Movilización Poselectoral. Violencia: crisis de representatividad

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Foto: Revista dat0s 227

Protestas en Chile: el origen de la violencia subterránea que emergió en las manifestaciones. Satisfacciones insatisfechas en la población joven. Los nuevos elementos del cambio.

Paula MEdina (BBC Mundo)

En Chile los llaman “vándalos”, “encapuchados”, “lumpen”, “violentistas” y en sentido irónico “palomas blancas”. En Bolivia aparentemente el movimiento es pacifista, aunque de acuerdo a la antropóloga Maite Hurtado del Centro de Desarrollo Social (CDES) tiene también un componente violento desde que no permiten el derecho al libre tránsito para una parte de la población. “Las protestas son una forma de ejercer presión”, asegura. La antropóloga señala que incluso una huelga de hambre por muy pacífica condiciona una normalidad que puede afectar al resto y derivar en grados de manifestaciones violentas. Hurtado cita como ejemplo a Mahatma Ghandi que, para defender los derechos humanos en su país, ingresaba a firmes huelgas de hambre que ponían en riesgo su propia vida, y esto decantaba en manifestaciones de su pueblo en las calles, rebasando los límites pacíficos y se caía en la violencia. Por definición la antropóloga dice que los cambios, conquistas y procesos de liberación germinan la violencia. Insiste que eso ha pasado antes y que la violencia está creciendo en las sociedades modernas. “El sistema está constituyendo sociedades violentas”, afirma.

Un reportaje de la BBC los días que Chile enfrentó una impensada manifestación de protesta por el reajuste de las tarifas de transporte decretado por el Gobierno, analiza el por qué en un país considerado el crisol del desarrollo se gestó un movimiento subterráneo que despertó de un profundo letargo con el simple anuncio de un ajuste de los precios del metro que detonó un cúmulo de furia contenida en la juventud. Una ola de vandalismo con la quema y destrucción de las modernas estaciones de metro de la capital, incendio de buses del transporte público, destrucción de la vía pública, el comercio, asaltos, robos e inimaginables protestas violentas que obligaron al presidente Sebastián Piñera a “pedir perdón por su falta de visión”.

BBC tomó testimonios en las calles y llegó a la conclusión de que las multitudinarias manifestaciones pacíficas que comenzaron en Chile el 19 de octubre cambiaron en el discurso público de los jóvenes que protagonizaron violentos incidentes en distintos puntos de Santiago. “Cruzan piedrazos con los carabineros, que responden con gases lacrimógenas y perdigones. Están allí cuando comienzan los incendios y los saqueos. Son parte de la violencia que se ha hecho visible en los días de movilización”.

Parece que junto a las esperanzas de cambio que inspiran hoy a miles de chilenos a salir a las calles se hubiera levantado también el velo que cubría una violencia que, o no se quiso ver antes, en el caso de la protagonizada por algunos jóvenes, o se pensó que nunca regresaría al país, en el caso de los uniformados. Una cosa es no ser el oasis en Latinoamérica, otra que el país se convirtiera en escenario de saqueos prácticamente diarios y que, en apenas 10 días, se hayan presentado ya más de 120 querellas por presuntas violaciones a los derechos humanos. ¿Qué pasó en Chile? ¿De dónde surge la violencia?

“Son nuestros hijos”

La antropóloga Francisca Márquez describe para BBC Mundo que la mayoría son hombres, jóvenes y adolescentes. Golpean, destrozan, arrancan, se lanzan al suelo, a veces llevan el torso desnudo. Son “jóvenes populares”, dice Márquez. Se les acusa de opacar las marchas y socavar el mayoritario apoyo a las movilizaciones. Son “carne de cañón” de las permanentes ráfagas de gases lacrimógenos y perdigones con los que la policía intenta disolverlos. Son, también, fruto de la sociedad chilena, dice la antropóloga. “Estos jóvenes, vándalos, lumpen, son nuestros hijos: pasaron por nuestra educación pública, son resultado de este sistema. No podemos venir a tratarlos de alienígenas”, como los calificó en una salida muy novedosa y bastante criticada la esposa del presidente Piñera. “No cayeron de Cuba, ni de Venezuela, nosotros los engendramos. Son terceras, cuartas generaciones tras la dictadura. Y debemos preguntarnos qué hemos hecho para que ellos nos apedreen, para que quemen todo lo que es símbolo de progreso”, sostiene Márquez. “Tienen una capacidad muy certera de lanzar piedras muy lejos y se mueven como si jugaran a la guerra. Si el carabinero no responde, es como si no hubiera manifestación. Y creo que juegan a la guerra porque no tienen mucho más que hacer”, dice.

“Estudiaron en nuestras escuelas públicas, las más segregadas de Latinoamérica, algunos son la primera generación entrada a la universidad: son pastizal para cualquier incendio… Son los que han visto a sus mamás haciendo aseo, a sus padres reciclando en la basura. Tienen los ojos brillantes, porque aquí ciertamente circula droga y ellos ciertamente han sido víctimas del tráfico”, agrega la antropóloga chilena en una entrevista a BBC Mundo.

“Responden violencia con violencia”

El sociólogo Daniel Chernilo plantea que, si bien la violencia está en la base de la vida social, y se expresa en la vida cotidiana en Chile con actos que van desde los feminicidios a la dureza en la convivencia urbana, hay un fenómeno específico que se ha expresado en estas manifestaciones: el de jóvenes que no creen en la democracia ni la convivencia pacífica, porque no ven en ellas nada de valor.

