La crecida de los ríos y la destrucción de su patrimonio amenazan la urbe paceña.
Los bolivianos solemos calificar muy frecuentemente “de negro”, cuando algo anda mal. Así “febrero negro”, “octubre negro” traen a la memoria algún suceso fatídico. El 19 de febrero de 2002, una granizada puso a prueba la ciudad. En cuatro horas que duró la tempestad de agua y hielo se cobró la vida de 69 personas, 130 heridos y 50 desaparecidos.
Los daños estructurales fueron evaluados en 10 millones de dólares (daños en las vías de comunicación, los vehículos, los edificios públicos y privados, además de las interrupciones de alimentación en energía eléctrica y en agua potable que agravaron los disfuncionamientos de la fase de urgencia). Además, aproximadamente 200 familias se vieron obligadas a abandonar sus viviendas damnificadas. La Paz y sus alrededores fueron declaradas “zonas de catástrofe nacional”.
El entonces alcalde Juan del Granado, se encontró indefenso y necesitó los siguientes años de su gestión para proyectar alertas y un plan de emergencia de cuencas para la época de lluvias. Ese plan comenzó a funcionar desde 2003, con algunos tropiezos de inició se convirtió en el plan estrella del Gobierno Municipal.
En los años posteriores su sucesor -que venía de las filas del mismo partido (MSM)- siguió la línea estableciendo una política municipal de “alerta temprana” para prevenir nuevas tragedias. El plan funcionó regularmente hasta 2023. Las medidas no impidieron, sin embargo, nuevos desbordes ni deslizamientos, pero nunca en la magnitud de la de aquel 19 de febrero de 2002.
Se puede recordar los megadeslizamientos que sobrevinieron en Auquisamaña (2017), Cotahuma y alrededores (2018) el de la ladera oeste (2016). Al menos dos de estos (accidentes geológicos) por el movimiento de tierras para construcciones irregulares y filtraciones provocadas por la falta de control del sistema pluvial de las viviendas que se construyen en las laderas sin planos sanitarios. La Paz es atacada desde arriba y por la concentración de más de 300 ríos subterráneos que le devoran las entrañas de manera invisible en la época de lluvias.
A estos problemas emergentes que ponen a la ciudad en una constante emergencia, se suman otros no menos importantes: La falta de un estudio detallado de cuencas (aguas subterráneas y fallas geológicas del 70% de los suelos paceños son inestables); un sistema de drenaje y alcantarillado adecuado, bocas de tormenta en mal estado. Problemas estructurales a los que se suma un vertiginoso y desordenado crecimiento; sin control, ni planificación.
Las lluvias de 2023
Los meses de noviembre y diciembre pasados La Paz vivió uno de sus veranos más intensos con temperaturas que alcanzaron los 30°. Las autoridades municipales entonces hablaron de una sequía de las represas que surten agua a La Paz, poco interesadas en el riesgo de que un verano intenso derivaría inevitablemente en una época de lluvias intensa. No previnieron el desastre que se venía y se enfrascaron en escándalos sobre la otorgación de licencias de construcción a grupos de inescrupulosos avasalladores y/o empresarios de la construcción, algunos ilegales. En eso se pasó gran parte de la gestión municipal 2023.
Cuando llegaron las lluvias en enero, el alcalde, Iván Arias, no tuvo mejor idea que promover un show mediático arrojando agua de dos baldes sobre una maqueta que representaba La Paz. Con su estilo teatral conocido reunió a sus colaboradores para victimizarlos ante los medios de comunicación. Casi con lágrimas expuso su frustración. Dijo entonces que la Alcaldía estaba trabajando 24/7 cuando la oposición en el concejo edil pidió su renuncia y la de su equipo de colaboradores.
Unos días después del show se vino abajo la plataforma de la Kantutani y la avenida 20 de octubre -una de las arterias vehiculares más transitas de que conecta la zona sur con el centro paceño-. El derrumbe, un anuncio premonitorio de lo que sucedería días después- no ha podido ser estabilizado hace más de tres semanas y la ruta continúa interrumpida al tráfico vehicular, mientras la empresa constructora sigue afanada su plan de ejecución de la obra. Los funcionarios municipales encargados de otorgar licencias de construcción defendieron a muerte que la construcción colapsada tenía todos los permisos al día. Casi paralelamente, un centenar de familias tuvieron que abandonar sus viviendas en la zona de Huajchilla al sur de La Paz por la crecida de las aguas del rio.
Dos semanas después, con las lluvias en su ciclo más alto comenzaron a sentirse los efectos de la falta de una política de prevención; lo que La Paz enfrenta estos días de lluvias intensas que se han cobrado la vida de dos personas encontradas mientras se atendía la emergencia por la crecida de las aguas que afectaron zonas residenciales en Irpavi, Achumani, Aranjuez, Mallasa, Mallasilla y en otros puntos visibles.
Arias, aturdido y sin respuesta atinó a describir la tragedia con breefing´s de prensa en un papel alejado de autoridad, quedando su papel proactivo anulado de cualquier registro. El alcalde relataba el sufrimiento de los paceños atorados ante el desastre y la negligencia municipal.
La advertencia premonitoria de echar baldes de agua en sus oficinas para describir que la naturaleza se ensaña con fuerza -como alguna vez se presentó con dos muñecos de alguna película de Hollywood en el gobierno de Janine Añez en su calidad de ministro de Estado, para describir cómo derrotar la pandemia del coronavirus- han puesto en juego su prestigio de una ciudad que se está destruyendo a pedazos.
Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a la Revista dat0s digital para continuar disfrutando del contenido exclusivo que tenemos para ofrecer.