cosas que no existen”, declaró Lula en una entrevista antes de la partida.
Por su parte, el gran objetivo de China es que Brasil se una a la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, la ambiciosa y multimillonaria red de infraestructuras con la que el gigante asiático aspira a conectarse con el resto del mundo. Este plan estratégico de Pekín, que lleva el sello del presidente Xi, cumple en este 2023 una década y, desde su lanzamiento, 21 países latinoamericanos y caribeños han firmado acuerdos de cooperación. “Dado que la economía brasileña está haciendo frente a grandes retos, Brasil necesita atraer más inversión extranjera para impulsar su economía y China, la segunda mayor economía del planeta, podría tenderle una mano en este aspecto”, escribían en marzo en el diario oficialista China Daily Feng Da Hsuan, decano honorífico, y Liang Haiming, decano del Instituto de Investigación de la Franja y la Ruta [el nombre oficial del proyecto chino] de la Universidad de Hainan.
Además de la visita de Lula, esta semana también se esperaba en Pekín al representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, pero este ha tenido que cancelar el viaje. “He dado positivo en covid y por eso, desafortunadamente, tengo que posponer mi visita a China”, ha confirmado el líder de la diplomacia europea en su cuenta de Twitter, donde también ha asegurado que no tiene síntomas y que se encuentra bien.