El “atentado” contra Morales (bajo cobertura) victimiza a quien se encuentra en la picota y hace un doble fondo, desnuda la consistencia del periodismo y deja piedra libre a quienes construyen la primicia desde un celular. Ayer fueron las imágenes del entorno del expresidente escapando (una vez más) para no asumir la responsabilidad de enfrentar su brutalismo, particularmente ignominioso y soez con las mujeres; los periodistas, sus colaboradores, desde un lugar que él considera equivocadamente privilegiado que desciende a los abismos (especie de calamidad pública y cataclismo nacional).
(Particularmente no dudo que se trató de un atentado); el “jefe” que se puso de moda desde que asumió al poder, empleando una doble moral condescendiente que comenzamos a emplear todos. El domingo en la madrugada cuando se conoció que el expresidente Morales -que vive un suplició por denuncias de estupro (por ahora) y trata, ha puesto al país en su laboratorio de experimentos bloqueando rutas y derruyendo la precaria economía- sufrió un atentado; habría que acordar si merece adhesión. El caso es una simplificación ordinaria de su triste y desbordada existencia.
Sus colaboradores piden a la comunidad internacional lo ayuden a salir del país. Tiran cartas para salvarlo del escarnio, la triste imagen de quien ha puesto a Bolivia en la indignidad, el indecoro, la indecencia y así la muerte le aterra porque al destruirse el cuerpo, se ve privado de lo que más quiere.
¿Qué precio tiene la vida y el terror de la muerte para él?