Enfrentamiento verbal y callejero

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Seguramente las estadísticas están mostrando que los conflictos sociales y de otra índole, que también ocasionan una sensación de caos y desorden social, están llegando a un número que superan al pasado, cuando el propio Presidente Morales mostraba sus habilidades en el  terreno de la lucha social y política, donde la solución tampoco estaba enmarcada en el diálogo franco y el estado de derecho.

Lo propio ocurría en la época de la UDP, donde además había un ingrediente de revancha personal y política, entre los viejos líderes de la Revolución Nacional, al margen de un Congreso adverso que no tenía límites para ponerle todo tipo de obstáculos al gobierno, no porque estaba en juego un modelo alternativo de desarrollo, sino por el simple  afán de la lucha por el poder o la venganza histórica, como pareciera que ahora anima a los principales protagonistas de la política. En ese entonces, los propios aliados no escatimaban oportunidad para obtener alguna ventaja, aun al precio de afectar a su propio gobierno.

En consecuencia, seguimos viviendo la misma lucha estéril de siempre, con la desventaja de que el retroceso va en contra del aumento constante de la población y de sus expectativas colectivas, acumulándose una “ira” que puede ser un peligrosa, ya que constituye el caldo de cultivo para incubar una nueva eclosión social, que devendría en una mayor escalada de retroceso y destrucción. Lo vimos mucha veces en nuestra historia, donde al romperse los limitados eslabones institucionales existentes, la solución es la fuerza o la imposición del más fuerte, que no necesariamente es el mejor, ni lo mejor para nadie.

Aún cuando en un principio la abundancia de dinero, que es lo que hay en este momento, a diferencia de la escases que produce una situación más complicada, daba lugar a que se perciba una permanencia del actual gobierno cómoda y de largo plazo, pareciera que ya no es suficiente o la panacea que se pensaba, como para que se garantice estabilidad social y política, con la consecuente mayor producción y bienestar colectivo.

Los permanentes conflictos que se viven están demostrando todo lo contrario, con el agravante que cada vez está más claro para la población que esta abundancia no está asentada en una estructura económica sólida y dinámica, debido a que depende de los buenos precios internacionales y de la permisividad al narcotráfico o, al menos, a la producción de la hoja de coca y al contrabando, con sus respectivas estructuras poblacionales y sociales.

Aunque no todos lo saben, sin precios internacionales elevados, dada la forma atrasada de  la producción, la minería para financiar los altos costos de transporte tendría que tener una mayor productividad, de lo contrario no sería rentable, para lo cual se requiere tecnología, que al margen del conocimiento, se requiere fundamentalmente de capital y seguridad jurídica, que son muy escasos en Bolivia. El propio narcotráfico no es garantía de ninguna clase, ya que va en contra de los valores y principios de la sociedad, aunque también existen grupos que al beneficiarse asumen una actitud hipócrita, pero que no tienen otra alternativa que enfrentarlo, lo que con seguridad exacerbara la lucha interna y externa, que aparentemente permanece adormecida.

La economía del gas, ahora convertido en “commodity”, donde puede viajar en barco y a bajo precio, como está ocurriendo actualmente, nos ha colocado en una situación muy precaria, ya que dejamos de ser un centro de abastecimiento importante, al margen de los factores de seguridad y seriedad en el negocio, donde hemos perdido mucha credibilidad. Además, no necesariamente será el energético del futuro, sino todo lo contrario.

Es decir, estamos sentados en una estructurara económica que no es garantía para más adelante, cuando además, de paso, estamos despilfarrando lo que hemos logrado acumular gracias a la coyuntura favorable externa. Pero eso no es todo, tampoco disponemos de una estructura institucional que garantice la construcción de la Nación dentro del marco de una convivencia democrática y civilizada, ya que lo poco que se había construido, que era muy frágil, está siendo destruido sistemáticamente, con un reemplazo que tiene poca utilidad.

Ciertamente, el gobierno está enfrentando una coyuntura donde el discurso llegó al límite de la intolerancia y donde la gestión, está en manos visiblemente improvisadas, que no ofrecen garantía alguna. Todos tienen como argumento la letra muerta de la Constitución, que está siendo leída literalmente, sin tomar en cuenta su espíritu, menos su doctrina, donde hay una mezcla y contradicciones difíciles de conciliar.

Lo delicado es que estamos caminando al compás de lo que piensa y siente el Presidente del llamado Estado Plurinacional, sin los contrapesos institucionales necesarios que son indispensables en un estado de derecho. Los actores políticos y sociales han perdido su personalidad propia, de modo que cuando hay una voz o actitud discordante no hay el menor rubor para amenazarlo o callarlo con el uso arbitrario y discrecional de ley, que está invalidando nuestra condición democrática y social de derecho, lo que puede ser muy peligroso.

Ing. Com. Flavio Machicado Saravia. Miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.