La ‘buena’ y ‘la mala’ mujer negra

Por Carolina Rodríguez Mayo | Manifiesta
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Colombia, Francia Márquez, mujer afrodescendiente
Foto: Sergio Acero - Colprensa

“prefiero a una católica negra de Vicepresidenta como Marlén Castillo, que a una negra santera como Francia Márquez”.

El tuit lo publicó el ex candidato a la Cámara de Representantes Miguel Polo Polo, un día después de que el país saliera a votar para elegir al nuevo presidente. En horas de la tarde ya se había definido el resultado para segunda vuelta: Gustavo Petro y Rodolfo Hernández se enfrentarán el próximo 19 de junio. Ambos tienen un apoyo masivo que suman un total de más de 14 millones de votos. Ambos tienen una propuesta política que aparentemente se sale del establecimiento político. Ambos tienen a mujeres negras/afrocolombianas como fórmula vicepresidencial, algo histórico en Colombia. Sería la primera vez que una mujer afro esté al frente de este cargo.

Ambas mujeres, el fenómeno político reconocido que es Francia Márquez Mina, y la casi desconocida Marelen Castillo Torres, han dado entrevistas esta semana a varios medios de comunicación de cara a las semanas de la recta final. En sus respuestas refuerzan posturas ante la audiencia: Marelen es una mujer católica cuya posición personal está en contra del aborto, mientras Francia Márquez ha defendido varias veces el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, por ejemplo.

Hay varias diferencias en las visiones de país y las posturas de ambas candidatas a la vicepresidencia. Y es apenas lógico, pues no por ser mujeres afro, vamos a tener una forma única u homogénea ni de vivir nuestra negritud ni de perspectivas políticas, como suele creerse en el país. Sin embargo, esta diferencia marcada de posturas (una activamente antirracista, la otra no, una es antiaborto, la otra defiende el derecho a abortar, por ejemplo) ha empezado a generar en la conversación mediática, una comparación como la que hace Polo Polo, entre ‘la buena y la mala mujer negra’, y con cuál de las dos nos queremos quedar en Colombia.

Por un lado, los sectores que votarán por Rodolfo Hernández hacen un paralelo entre Marelen, “Pausada, centrada, sin discurso de odios”, y su contendora Francia Márquez a quien califican como “Llena de odios y con pasados llenos de resentimiento”. O una negra católica y una negra santera, usándolo de manera despectiva, como lo dijo Polo Polo. Por su lado, los sectores que votarán por Gustavo Petro, asocian a Francia Márquez con la dignidad del pueblo negro, con una mujer que representa la deuda histórica que el país tiene con las comunidades afro, y a Marelen algunas personas la leen como “Un tipo de negro que le gusta al establecimiento: calladitos, sin exigencias para su comunidad y sin incomodar los privilegios”.

La comparación entre mujeres ha sido una dinámica misógina histórica que nos ha tocado combatir. ¿Pero qué pasa cuándo se crea el relato de que existe una buena y una mala mujer negra? ¿Tiene cabida ese relato en estas elecciones? ¿Qué formas de racismo se cuelan y se fortalecen con esta comparación?

Es fundamental aclarar que la existencia de esta idea de ‘buena’ o ‘mala’ mujer negra busca señalar los sesgos raciales que hacen parte de nuestros discursos. Ahora, en elecciones, estamos viendo el uso de estos sesgos para enfrentar a las candidatas, dos mujeres que se reconocen como negras/afrocolombianas.

Esta comparación tiene raíces históricas. El mito del ‘buen’ negro viene de una novela nortearmericana llamada La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher, que cuenta la historia de un hombre negro esclavizado que es dócil, empático y obediente con las personas que lo esclavizaron, o al menos esa es la idea que se mantiene en el imaginario popular. Lucila Rodríguez Alarcón, directora de por Causa Foundation, que promueve el periodismo investigativo enfocado en desigualdades basadas en raza, género y condiciones migratorias, afirma que: “El tío Tom es el esclavo negro de la casa que no se plantea otra vida diferente de la que tiene. Es un personaje de una pureza extrema, un hombre recto y bueno hasta límites insospechados que, pese a todos los horrores que padece, siempre logra mantener su fe y su humanidad”.

Este personaje literario saltó de las páginas de los libros y se convirtió en un referente dentro de las dinámicas sociales y a la hora de hablar sobre raza y racismo. Ha sido acuñado por grandes activistas como Malcom X y Muhammad Ali, para referirse a personas negras que han ‘traicionado’ a su propia gente. Hoy en día, afirmar que una persona negra padece de síndrome de Tío Tom, es hacer una profunda crítica a las personas negras que, como lo hizo el Tío Tom, pretenden reforzar el estatus quo, pero que a su vez están encerradas en dinámicas de las que no pueden salir, porque serán juzgadas duramente.

Esta figura puede ser leída como un victimario que entrega o ignora a su gente a cambio de no pasar incomodidades o flagelos. Pero también puede ser vista como víctima, pues responde a un sistema que orilla a muchas personas racializadas a vivir procesos de asimilación cultural con el fin de protegerse y sobrevivir.

