Salen de Bolivia y en España son esclavas

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Regina es su nombre de guerra y su país de origen se llama Bolivia. En esos guetos donde la metieron los amos que se adueñaron de su vida, la promocionaban como la sudamericana exótica, la que bailaba como un trompo en el tubo del placer, la que era capaz de hacerlo con tres hombres en un mismo acto y de alimentar durante 18 horas al día las exigencias del mercado del sexo clandestino en Madrid.

Esta es una realidad en varios países de Europa, entre ellos España, donde hay bolivianas que no están ganándose la vida en trabajos en los que se sientan libres y sus vidas no corran peligro. En Madrid y otros destinos hay mujeres víctimas de traficantes de seres humanos y delitos conexos, ocultas en pisos donde supuestamente no pasa nada, aunque ellas están ahí convertidas en ‘carne de cañón’ por parte de las redes que hacen dinero con ellas. 

Algunos datos son una evidencia de que esta realidad no es un asunto de ficción. Rocío Mora, representante de la Asistencia integral de las víctimas de trata de seres humanos con fines de explotación sexual (Apramp), dice que el año pasado atendieron a 32 mujeres bolivianas que fueron sometidas en esta problemática que, hasta antes de salir a la luz con su problema en las espaldas, sufrían en un silencio que creían que era eterno. 

Regina llegó a Madrid en 2007, cuando no se sentía la crisis económica. La trajo una mujer que la conquistó con una promesa que nunca antes había escuchado: un trabajo para labores de casa con un sueldo de 1.500 euros, todo un dineral que en Bolivia ni siquiera un profesional podía ganar con facilidad. 

Pero una vez en Madrid todo cambió. “Solo faltó que me pusieran cadenas. Porque todo lo demás me hizo sentir esclava”, cuenta todavía con una cara compungida: la encerraron en un ‘puticlub’ de carretera y no solo la obligaron a tener sexo con desconocidos, sino que tuvo que pagar el boleto de avión que la mujer le había comprado en Bolivia y le había prometido que iba a ser gratis. “Yo llegué aquí ya con esa deuda del pasaje que lo terminé de pagar en seis meses”. Su calvario terminó después de tres años, cuando hubo una batida policial y pudo contar a un policía que en esos cuartuchos de la carretera ella y otras mujeres eran literalmente esclavas sexuales. 

Estela sabía a qué iba a España pero nunca que la iban a someter hasta explotarla de una manera, como dice ella, bestial. “A mí en Bolivia me propusieron que viaje a Madrid para ganarme la vida como trabajadora sexual”, sostiene con aplomo. Pero después, dice, le quitaron todos esos derechos que están suscritos en las convenciones básicas de los derechos humanos: la encerraron en un piso del centro de la ciudad, no la dejaban salir a la calle ni a comprarse toallas higiénicas; cuando no se acostaba con más de cuatro hombres por día le negaban la comida del mediodía y cuando se enfermaba la multaban con 40 euros por día no trabajado, lo que aumentaba su deuda; así, su libertad era cada vez más lejana. Cuando termines de pagar todo, te puedes ir, me decía ese hombre al que ahora detesto, un gilipollas que hacía de mi carcelero”, reniega sin ocultar la rabia acumulada con los años. 
Y fue una enfermedad la que terminó liberándola: “Me vino un mal venéreo por varias semanas hasta que quedé como un palo, flaca y débil. Se asustaron y para que no muera en ese lugar me abandonaron en la calle. Aún lo recuerdo. Fue en la parada del metro. Deambulé y en un albergue para pobres volví a nacer”, dice, emocionada, en una esquina de la zona de Gran Vía. 

Esta realidad, aparentemente silenciosa, es retratada de una manera potente por la cineasta Mabel Lozano, que el 3 de septiembre estrenó con mucho éxito en cines de Madrid Chicas Nuevas 24 horas, su último largometraje contra la trata de mujeres y niñas para la explotación sexual. “Chicas Nuevas 24 horas nos muestra paso a paso, cómo montar un negocio que mueve $us 32.000 millones al año. Un negocio en el que todo son ganancias, pues el cuerpo de una mujer, si es joven y se cuida, puede llegar a venderse en múltiples ocasiones durante el mismo día, incluso contra su voluntad”.

Lozano, crítica como es, sostiene que en el mundo está viviendo un momento de mayor movimiento migratorio y que nunca antes fue tan barato esclavizar a una persona. Porque ellas pagan sus propios billetes, lamentablemente es facilísimo pasar a los humanos por las fronteras. Las drogas y las armas se detectan con ayuda de la tecnología. Los seres humanos, cuando no saben que en realidad están yendo para convertirse en esclavos y son engañados con falsas promesas, hasta se muestran felices en los controles migratorios.

La cineasta Lozano lleva más de 10 años investigando sobre esta problemática no solo en Europa, sino también en América Latina. Con ese bagaje acumulado describe cómo opera uno de los mayores negocios mundiales que mueve más de $us 32.000 millones cada año: las mujeres cautivas pagan una multa por salir a la calle, bajo amenaza de que si no vuelven dañarán a sus familiares que se quedaron en sus países de origen; los tratantes, para no levantar sospechas, al principio permiten que las víctimas se comuniquen con su familia para que le mientan que están bien. Después pasan a estar cada vez más escondidas. Antes estaban en las calles y era más fácil detectarlas. Ahora en pisos, las meten en guetos y las abusan física y sicológicamente. 

El problema, añade Lozano, es que muchas veces se las trata como a prostitutas, como a delincuentes y no como a víctimas. “Aquí, algunos creen que es un problema ajeno a nosotros. No saben que son invisibles y que estas víctimas son nuestras. Hay que darles un apoyo integral. Muchas, cuando salen de esos guetos, no testifican por el miedo”.
Esta cineasta española da conferencias en colegios y universidades para fomentar la igualdad entre hombres y mujeres porque está segura de que la desigualdad ocurre porque las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres en este mundo. “Eso las hace carne de cañón para los traficantes”, sentencia. 

Un negocio conocido
La Policía española sabe que se trata de un negocio muy lucrativo. José Nieto, inspector jefe del Cuerpo Nacional de Policía y experto en extranjería de Madrid, confiesa que a la Policía especializada le ha costado mucho que la gente se concienciara de que con el tráfico de seres humanos están frente a un delito. “Todos saben que la droga mata, pero cuando ven a mujeres ejerciendo la ‘prostitución’, creen que es porque quieren esa vida, o porque son vagas o quieren dinero rápido y fácil. Eso creo que lo ha pensado el 95% de la población.

Detrás de estas mujeres hay proxenetas y una organización fuerte que las obliga a prostituirse”, dice con conocimiento de causa, con esa experiencia que va acumulando cada día por el trabajo que desarrollan los 12 grupos, cada uno con 12 policías, de la unidad que él dirige. Uno de esos grupos se ocupa de investigar la trata y tráfico contra mujeres de América del Sur. 
Regina fue una de las mujeres en Madrid que sintió el apoyo de la Policía españo-
la cuando la madrugada de hace varios años entraron en ese gueto y la rescataron antes de que ese mundo oscuro se la devore