DESDE LA REPUBLICA
Por: Cayo Salinas
Los vientos de Oriente parece no traen buenas noticias. Al éxito que nos tenía acostumbrada la economía china, hoy se ciernen varios nubarrones que paradójicamente tornan preocupante un crecimiento del 7,5% para este año, que dista del que se registraba durante los últimos que oscilaba en el 10%. Con probabilidad, no uno sino varios países añoran alcanzar como meta un porcentaje del 7,5% que los chinos lo vislumbran ¡como catastrófico!.
El contraste de este dato tiene, sin lugar a dudas, un efecto político en Latinoamérica y, particularmente, en aquellos países donde han anclado gobiernos de corte populista al calor de la batuta del extinto Hugo Chávez.
Lo que ocurre es que los chinos nos han malacostumbrado a que los índices que reflejan el curso de su economía — que no es otra cosa que el espejo del modelo de partido único con puertas abiertas al capitalismo – sean siempre cifras de dos dígitos, con las cuales ya muchos los situaban en la cima de la economía del mundo.
Nadie en su sano juicio se animaba a pronosticar la posibilidad de un proceso de desaceleración de su economía, lo que en buen romance significa la caída de las exportaciones de materias primas de países como Perú, Venezuela, Bolivia, Ecuador o Chile, y el desplome de las exportaciones argentinas, particularmente en productos alimenticios.
De tal suerte que el tema de debate pasa, por este lado del mundo, por las consecuencias políticas (y económicas) que se sentirán fruto de la reducción de la tasa de crecimiento anual del PIB chino, consecuencias que, ya lo anoté, aterrizarán en los países cuyos gobiernos han adoptado una política populista. Serán éstos los que verán menguados sus ingresos, reducida la capacidad de gasto corriente y la posibilidad de continuar con una política de inserción de masa monetaria en la economía a efecto de mantener índices de popularidad.
Ahora bien, particularmente en el caso boliviano, las proyecciones tienden a pronosticar un crecimiento el 2013 del 5,5%, porcentaje que indudablemente resulta halagüeño si miramos cómo le irán a nuestros vecinos. Siendo así, cabe entonces establecer de qué manera la desaceleración china incidirá en el pronóstico de ese 5,5% y si con la crudeza que la economía suele mostrar, efectivamente la forma cómo se condujo el país en términos de crecimiento, industrialización, generación de mano de obra permanente (y calificada), inversión y las políticas para atraerla, seguridad jurídica, etc., fue la correcta, o si mas bien rifamos la oportunidad de oro que los bolivianos esperábamos desde 1982, para no ir más atrás.
Seguimos siendo una economía altamente dependiente de los recursos que llegan del exterior, sea por venta de gas o minerales, o por las remesas que provienen de Europa y EEUU.
Añádase a ello que el gran mercado que representa el norteamericano nos es esquivo por las erradas políticas asumidas por el gobierno en esta materia y por sus borrascosas relaciones con ese país, por lo que nuestra dependencia en términos de ingreso tanto del Brasil como Argentina por la compra venta de gas, será más que crucial ahora que el gigante chino comienza a estornudar.
Lo que que sí queda claro es que el populismo y los gobiernos que lo articulan, se verán en la difícil encrucijada de administrar crisis –en mayor o menor grado– y ya no bonanza.
Las consecuencias en el plano político seguramente podrán ser administradas un par de años, lo que no quiere decir que el problema medular, que no es otro que la manera cómo debemos encarar nuestro desarrollo y crecimiento, haya encontrado el remedio que nos permita abrazar el futuro con sobrada esperanza.
El 2025 es un buen año y así lo ha planteado acertadamente el Presidente de la República. ¿Llegaremos como todos deseamos?, es esa la interrogante.