Los políticos hacen cálculos políticos, porque viven del poder. Los ciudadanos hacemos cálculos económicos, porque vivimos de intercambiar bienes y servicios. Y si por los efectos de la devaluación o inflación, aquella herramienta con la que intercambiamos nuestro trabajo pierde su valor, entonces el sudor de nuestra frente valdrá también un poquito menos.
Todos queremos que bajen los precios. Pero el único precio que acaba de bajar es el precio de la fragmentación del voto. El cálculo es sencillo: para pasar a segunda vuelta en las elecciones del 2025 antes se necesitaba obtener el 40% del voto. Ahora, con obtener el 25% del voto, un político puede aspirar a la presidencia de la nación.
El cálculo político coloca a Luis Arce Catacora, actual presidente, en una excelente posición. Porque si Arce sale segundo ante Evo, fácilmente ganará en segunda vuelta. Y si sale segundo ante un opositor, posiblemente también gane. Pronosticar el resultado de las próximas elecciones, sin embargo, no es aquí el objetivo.
El dinero es una herramienta muy útil, porque permite intercambiar eficientemente trabajo, bienes o ideas. Sin esa herramienta la sociedad sería mucho más pobre. Y si lo que usted puede comprar hoy con 100 pesos, mañana es la mitad, entenderá también que el dinero es una herramienta frágil.
El dinero existe hace 3,000 años. Pero la sociedad aún no entiende exactamente cómo funciona. Al dinero se lo ve como una sustancia eterna, y no como parte de un proceso. Por ende –tanto en la izquierda y derecha– se le atribuye poderes metafísicos, como si fuera un talismán. El amor al dinero, después de todo, “es la raíz de todos los males”.
Yo agregaría, “la ignorancia de cómo funciona el dinero es la raíz del subdesarrollo”. Muestra de ello fue la “brillante” idea de convertir las tierras expropiadas por la Reforma Agraria en inembargables. Ello le quitó al campesino el derecho a prestarse dinero de la banca. Entender la raíz de la devaluación de facto del peso boliviano es evidencia adicional. Ahora hablemos de la oposición.
¿Propone acaso la “oposición” un modelo de desarrollo que permita reducir la burocracia inoperante y clientelista? Más allá de tibias propuestas de acabar con el extractivismo y atraer inversión extranjera, los opositores hablan en generalidades, las cuales acaban avalando el modelo centralista y estatista, lo cual limita la capacidad de todo ciudadano de competir, arriesgar y apostar por el país.
Reducir el debate a “izquierda” y “derecha” ha banalizado la discusión, porque la oposición boliviana es casi toda igual de “izquierda” que el MAS. Tal vez ello se deba a que nuestra ignorancia de cómo funciona una economía es igual de precaria que cuando se derrocó a la oligarquía en 1952. La tecnología, sin embargo, no permitirá seguir manipulando al pueblo.
Javier Milei es fenómeno político gracias a una generación mejor informada. Y –tarde o temprano- la tecnología ha de exponer a una oposición mediocre, sin propuestas, igualmente estatista y de izquierda “light”, cuyo precio de su angurria podría tener un descuento de hasta el 40%.
Al reducirse el precio de la fragmentación, aumentará la competencia. Ojalá dicha competencia obligue a la oposición a explicar cómo piensan aumentar la productividad, reducir el gasto fiscal y mantener el valor de nuestra moneda. Y ojalá la juventud descubra que en Bolivia todas las opciones son de “izquierda” y que lo único que está en juego es quien se quedará con el poder.