La hora cero

Carlos Rodriguez San Martin
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marset, Ecuador, Del CAstillo, Petro, milei

No parece fácil ni resulta sencillo aceptarlo. Javier Milei el outsider de la política argentina parece acertar varias tramoyas compuestas. La primera, tiene un componente de meticulosa adversidad contrapuesta con las expectativas del electorado, es decir, la clave de su apretado triunfo no mimetiza obstáculos, pero crea una barrera disonante con la realidad.

Todo parece volar por los aires desde la maltrecha economía. Los más realistas creen que hasta octubre -cuando se realicen las elecciones- el oficialismo no evitará que el desastre catalice su derrota, aun cuando parece inminente, la Argentina seguirá llorando bajo la sentencia de un rock pesado que la devolverá sin pena a la sinfonía de la tragedia.

Pero estos vientos no parecen extinguirse en la ecléctica narrativa argentina, invaden a más de dos y tienden a contagiar el efecto de una nave de mayor tamaño que parece convivir como una respuesta a las demás tragedias que se sustancian al pie del continente, sin vuelta de arco para mitigar el dolor de una sentencia.

Colombia se desangra por un camino pedregoso y algo menos casual que la tragedia argentina. Allá, Gustavo Petro comulga con la estampida clientelar que destapa la corrupción en la puerta de la propia casa; el régimen se desangra y trata de sortear el vendaval haciéndose de la vista gorda del financista narco. Ecuador pisa el acelerador de una novísima tragedia. Un candidato asesinado y las ocho mil patrullas de seguridad que no resuelven la estampida. Un narco es filmado para que nadie crea que el Estado inconcluso pueda articular palabras de aliento. Ocho horas de operaciones para trasladar al jefe de un cartel de la droga –el que amenazó a Villavicencio con matarlo- de una cárcel a otra. Es el tamaño de un drama que tiene otro nombre, se llama crimen organizado en efervescente asenso.

En Chile la izquierda sufre un torrente que baja la guardia ante la mirada atenta de la extrema derecha que sí tiene ascendentes; el barco de un Estado efímero y precario. En Bolivia un narcotraficante llama al encargado de la seguridad nacional “burro” y abre boquetes que decantan una condena que se escucha como cañonazo a más de siete leguas submarinas: “Si hablo, la política de Bolivia se va a la mierda”.

 

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