La decisión de eliminar los ministerios de Comunicación y Culturas vuelve a generar un foco de controversias con sectores con los que el Gobierno ya mantenía disputa. La pregunta es si se eliminaron esas carteras por la incapacidad de sus titulares o la condicionalidad de las relaciones que mantenía con los dos sectores. El Ministerio de Comunicación era de algún modo el lugar donde se había generado un nexo de atención a los medios con publicidad pagada. Eliminarlo significa burlar cierta presión condicionada por la coyuntura económica.
El Ministerio de Comunicación venía siendo objeto de observaciones desde la pasada administración del MAS porque más allá de haberse convertido en una especie de templo sagrado de recursos para periódicos, canales de televisión, radios y revistas, no ejercía función práctica y cerrarlo era una misión suprema. Su estructura burocráticamente tediosa hacia la función de un hospital de clínicas de las empresas dedicadas a la comunicación.
No hace mucho, en medio de pandemia por la Covid-19, una de las intervenciones más desafortunadas de la ministra del sector, fue presentar una lista de medios que recibía publicidad en los que se encontraban casi sin excepción todos los medios, lo que los puso en una especie de lista de Schindler, algo más o menos parecido a que los bancos publiquen la lista de sus deudores por la supuesta relación económica de ellos con el anterior Gobierno.
Si bien nunca es tarde para tomar una decisión, esta es la consecuencia de los miles de pedidos que se han generado en grupos afines al Gobierno en las redes sociales, pidiendo a gritos se desmonte la estructura masista en el aparato estatal. No se podía esperar otra cosa, si es que como la propia presidenta ha declarado que usa las redes como principal fuente de información.
Corresponde pensar que los medios de comunicación viven de la publicidad pagada y al cerrarse una pila apetecida de sus ingresos, como se cierra el ministerio, se cierra un ciclo de bonanza. Otra de las consecuencias es la ruptura del diálogo que había establecido muy precariamente con las organizaciones afiliadas a la prensa para evitar fricciones que profundicen las diferencias en cuanto a la libertad de expresión, que era cuestionada desde la pasada administración.
En relación al Ministerio de Culturas es otra clara señal de disputa con un sector que había recibido sin ecuanimidad, es cierto, recursos para sus emprendimientos. Cuando en la casa del pueblo se cocinaba la resolución de cierre de esa cartera, las organizaciones de artistas se reunían de emergencia para exigir el cambio de la ministra Yucra, resultado de la inoperancia y falta de capacidad para interactuar con la sociedad de artistas en todas sus manifestaciones sin excepción. Otra lectura es que ha comenzado una masacre blanca inédita de fuera a dentro.
El Gobierno acaba de tomar dos decisiones asintomáticas de una crisis que se instala muy cerca y delinea su incapacidad de gestión que lo acaban de poner en una curva aún más declinante de la que ya se encontraba, antes del cierre de estos dos ministerios.