En La Paz se consigue droga por llamadas, encuentros y paseos

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Foto: Página Siete

“El que busca, encuentra”, se dijo alguna vez. Para hallar cocaína en la ciudad de La Paz hay más de una manera. Un conocido que te la vende, desharrapados que deambulan por el centro, citas que concretas con una llamada telefónica, son algunos ejemplos; aunque  la más barata está dentro  la cárcel de San Pedro.

Gustavo (todos los nombres de personas son ficticios) pasó 15 años de sus 50 en prisión. Primero lo encerraron por robo agravado, después por tráfico de drogas, igual que en la tercera ocasión, cuya condena está a punto de cumplir. “Ni siquiera sé cómo es el teleférico (medio de transporte que causó sensación en los últimos meses). Claro, lo vi en la tele, pero no es lo mismo”.

Él se dedicaba a entregar paquetes de pasta base de cocaína a distribuidores y consumidores en La Hoyada. Acordaba los lugares y las horas por teléfono, hasta que le cayó la Policía. Ahora se gana la vida en San Pedro; pero ya no con las drogas.

En sus tiempos,  “tienes que considerar que soy viejo (dice)”, se conseguía la cocaína con llamadas o de algún distribuidor conocido. Los consumidores más asiduos eran “gente de la calle, borrachitos. Pero luego hay de todo, médicos, policías, abogados, ricos, pobres…, no discrimina, es democrático”.

Pedro tiene 35 años y entró cinco veces a prisión por graves delitos que marcaron la vida de muchos con tal de mantener lo que él llama “mi vicio”.   Conoce el estigma de ser un consumidor, “la discriminación es lo mismo afuera que aquí adentro”, comenta.

Antes de su último ingreso a San Pedro él conseguía la droga en los mismos lugares que todos señalan: las plazas Eguino, Alonso de Mendoza, Garita de Lima y la avenida Manco Kapac.

Aunque también hacía llamadas a su distribuidora.  El polvo blanco (similar a la cal molida) le llegaba en sobres diminutos de unos dos centímetros a 20 bolivianos, “bolas” (10 sobres) en 140 bolivianos.

Ahora  le sale más barato conseguir la “papa” (cocaína) en la cárcel. Camina por los angostos pasillos hasta una habitación, se abre la puerta y una mano le entrega dos sobres a cuatro bolivianos.

Varias publicaciones de prensa señalan que en San Pedro se produce la cocaína “más pura” de la ciudad. Tazz, un joven recluso, cuenta que también la droga llega de afuera y después los visitantes “lo sacan para revenderlo, porque acá se consigue en dos bolivianos y allá lo venden a 20”.

Sentado en una saliente de cemento confirma lo que dicen los otros y que también sabe la Policía: cuáles son los puntos de venta  y que  una anticuchera no sólo tiene corazones de res a la parrilla, sino también  “papa”, de las verdaderas y las de polvo.

¿Cuánto quieres?

En inmediaciones de la plaza Eguino encuentras la droga al paso. Mucha gente que tiene sus negocios allí sabe quienes la venden; es un secreto a voces. “Por lo general llevan ropa ancha y algo sucia”, dice un comerciante.

Uno de ellos es Juanes. Con una botellita de alcohol puro que mezcla con una bolsa de Pilfrut pasea entre prostíbulos y licorerías. “¿Cuánto quieres?”, pregunta, y saca un sobre, atento a  un uniformado que pasa por su lado.

Es frecuente que las patrullas ronden por esta zona. Un oficial de la Policía que trabajó durante años en la fuerza antidroga explicó que la cadena del narcotráfico tiene al menos tres etapas: “los dealers”, son quienes tienen la sustancia y la entregan a “los distribuidores”. Éstos se mimetizan en las calles para llegar a “los consumidores”.

El oficial dijo que los “dealers” se valen incluso de niños para entregar la droga, ya que si éstos son atrapados no van a prisión.  Hay varios modos -indicó-, incluso con la anticuchera.

Juanes explica sus horarios de trabajo, por dónde y a qué hora se mueve. “¿Que allá hay una anticuchera?, sí, sí, pero no te vende así nomas, te tiene que conocer. Es difícil que alguien se arriesgue a perder su libertad por unos pesos. Si vienes seguido yo te la presento”.

Por la noche, a la hora de salida de los colegiales del turno de la tarde,  se instala por la Eguino una pareja de ropa oscura. Ambos presienten cuando alguien busca algo, una frase, un movimiento de cabeza bastan para que te ofrezcan la “papa”. También hay marihuana, pero eso sólo desde los 50 bolivianos.

Corazones a la parrilla

En otro lugar del centro paceño, cerca de una parada improvisada de minibuses, trabaja la vendedora de corazones a la parrilla (anticuchos). En este momento el puesto está vacío, rápido se acerca una joven de cabello enrulado y cuando se le pide un poco de cocaína contesta: “Eso con ella nomás, ahorita viene”, se aleja para hablar con una mujer que se aproxima.

Ella es una señora con un delantal repleto de grasa que se acomoda detrás de la pequeña parrilla cuando llegan otras personas que piden anticuchos e impiden la negociación. Pero de eso se encarga la joven de rulos que  te lleva a un costado para pasarte un sobre con rebaja. Tiene una línea telefónica y una palabra clave para quienes quieran más del polvo. “Me llamas, me dices eso y ya quedamos”.

Otra noche, cuando a la señora del delantal se le pide un poco de “papa para fumar”, ella dice que no sabe nada de eso. Un joven de ropa ancha que está a su lado conversando se apura a llamarte. “Ya está, con él habla”, completa la mujer. Él corre y  consigue el polvo al instante.

Funciona tal como cuentan los reos en el penal de San Pedro, como dice el oficial que luchó por años contra el narcotráfico, y los mismos distribuidores que se arriesgan a pasar años tras las rejas, como le ocurrió a Gustavo.

En San Pedro él lamenta que no haya visto crecer a ninguno de sus cinco hijos. El mayor tiene 22 y el menor seis. “No pues, ya no, cuando salga ya no estaré en eso, no ves que ya estoy bien viejo”.