La CELAC mostró la casi nula ‘unión latinoamericana’

Ricardo Raphael | The Washington Post
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El 18 de septiembre se realizó la sexta cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en Ciudad de México. Fue todo un éxito para exhibir la situación precisa de los vínculos políticos y afectivos entre el Río Bravo y la Paraquaria, y desnudó con rotundidad lo que hace tiempo el escritor Jorge Volpi llamó “la pesadilla de Bolívar”: hoy entre las naciones es central la política del recelo y la polarización.

A México le toca liderar la CELAC

A México le tocó liderar la CELAC en uno de los momentos más devaluados de la cooperación latinoamericana. Aunque el propósito de Andrés Manuel López Obrador, presidente mexicano y de este organismo durante 2021, hubiera sido atemperar la polaridad del subcontinente, esa misión era prácticamente imposible.

México terminará su mandato sin haber logrado construir un solo puente. Si bien pudo traer al evento a altos representantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, no acertó para aproximar esas posiciones con las Brasil, Chile, Colombia, Uruguay o Paraguay.

Peor aún: las propuestas mexicanas resultaron anticlimáticas dentro de un ambiente ya de por sí erosionado. No encontraron eco las iniciativas de López Obrador de sustituir a la Organización de Estados Americanos (OEA) por la CELAC, ni de hacer que esta transitara hacia un organismo similar a la Comunidad Económica Europea (CEE), la cual dio pie a la Unión Europea (UE).

Ambas ideas fueron un vestido demasiado grande para la pequeñez del momento por el que atraviesa el continente: ánimos grandilocuentes que reventaron ante el muro de una realidad arrinconada. Los sistemas de creencias imperantes entre los gobiernos son hoy irreconciliables y de ahí viene la pesadilla.

¿América Latina unida?

Desde luego, sería deseable un entendimiento mínimo para que una América Latina unida pudiese avanzar sus intereses frente al resto del continente y del planeta. Los desafíos planteados por la falta de desarrollo, la violencia, el crimen, la migración, el comercio, la desigualdad y el cambio climático, entre otros, deberían despertar una fraternidad hoy paralizada entre pueblos que comparten mucha identidad. Sin embargo, más grandes que cualquier coincidencia son aún las fronteras.

Cabe descreer de quien propone a la ideología como el principal problema. Si bien hay un abuso entre los analistas de la distinción entre izquierda y derecha, en la realidad esa brújula sirve poco para orientarse políticamente en estos días. Como ejemplo de que desde hace algún tiempo las razones para coincidir se han modificado, está la extraordinaria relación que en su momento tuvieron el izquierdista López Obrador y el conservador Donald Trump, expresidente de Estados Unidos.

Sin embargo, hay un tema que ubica de manera incontrovertible el lugar que cada cual ocupa en la mesa: el elefante más grande en la reunión del sábado fue el diferendo sobre los derechos humanos. La controversia tiene que ver con la imposibilidad de las naciones latinoamericanas para compartir un mismo modelo de realidad respecto a este tema. No solamente los derechos humanos consiguen una definición distinta según el país que los aborda, sino que además el método para aproximarse a la defensa de estos es muy diferente.

Brasil abandona CELAC

Este diferendo llevó, por ejemplo, a que en enero de 2020 Brasil abandonara la CELAC, cuando su gobierno reclamó el protagonismo que Nicaragua, Cuba y Venezuela habían cobrado dentro del organismo, pese a ser “régimenes no democráticos”. ¿Puede hablarse de América Latina sin Brasil? Dada la relevancia geopolítica de este país la respuesta es obvia: desde principios de 2020 la CELAC es un ave que vuela con una sola ala.

El gobierno de Argentina ha sido tan vocal como el de Brasil respecto de las violaciones a los derechos humanos en Nicaragua; y los de Colombia, Uruguay y Paraguay sobre Venezuela. La ausencia de Chile —quien también se ha pronunciado sobre Venezuela— en esta cumbre también es un punto a analizar.

En este contexto, la iniciativa de López Obrador de superar los diferendos imitando la ruta seguida por la Comunidad Económica Europea nunca tuvo futuro. La CEE y la UE nacieron a partir de sistemas de creencias similares a propósito de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Esa es una de las razones principales por las que en 1957 no fueron invitados a formar parte países como España o Portugal, que estaban gobernados por dictadores.

Pedirle hoy a Colombia, por ejemplo, que menosprecie la severa crisis que tiene en sus relaciones con Venezuela —según los principios de “la autodeterminación de los pueblos y de la no intervención” que señaló López Obrador— revela la falta absoluta de entendimiento sobre el conflicto que viven esas dos naciones.

Para zanjar esa y otras controversias, López Obrador opinó que los asuntos relativos a los derechos humanos y la democracia deberían dirimirse por “agencias especializadas”. El subtexto de este mensaje es que, a su parecer, la OEA no cumple con tales criterios.

Ciertamente, después de los resultados, la CELAC tampoco serviría para esos propósitos, primero porque los desacuerdos dentro del organismo son muy grandes, y segundo porque no habría ningún incentivo entre Estados Unidos, Canadá o Brasil para desplazar a la OEA y sustituirla por esta otra instancia fallida.

Así las cosas, la pesadilla de Bolívar se impone sobre su sueño y se ve lejos todavía el día en que, además de la sangre y la identidad latina, otros motivos reúnan a una geografía hoy tan apartada.

Ricardo Raphael es periodista, académico y escritor mexicano. Su libro más reciente es ‘Hijo de la guerra’.