“Creo que, en el caso chileno, pero no sólo en Chile, hay hace tiempo un grupo reducido, de gente más bien joven, de clase media baja, con estudios secundarios completos, muchos de ellos con paso por la universidad, que han desarrollado una visión de mundo, una ideología que por un lado legitima la violencia como medio político y que, por otro, cuando los llamas a respetar las normas de la vida en democracia, no creen en nada de lo que se les está diciendo. No ven que la democracia sea capaz de protegerlos o que tenga la capacidad de promoverlos… Ven las reglas de la convivencia pacífica como una hipocresía, y responden violencia con violencia”.

Jóvenes manifestantes, uniformados jóvenes

La violencia se ha visto retratada también en las graves acusaciones que enfrentan los carabineros. La institución asegura que se trata de denuncias que toda vía están en investigación y que serán los tribunales los que deban aclarar la verdad. Cuentan que ha habido 900 uniformados lesionados en las protestas, algunos de ellos en estado grave. Mientras, el Instituto Nacional de Derechos Humanos reporta en tanto cinco querellas por homicidios con presunta intervención de agentes del Estado, 120 denuncias por torturas -incluidas dos violaciones- y más de 1.300 civiles heridos.

“Hay un fenómeno muy deficitario de aprendizaje en las fuerzas de seguridad del estado respecto a qué significa respetar el derecho legítimo a manifestarse incluso cuando uno no tiene permiso, al derecho legítimo a usar el espacio público como espacio de desobediencia civil y respecto a cómo mantener el orden público y respetar los derechos humanos”, dice Daniel Chernilo.

El abogado Cristián Riego, docente de la Universidad Diego Portales y creador del actual sistema de justicia chileno, ha planteado que, en Chile, previo a las manifestaciones, ya existía una “crisis policial” y antecedentes previos de maltrato a detenidos. Chernilo plantea que los escándalos previos en la institución -referidos por ejemplo al mal uso y apropiación de fondos públicos- prueba además que los uniformados no funcionan bajo un control civil real, y que, por lo tanto, su forma de comportarse en el mundo civil es deficitaria. “La sensación que tiene mucha gente es que las marchas pacíficas se reprimen con dureza, y los actos de violencia tienen una respuesta tardía”.

 

Protestas en Ecuador ¿en qué se parece y diferencian las últimas revueltas sociales con Chile? FERNANDA PAÚL

La rebelión social ecuatoriana comenzó luego de que el Gobierno de ese país llegara a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener créditos por más de US$ 4.200 millones.  Al implementarse, el galón de gasolina extra pasó de costar US$ 1,85 a US$2,30 y el diesel experimentó un incremento de más del 120% en las bombas de gasolina. Como es de esperar, esto provocó un alza en la tarifa del transporte público. La reacción de los ecuatorianos no tardó en llegar y, en solo un par de horas, las manifestaciones se apoderaron de las calles de varias ciudades del país. Hay que destacar que el movimiento ecuatoriano si bien se inició con protestas de los transportistas, luego pasó a ser comandada por grupos indígenas organizados por tradición que, tras una semana de protestas, lograron derogar la medida.

Sin embargo, a pesar de que el origen de ambas protestas es similar (transporte público), para el académico de la Universidad de Cambridge y experto en movimientos sociales, Jorge Saavedra, hay una diferencia importante. “En el caso ecuatoriano, el alza del transporte fue parte de un paquete de medidas que el FMI le pidió al gobierno de Lenín Moreno para avanzar hacia la neoliberación del país. En el caso chileno, el país ya está sumido en ese estado neoliberal”, le dice a BBC Mundo. “Los ecuatorianos reaccionaron por el cambio de esquema de vida provocada por la decisión del FMI, mientras que en Chile ese cambio ya se provocó hace muchos años y genera tal imposibilidad de vivir que se produce una adhesión masiva en todo Chile”, agrega.

Gobiernos ceden a la presión, pero las reacciones son distintas

Esa es la razón, quizás, de por qué en el caso ecuatoriano las protestas se detuvieron casi inmediatamente después de que se estableciera una mesa de diálogo entre Gobierno y líderes indígenas. Se acordó la derogación del decreto y con ello se acabaron las manifestaciones. La calma volvió a reinar en las ciudades de ese país. Muy diferente es lo que sucedió en Chile. A pesar de que Piñera anunció la suspensión del incremento en el precio del transporte público, no se logró apaciguar en lo más mínimo a los manifestantes. En este país, de hecho, se hizo popular un lema que resume el sentimiento popular: “No es por 30 pesos, es por 30 años”.

La “mano dura” de los gobiernos

Si hay una similitud entre los casos de Ecuador y Chile es la “mano dura” impuesta por los respectivos gobiernos frente a las movilizaciones. Lenín Moreno decretó estado de excepción por 60 días poco después de iniciarse el movimiento. Con esto, se desplegaron las Fuerzas Armadas por las ciudades ecuatorianas, se establecieron zonas de seguridad y se incrementó la presencia policial. Lo mismo sucedió en Chile: a las pocas horas de recrudecerse el conflicto Piñera decretó estado de emergencia, lo que también significó el despliegue de los militares en diferentes zonas del país.

En ambos casos, los militares y policías respondieron con dureza para reprimir las manifestaciones, generándose un duro enfrentamiento con los protestantes.