El teatro de la crueldad
Lo único que hay después de un final es un nuevo comienzo. Algunos edificios, nuevos palacios y tal vez algún parque serán nuevos. El resto, es decir, el ser humano sigue siendo igual. El mundo en sí, es una arena muy compleja. Por ese motivo no se lo puede ordenar utilizando soluciones simples. Mientras en el planeta existen dos personas que quieren demostrar su poder y supremacía sobre el otro; el sistema, llámese cómo se llame, será un capitalismo cruel.
El resto no es nada más que el teatro, que como tarea tiene la obligación de disfrazar los comportamientos humanos, crueles en diferentes formas.
Un ejemplo claro son los programas de televisión que tienen -además de mover enormes sumas de dinero- la tarea de embrutecer y pasivizar al consumidor hasta llevarlo a un estado de sonambulismo despojado de su auténtico y creativo punto de vista; dones que todo ser humano recibe al nacer. Una vez sin iniciativas y sin uerzas para buscar soluciones que podrían mejorar el estado general de las cosas, los seres humanos, se convierten en objetivos sociales que a diario ingieren la píldora de los medios masivos que a los miserables, destruidos, empobrecidos y sin justicia, les ofrece el reemplazo para una vida real ausente, miserable en general.
Las religiones, sin importar a que credo pertenecen, también entran en esta relación de consumidor y sistema de venta corporativo. Sucede que las autoridades religiosas tratan a sus fieles como consumidores de sus servicios. Entonces, sucede una transacción simple: feligreses vienen al templo para consumir velas, coronas, entierros, bautizos, predicas y otros y por ese servicio dejan dinero en sus templos. Todos parecen estar contentos con esta relación transaccional.
En realidad nada esta tan bien como para estar contentos.
Hoy en día, cuando me atrevo decir todas las formas del bien y el mal, se han convertido en sus propias sombras, podríamos mencionar la palabra amor. El amor de manera puramente cristiana, que desenmascara, despoja de ego, destruye falsedades y todo tipo de poder. Amor, que juntó a la palabra libertad, ofrece una nueva forma de existir. El principio y el fin.
Amor. Tan simple y tan complejo a la vez.
Ni siquiera la familia, como cuerpo podría ser llamada el pilar de la sociedad. Hace tiempo que eso no sucede. Pues en la familia también y de manera muy notoria existe la lucha por el poder. Y en ese caso, claro, el amor está ausente. La libertad también.
La única manera de coexistir en todos los ámbitos sociales debería ser dejando al otro creativo y autentico.
Es decir: libre. Esto sí que se podría llamarse amor. Entonces una sociedad fortalecida por los individuos libres, llenos de amor, creativos y auténticos sería capaz de encontrar la forma de construir su hábitat intelectual, espiritual y material.
Mucho se habla de ética. Esta tendría sentido solo si es resultado de una forma de existencia, de lo que somos y no de lo que hacemos. Pues si la ética es una mera suma de las reglas impuestas o de las ideas abstractas de lo que está “bien” y lo que esta
“mal”, entonces es relativa y pierde sentido. En vez de insistir en una ética de este tipo, sería mejor tener leyes siempre y cuando estas se lleven a cabo.
Para comenzar podríamos borrar de los diccionarios las palabras: nosotros y ellos; sean estas las definiciones de la derecha, izquierda, comunismo o capitalismo; traidores o héroes y construir sociedades que introducirían algo que podríamos definir como igualdad para todos.
Entonces, tal vez, podríamos lograr un mundo de amor, justicia y libertad.