Los librepensadores de la política

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Por: Cayo Salinas

Si bien la Real Academia define  a este término vinculándolo con la persona partidaria del librepensamiento, el mismo ha servido para graficar los niveles de escisión presentados al interior del  partido de gobierno a raíz de criterios antagónicos a la línea trazada por la nomenclatura oficialista.

En términos filosóficos, el librepensamiento forma parte del sustento dogmático del Humanismo Secular, que utiliza a la ciencia y la tecnología en el propósito de mejorar la condición humana.

En todo caso, el objetivo de este artículo es más bien mirar por un lado, los efectos que puede generarse a la luz de la aparición de los llamados “librepensadores del MAS” en la estabilidad del Gobierno y, por otro, el comportamiento de aquellos cuando gozaban del poder y cuando ya no. Veamos.

Personalmente, pienso que a nadie le gusta que se le diga qué hacer y qué actitud adoptar ante determinado asunto, más aun si uno no está de acuerdo con lo que se está disponiendo.

Siendo así, esta suerte de librepensadores no son creación del MAS, han existido en todos los gobiernos y bajo facetas diversas. Y como así ha acontecido, los llamados librepensadores de la política también tienen sus categorías. No todos surgen a la palestra a raíz de controversias dogmáticas o como derivación de oposiciones relacionadas a la axiología. Y es que las rupturas internas en algunos casos se producen motivadas por pugnas en alcanzar mayores cuotas de poder, por insatisfacciones a la hora de su ejercicio o porque en última instancia, no se han cumplido con promesas de orden partidario.

Son menos los casos donde las razones  para que una persona haya mostrado desacuerdo sobre  determinada materia respecto a la línea de acción impuesta por el caudillo y su entorno, se basen en aspectos de orden conceptual y de honestidad intelectual. Hay también los que prefieren el servilismo acatando órdenes aun a costa de ser contrarias a lo que se piensa. Es ese, en todo caso, el drama de países como el nuestro donde lo menos institucionalizado es el partido. Lo que sí es real es que en este momento la telenovela entre Rebeca Delgado y el vicepresidente Álvaro García Linera tiene connotaciones que van más allá de las categorías vinculadas a los librepensadores de la política, categorías que, lo subrayo, están  estrechamente relacionadas al “riesgo que corre la nomenclatura” cuando alguien decide ser librepensador y hablar lo que no debe hablar.

En efecto, la Sra. Delgado ha efectuado una serie de apreciaciones que vinculan al Sr. García Linera y su equipo más cercano en decisiones gestadas en diversas esferas del quehacer nacional privilegiando los intereses políticos del Gobierno. Lo que me llama la atención es que dichas apreciaciones no se las haya efectuado en el momento en que se tuvo conocimiento de los hechos y cuando precisamente se ejercía el poder. En términos generales, lo que me parece fatal es que mientras las aguas no son movedizas, se asuma una posición hasta pusilánime frente a la forma de ejercicio del poder y cuando las cosas se ponen feas en términos personales, recién se haga referencia a hechos que en su momento debieron ser aclarados.

Por esta razón, sigo creyendo que la diferencia con sociedades civilizadas y estructuradas institucionalmente como la de la mayoría de los países liberales, radica en que en aquellos el poder se lo ejerce dentro los límites de la ley, nunca fuera.

En el caso boliviano, existen varios ejemplos para dudar que así sea, por lo que si alguien tiene algo que revelar que no esté enmarcado bajo los parámetros de la norma, no tiene por qué esperar a asumir la categoría de librepensador.

Me pregunto entonces: ¿los librepensadores de ahora, dónde estaban antes, disfrutando del poder o pensando diferente? ¡Por favor!