Cuando emigré a Estados Unidos, nadie me dijo: “No vengas”

Jorge Ramos
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El mismo día en que la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, dijo en Guatemala “no vengan” a los centroamericanos, miles de ellos cruzaron ilegalmente la frontera de México hacia Estados Unidos. El problema es que Estados Unidos está enviando dos mensajes, contradictorios, al mismo tiempo: no vengan y sí vengan. Y los inmigrantes solo están escuchando uno.

Este es el típico caso en que no hay que escuchar lo que dicen los políticos sino lo que hacen.

Durante su reciente viaje a Guatemala, la vicepresidenta Harris fue contundente. Dijo dos veces “no vengan” a los centroamericanos que están pensando en dejar sus países para venir a Estados Unidos. Estas declaraciones fueron muy criticadas por venir de una hija de inmigrantes de la India y de Jamaica, y por contradecir lo que ella misma había dicho en la campaña electoral.

“Estoy en contra de cualquier política que le dé la espalda a la gente que está huyendo de un peligro”, dijo Harris en marzo del 2019, cuando aspiraba como candidata a la Casa Blanca. “Francamente va en contra de todo lo que creemos. Así que yo no aplicaría ninguna ley que rechaza a la gente sin darle una oportunidad de un tener un proceso justo de asilo o como refugiado.”

Hoy Harris, como vicepresidenta, ha tenido que salir a defender los intereses del gobierno que representa, no su propio punto de vista. Y por eso chocan sus declaraciones. ¿Qué habría pasado si un político estadounidense le hubiera dicho a la madre de la India de Harris o a su padre de Jamaica que no vinieran a estudiar a Estados Unidos?

Alejandro Mayorkas, el secretario de seguridad nacional, salió en una entrevista a defender las palabras de la vicepresidenta. “Fueron unas declaraciones cargadas de humanidad”, dijo Mayorkas a Yahoo!News. “No vengan, es peligroso. La frontera no está abierta.”

Aquí también llama la atención que estas palabras vengan de un inmigrante como Mayorkas nacido en la Habana, hijo de padre cubano y madre de Rumanía, y con familiares que huyeron del nazismo en Europa. ¿Qué hubiera pasado si en esa época alguien le hubiera dicho a la familia Mayorkas que la frontera no estaba abierta?

El caso es que la familia de la vicepresidenta Harris y del secretario Mayorkas pudieron entrar legalmente a Estados Unidos. Y al hacerlo cambiaron la historia de este país: ella es la primera mujer y afroamericana en la vicepresidencia, y él el primer latino en ese puesto. Hay muchos niños centroamericanos que legítimamente se pueden preguntar: si ellos lo lograron ¿por qué yo no? Es ese mantra tan estadounidense -que cualquier puede lograr lo que se proponga si hace un gran esfuerzo- el que choca con las políticas migratorias en la frontera.

Los inmigrantes centroamericanos, claramente, no están escuchando las palabras de Harris y Mayorkas. Lo que están viendo es que muchos niños y familias centroamericanas están cruzando ilegalmente la frontera y que no los están deportando. Al contrario, les están abriendo sus procesos de asilo y les dan refugio temporal.

Estos inmigrantes -que son verdaderos expertos en las leyes migratorias de Estados Unidos y que se pasan semanas y meses planeando su entrada al país- saben que ha terminado la crueldad que caracterizó al gobierno de Donald Trump hacia los extranjeros. Y por eso están cruzando en grandes números.

En mayo pasado cruzaron y fueron detenidos 180,034 inmigrantes en la frontera sur de Estados Unidos, según cifras de la Patrulla Fronteriza. En promedio son más de 6 mil por día.

Muchos de ellos (62%) fueron deportados inmediatamente y regresados a México bajo una ley de emergencia sanitaria. Pero otros se quedaron.

​La nueva política del gobierno de Biden es no deportar a los niños que cruzan solos la frontera. En mayo entraron 10,765 menores sin sus padres y en abril fueron 13,940. Esto es un cambio radical respecto a las políticas de Donald Trump, quien deportó a miles de niños y a muchos los separó de sus padres. También, algunas familias se han quedado.

Y esto es lo que ven los inmigrantes en Centroamérica que están pensando en venir al norte. No lo que dicen los políticos estadounidenses sino lo que ven en las noticias, en las redes sociales y lo que les dicen familiares y amigos que ya cruzaron.

​La actitud de muchos inmigrantes parece ser: Trump ya no está, vamos a tratar de cruzar ahora con Biden. Aunque sea peligroso. Aunque sea ilegal. Por supuesto, lo ideal es que hubiera un proceso burocrático, efectivo y seguro, para hacer una solicitud de entrada desde tu país hacia Estados Unidos y así evitar a coyotes, robos y violaciones. Pero ese camino no existe.

La realidad es que, para muchos hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, es mucho más arriesgado quedarse en sus naciones que cruzar México y saltar el río Bravo. Entiendo que el mensaje oficial del nuevo gobierno es “no vengan”. Pero la historia de protección y esperanza de Estados Unidos hacia los que vienen huyendo de la violencia, las pandillas, la represión, el hambre y el cambio climático es mucho más poderosa.

​Cuando me quise ir de México a Estados Unidos a mí nadie me dijo: “no vengas”. Al contrario. Varios amigos estadounidenses me apoyaron. Esta es mi mini-historia. A principios de los años 80 México era un país sumamente autoritario y represivo. No había democracia, el presidente era elegido por dedazo y había censura directa. Como un inexperto y joven periodista solo tenía dos opciones: me quedaba y luchaba por nuevos espacios (como tantos valientemente lo hicieron) o me iba. Y me fui. Por muchas razones.

​Estados Unidos me abrió las puertas cuando más lo necesitaba. Y aquí estoy. Por eso no me atrevo a decirle que no vengan a los que están detrás de mí.

 

Por Jorge Ramos Ávalos