La creciente desigualdad profundizará la erosión de la democracia en EEUU

Por Susan Stokes (Proyect Syndicate)
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Foto: Tomás Ondarra

Los recortes a Medicaid y las reducciones impositivas para los ricos impulsadas por los republicanos amenazan con profundizar la desigualdad en EEUU. Esa brecha creciente debilita la confianza en las instituciones y favorece el avance de líderes autoritarios.

Hace varios años, Isaiah Rogers, un padre soltero de 61 años de West Pullman, Illinois, se vio obligado a dejar su trabajo como podador de árboles debido a la visión borrosa, mareos y otros síntomas de lo que más tarde descubriría que era diabetes tipo 2. Desde entonces, Rogers depende de Medicaid para pagar las consultas médicas y los medicamentos que, como él mismo dice, “me mantienen a flote”.

Los fuertes recortes a Medicaid previstos en la ley republicana One Big Beautiful Bill Act representan una amenaza grave para Rogers y para los millones de estadounidenses pobres y discapacitados que dependen del programa público de cobertura médica. Sumados a las amplias reducciones impositivas para los ricos que incluye la misma legislación, estos cambios agravarán los ya elevados niveles de desigualdad de ingresos en Estados Unidos. Eso es una mala noticia para la democracia estadounidense –y una buena noticia para las fuerzas autoritarias que la amenazan.

Mi investigación muestra que cuanto mayor es la brecha de ingresos entre los más ricos y las clases media y baja en una sociedad democrática, más probable es que el electorado elija a un líder dispuesto a concentrar poder y violar las normas políticas. Quizás el ejemplo más claro de una democracia muy desigual deslizándose hacia el autoritarismo ocurrió en 2016, cuando Estados Unidos eligió presidente a Donald Trump, quien atacó a la prensa y amenazó con encarcelar a sus opositores políticos.

Pero Estados Unidos no es el único caso. Como muestro en mi nuevo libro, The Backsliders, unas dos docenas de países –entre ellos Hungría, India, Brasil y Sudáfrica– han experimentado erosión o retroceso democrático en los últimos años. La mayoría de las veces, presidentes y primeros ministros elegidos en las urnas ampliaron el poder ejecutivo mientras dejaban de lado al Poder Judicial, intimidaban a la prensa, perseguían a opositores y desafiaban el Estado de derecho.

Cuanto más desigual es económicamente una democracia, más vulnerable resulta a una toma de poder autocrática. Esto se debe a que en ese contexto la gente percibe que la metáfora de que “la marea creciente levanta todos los barcos” no se cumple. Esa sensación de quedar atrás mina la confianza en las instituciones “de élite”. Por ejemplo, Henry E. Brady y Thomas B. Kent, de la Universidad de California en Berkeley, vinculan la sostenida caída de la confianza en las instituciones estadounidenses –incluyendo el Poder Judicial, el Congreso, la prensa y el Ejecutivo– en el último medio siglo con el aumento de la desigualdad.

Además, la desigualdad suele ir de la mano de la polarización política, otro factor que alimenta el retroceso democrático. Cuando los votantes ven a sus adversarios como enemigos, son más proclives a aceptar que sus propios líderes ataquen las instituciones democráticas.

Un público cínico y polarizado juega a favor de un aspirante a autócrata. Eso vale tanto para un etnonacionalista de derecha –como Trump o el primer ministro indio Narendra Modi– como para un populista de izquierda –como el presidente venezolano Nicolás Maduro o el expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO)–. Todos han sabido capitalizar el descontento, alimentando la discordia partidaria y la desconfianza hacia las instituciones democráticas.

Sin embargo, aunque los aspirantes a autócratas pueden ganarse el voto de sectores populares y de bajos ingresos culpando de sus problemas a las élites políticas, a los inmigrantes o a los grupos de interés, esta estrategia se vuelve menos creíble una vez en el poder. Por eso muchos de estos líderes –especialmente los que surgieron de partidos conservadores tradicionales– adoptaron políticas redistributivas y un gasto social más generoso.

En India, el nacionalista Bharatiya Janata Party de Modi, que en un principio apelaba sobre todo a los hindúes de castas altas, reconoció que para ganar elecciones necesitaba ampliar su apoyo entre las castas bajas y los sectores pobres. Así, incluso mientras reforzaba su nacionalismo hindú y su islamofobia, Modi impulsó programas sociales de gran escala, desde la construcción de baños hasta la distribución de combustibles para cocinar. En Europa, también, los etnonacionalistas de derecha se alejaron de la ortodoxia de “Estado pequeño” que había caracterizado a los partidos conservadores.

No resulta tan sorprendente que los populistas de izquierda también hayan combinado políticas a favor de los pobres con medidas que socavan la gobernanza democrática. Durante su presidencia en México, entre 2018 y 2024, AMLO aumentó el salario mínimo y las jubilaciones, al mismo tiempo que consolidaba su poder atacando a la prensa, al Poder Judicial y al organismo electoral independiente del país.

 El camino que sigue Trump

Pero Trump está siguiendo un camino distinto, con una retórica populista mientras amplía sin pausa la brecha entre quienes tienen y quienes no tienen. Figuras destacadas del movimiento MAGA (“Make America Great Again”), como el vicepresidente J.D. Vance, el senador por Misuri Josh Hawley y el histórico aliado de Trump, Steve Bannon, advirtieron que los seguidores de clase trabajadora del presidente podrían desilusionarse. Hasta ahora, Trump ha mantenido a su base con una dura política antiinmigratoria, un discurso de “ley y orden” y otros gestos de hombre fuerte. Pero al profundizar las desigualdades que impulsaron su ascenso, podría estar acelerando su propia caída dentro del universo MAGA.

Mientras tanto, los demócratas deberían aprovechar el próximo aumento de la desigualdad como una oportunidad para recalibrar su mensaje, promoviendo políticas que respalden a la clase trabajadora y mejoren la accesibilidad económica. El partido debe asumir que ha sido cooptado por intereses corporativos y económicos poderosos –un destino que también alcanzó a muchos partidos de izquierda y centroizquierda en Europa–.

Incluso si Trump logra manipular las consecuencias de su presupuesto y escapar de la ira de su base mientras la desigualdad sigue en aumento, el Partido Demócrata debe capitalizar el nuevo presupuesto –que quita a los pobres para dar a los ricos– para reconstruir su plataforma política. Esa plataforma debe enfocarse en políticas que realmente atiendan los intereses de las clases media y trabajadora y que ataquen la desigualdad en su raíz. La socialdemocracia puede ser la última y mejor oportunidad para frenar el avance del autoritarismo.

 

*Susan Stokes es profesora de Ciencia Política en la Universidad de Chicago y directora del Chicago Center on Democracy, es autora, más recientemente, de The Backsliders: Why Leaders Undermine Their Own Democracies (Princeton University Press, 2025).

 


"La realidad no ha desaparecido, se ha convertido en un reflejo"

Jianwei Xun
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