Más temprano que tarde, esta figura va a terminar de ser completamente asociada en medios y en redes con Marelen Castillo. Ya ha empezado a verse un tratamiento diferente entre ella y su contendora Francia Márquez en medios de comunicación y redes sociales. Una diferencia que no solamente responde a temas ideológicos, sino a temas raciales: Marelen Castillo no es vista como una amenaza a las élites ni a los movimientos políticos tradicionales, como sí lo ha sido Francia Márquez.

Esta comparación mediática vuelve a traer a la mesa el síndrome del Tío Tom, que está atravesado por una dicotomía: por un lado darle la espalda a su gente negra y, por el otro, rechazar profundamente su origen para gozar de buenos tratos y privilegios, justamente por el temor al maltrato. En esta coyuntura política, Marelen Castillo está siendo presentada como ‘la buena mujer negra’, la que le funciona mejor al establecimiento porque refuerza la idea de que hay personas negras ‘bien portadas’ y de que no todas las personas negras han sido discriminadas por su raza.  Este síndrome también sirve para intentar demostrar que las personas negras que denuncian acciones y discursos racistas están simplemente ‘resentidas con la vida’, como repiten en el caso de Francia Márquez, porque en efecto hay personas negras que supuestamente nunca encaran estas situaciones difíciles.

El Tío Tom es visto con condescendencia y consideración, porque en su proceso de asimilación cultural apoya a quienes lo oprimen. Esto lo podemos ver en las posturas de la candidata Marelen Castillo Torres que, como mujer negra-afrocolombiana, no se ha pronunciado de manera vehemente contra las afirmaciones racistas y sexistas de su compañero de fórmula Rodolfo Hérnandez, quien, sin temor a su propia ignorancia, reconoce que no sabe dónde queda Vichada, uno de los departamentos con más comunidades originarias en el país. El candidato también cree que las mujeres venezolanas son una “fábrica de hacer niños pobres”, como dijo hace unos meses.

En los medios, en las redes, en las conversaciones, Marelen Castillo está representando a otra mujer negra. Una a la que primero le exaltan sus títulos universitarios y su afiliación religiosa, dos cosas que responden a la forma tan blanqueada en la que vemos la preparación necesaria de quienes emprenden carreras políticas electorales. Una visión que pondera títulos (los que sean), por encima de la experiencia con comunidades y en las regiones, como la que tiene la lideresa defensora del Medio Ambiente ganadora del premio Goldman, Francia Márquez.

El síndrome del Tío Tom también puede crear divisiones entre las comunidades negras. Divisiones que sostienen estereotipos que violentan, en muchas ocasiones, tradiciones y costumbres de origen africano, como la santería a la que se refiere Polo Polo.

Una candidata abiertamente antirracista y feminista como Francia Márquez Mina amenaza la misma idea en la que se ha cimentado la colombianidad, pues sus posturas señalan, de forma constante, problemáticas que hemos ignorado durante gran parte de nuestra historia. Estas se relacionan con la manera en que se omiten abiertamente conversaciones en las aulas, las calles y los medios sobre raza, género y clase. Francia Márquez ha sido una de las primeras mujeres negras políticas que resalta en su discurso el racismo como un problema que empobrece a las poblaciones del país y que es la raíz de muchos otros actos de odio y discriminación.

Los ataques mediáticos que recibe Francia Márquez también se relacionan con este discurso anti-negritud, que además concibe una apariencia física ‘ideal’ para que una persona negra sea percibida como colaboradora, respetable y profesional.

Esto no es algo menor. La asimilación cultural tiene una incidencia enorme en cómo las personas negras y racializadas se visten, se peinan y se establecen en el mundo laboral o académico. Los tuits que se han encontrado en redes sociales durante estos días son un ejemplo claro de la expectativa de esa apariencia en la ‘buena’ gente negra. Como lo menciona Angélica Gallón, periodista de El País y antigua directora de Fucsia, en su artículo Vestirse todos los días con su tierra, “Lejos de todos los mandatos de la estética política, la candidata por el Pacto Histórico ha decidido asistir a todos los mítines y entrevistas televisadas con su pelo afro natural, el más africano que hay, a veces someramente recogido con una bamba (pieza elástica, muchas veces del mismo color de su traje) diciéndole a todas las mujeres afrocolombianas, palenqueras, negras y raizales que no hay nada de ‘malo’ con su pelo”.

Comparar la forma en que ambas mujeres negras se estilizan para sus apariciones públicas mantiene y profundiza una idea racista y misógina de que debe existir una manera única en la que las mujeres deben lucir cuando participan en política electoral. Además, en el caso de Francia Márquez, esa comparación podría criticar la celebración de la ancestralidad que vemos en la candidata, y más bien abrazar una ‘idea moderna’ de lo que es ser una mujer negra con la apariencia y el estilo de Marelen Castillo.

En esta contienda electoral, donde por primera vez en la historia de Colombia figuran dos mujeres negras, podemos volver a enfrentarnos a la falta de memoria que nos sigue caracterizando. El racismo que persiste en nuestro país facilita que se den discusiones donde se pone a Francia Márquez en contra de Marelen Castillo con cargas raciales que tienen un peso histórico importante: insistir en que existe una manera ‘correcta’ de vivir la negritud y, aún más, de representarla. Ambas candidatas han sido la comidilla de medios en este sentido, pero no podemos dejar de insistir: no hay una manera singular ni ‘adecuada’ de vivir nuestra afrodescendencia y nuestra negritud.