Identidad & Política | Personajes

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Foto: Revista dat0s 235

El binomio ganador de las elecciones de octubre de 2020. Luis Arce y David Choquehuanca han devuelto la tranquilidad al país. En sus manos se plantea un periodo sobrecargado de demandas en el que la articulación sectorial deberá ser un componente esencial.

El resultado de las elecciones celebradas en octubre del año pasado, han devuelto cierta calma tras un intenso periodo de crisis política agravada por la pandemia del nuevo coronavirus. Sin duda, el gran protagonista del proceso ha sido el elector que definió al ganador en la primera vuelta. Contra todo pronóstico, los ganadores obtuvieron la mayoría absoluta evitando de esa manera otro período de inestabilidad, agravado por el manejo errático del Gobierno transitorio.

Luis Arce y David Choquehuanca resolvieron el pleito con el apoyo del 54% de los votos válidos; con triunfos insospechados en departamentos que se creían captados por la oposición. La contienda cerró un largo ciclo de descomposición política, agravada por la emergencia sanitaria, un desafió que deben encarar las nuevas autoridades.

La victoria del binomio masista es una señal de que los electores decidieron respaldar su propuesta electoral, para volver por la senda ya trazada, evitando desenlaces innecesarios e inciertos.

Fue una campaña de corta duración que tuvo como protagonista el factor de las redes sociales, en las que los candidatos inflamaron mensajes inútiles que los distanció de la masa electoral en amplias franjas de la población. Ya que nadie jugó a ser oficialista, los candidatos que pugnaban contra el MAS para ganar la presidencia, obsesionados con el triunfo descargaron contra sus adversarios epítetos cargados de discrimiación que consumó su derrota.

No fue el caso del binomio ganador. Arce y Choquehuanca lograron empatías que a la larga los catapultó con una clara diferencia en el resultado final. Evitaron la sobrecarga de mensajes histriónicos en las redes sociales y se inclinaron por el contacto directo con el electorado cautivo.

La tarea de la dupla que hoy gobierna Bolivia ha señalado claramente un solo camino. Mientras el expresidente Morales decidía si llegaba o no antes de la posesión para incidir en las primeras decisiones de la nueva adminitración, los flamantes mandatarios han apostado por un equipo relativamente joven que ha devueto efectividad y confianza a quienes pensaban que Morales volvería a ser la principal pieza en el armado gubernamental.

En dos meses, el presidente Arce Catacora ha mantenido una serenidad implacable. Sin las perlas que adornan el poder, ha mostrado humildad y sin generar alarma está trabajando el diseño la segunda versión del modelo económico social comunitario productivo. Elogiado por gobiernos de la región, el péndulo ahora articula ajustes que no sean traumáticos para la población de menores ingresos.

Arce tiene en sus manos una llave de magneto que apunta la reactivación de la economía centrado en el consumo interno y el no endeudamiento con los organismos de financiamiento externo como el FMI. Además, su triunfo oxigena de vitalidad a la izquierda latinoamericana.

David Choquehuanca encaró desde el discurso de posesión un eje articulador de diálogo basado en los atributos de la espiritualidad andina y la visión del cosmos para generar sincretismos en un escenario político densamente polarizado. El vicepresidente, ha sido considerado la figura del reencuentro en las relaciones que este año amenizarán uno de los ciclos más intensos de la política y la economía boliviana.

El binomio ganador de las elecciones podría conjugar dos aspectos que en Bolivia parecen fundamentales y que, por distintos motivos, entraron en una diáspora maniquea y peligrosa: las diferencias de clase y la manipulación desde las mismas fuerzas que los han aupado a los dos puestos de mayor jerarquía para el conducir el destino del país en el periodo 20-2025.