Caravana migrante: México insiste en ser la primera línea del muro de Trump
Axel David tenía 16 años y solo dos opciones: marcharse de Honduras o esperar a ser asesinado. Residía en un arrabal a las afueras de la capital, Tegucigalpa, donde manda Barrio 18, una de las pandillas más violentas del centro y norte de América. No había cumplido la mayoría de edad cuando recibió su advertencia: o te vas o eres niño muerto. Decidió huir.
El miércoles 15 de enero llegó a San Pedro Sula, que durante algunos años se ganó el apelativo de la ciudad más violenta del mundo. Allí le esperaban cientos de personas como él: pobres, con sentencia de muerte firmada, sin expectativas. Todos emprendieron el camino hacia México para, a través de dos rutas que cruzan los estados de Tabasco y Chiapas, llegar a Estados Unidos. La primera caravana migrante de Centroamérica de 2020 inició su marcha ese día.
Al llegar a la frontera de Guatemala con México, los más de tres mil caminantes chocaron con la Guardia Nacional mexicana, que les cerró el paso. Nunca antes agentes mexicanos se habían parecido tanto a la Border Patrol estadounidense: lanzaron gases, desplegaron escudos, golpearon migrantes, cazaron a los que trataban de colarse y devolvieron pedradas. El muro que quiere construir el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se formó en otra frontera con los cuerpos de decenas de guardias nacionales mexicanos.
De todas las caravanas que ha habido en los últimos años, esta es la que menos opciones tiene de llegar a Estados Unidos o quedarse en México. Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegó al poder con promesas de una política más humanitaria hacia los migrantes centroamericanos, en realidad ha sofisticado el sistema para su control, detención y deportación. El trato hacia esta caravana solo lo demuestra.
El espejismo de sus declaraciones de campaña, de ofrecerles empleo y visas, duró las primeras semanas de su gobierno. En enero de 2019 entregó 13 mil tarjetas de residente por motivos humanitarios pero, cuando parecía que la política migratoria mexicana estaba viviendo un cambio histórico, AMLO decidió plegarse a las presiones de Trump y restringir el acceso de los migrantes.
Hoy, las alternativas que el gobierno mexicano les deja son dos: regresar a sus países de origen, donde les espera el hambre y la violencia, o pagarle a un coyote (traficante) para cruzar a Estados Unidos y alimentar las tradicionales redes de tráfico de personas.
En México les aguardan cárceles para migrantes como La Mosca, una antigua fábrica en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, que el Instituto Nacional de Migración (INM) utiliza como estación migratoria desde junio de 2019 por la sobrepoblación que ya en existe en Siglo XXI, el mayor centro de detención de extranjeros de América Latina.
La novedad no es que México ejerza de muro de contención para los centroamericanos que han dado por desahuciados a sus países, ha sido así desde hace mucho tiempo. Lo que sorprende es que López Obrador, que prometió una política más humana, los engañe de esta forma.
El 17 de enero, tras el anuncio de la caravana de este año, el presidente anunció que habría 4 000 puestos de trabajo para los migrantes que llegaran al país. Los oficiales de la Guardia Nacional les aseguraron, ya en la puerta fronteriza, que quien aceptase las normas y se entregase para registrarse, tendría oportunidades de regularizarse. Les pidieron confiar en un país que, al final, los detiene, los engaña y los deporta.
El INM emitió después un comunicado en el que reconocía que aquellos que obedecieron y atravesaron la frontera siguiendo el mandato de “migración ordenada” serán, en su mayoría, deportados. Mientras tanto, los mantiene encerrados desde el sábado en La Mosca.
Además, las únicas ofertas de empleo que México ha formalizado son en Honduras y El Salvador, y el sueldo que ofrecen es de entre 180 y 250 dólares al mes, menos del salario mínimo en esos países. La propuesta mexicana es que regresen a los sitios de donde escaparon, a buscar una paga que no les da para sobrevivir.
Desde el año pasado, cuando México endureció su política migratoria, nadie esperaba que pudiese surgir una nueva caravana centroamericana. Trump también había logrado, con la presión extra a los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador, evitar nuevos intentos.
Además, Trump tiene ahora un escenario óptimo para sus intereses, dado que se acerca su juicio político y es año electoral en EE.UU.: si la caravana avanza, podrá aumentar el discurso antiinmigrante que tanto le ha funcionado; y si México y los países centroamericanos la frenan, podrá apuntarse el tanto y celebrar que actúan por sus presiones diplomáticas.
El problema para todos estos gobiernos es que los motivos que han provocado las caravanas no han variado: violencia, pobreza y gobernantes que incumplen la obligación básica de garantizar la supervivencia de sus ciudadanos.
En el último año México redujo más de 70% el flujo de migrantes hacia Estados Unidos. Lo que no incluyen las estadísticas son los casos exitosos. A pesar de las espectaculares imágenes, la caravana en realidad es una minoría que simboliza un éxodo de proporciones desconocidas. La verdadera marcha se desarrolla a diario y en clandestinidad.
Si intentar cruzar en caravana es perseguido y pagar a un coyote te garantiza una oportunidad, parece que Trump y AMLO están lanzando un mensaje: no vayan en grupo, ahorren, paguen a un traficante y confíen en su suerte.
El otro camino es el que tomó Axel David, quien cruzó el viernes 17 hacia México y fue trasladado a un centro de detención. Lo más probable, si no comienza un proceso de asilo, es que sea deportado.
AMLO no es responsable del desastre que asola Centroamérica, pero sí de que sus víctimas tengan un trato humano al cruzar a través de México. No tratar de engañarles sería un buen punto de partida y, para de verdad marcar una diferencia, bastaría con retomar la senda de sus primeras semanas de mandato: regularización humanitaria en libertad, opciones para pedir refugio e información fiable. Tiene la oportunidad de dejar de ser la primera línea del muro de Trump y convertirse en un referente para toda la región.
Alberto Pradilla es reportero en el sitio Animal Político y autor del libro ‘Caravana: cómo el éxodo centroamericano salió de la clandestinidad’.