Madres de Pensilvania, Harari y Davos

Zana Petkovic
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opinión

Se necesita una habilidad política especial para usar de manera significativa y convincente las palabras “moralidad” e “interés” en la misma oración. De repente, la armonía está esperando que termine la guerra. La “moralidad” no es rentable y el arte se ha convertido en un producto cuyo valor definen los clanes que se esfuerzan por hacer dinero.

Son frases que van por mi mente mientras avanzo en mi caminata diaria, esta vez con paraguas creyendo al pronóstico del clima que promete lluvia. El sonido de una llamada irrumpe la imagen del clima y mi amiga quiere saber qué está pasando en la guerra en Europa. Antes de contestarle se aferra a su monólogo y se contesta a sí misma. La escucho pacientemente mientras busco un lugar para sentarme y entregarme al placer de un buen café. Desde que tenemos en nuestras manos los teléfonos y las computadoras, creemos que sabemos algo, cuando el único que sabe es nuestro celular.

La cantidad y calidad de comentarios y opiniones vertidas en relación a la guerra entre Ucrania y Rusia o, mejor dicho, entre Rusia y Estados Unidos cuyo armamento sostienen Europa y Australia, faltos del mínimo conocimiento histórico, es tan grande que asusta. De la bolsa virtual cada cual saca la información que más le parece a su necesidad del momento.

Y así, la tecnología va conquistando cada célula gris y cada segundo de nuestras vidas. Unos proponen escaparse a las montañas o bosques y volver a la vida natural libre de las garras del sistema y otros hablan de reducir drásticamente la población del planeta.

El asesor del Foro Económico Mundial de Davos, el historiador israelí, Yuval Noah Harari, lo describe fríamente: “El mundo no necesita a la gran mayoría de su población actual debido a los avances tecnológicos”. Harari dice: “clase inútil” cuando habla de personas “desempleadas”.

Según Harari, la gente común ya no es parte de la historia del futuro, han sido reemplazados por la Inteligencia Artificial (IA) y desplazados por la economía de alta tecnología.

“Diría que, el mayor problema no es a nivel nacional, es a escala global”, dijo Harari, y agregó que, si bien puede imaginar una redistribución de la riqueza de las “gigantes tecnológicas en California” a las “madres en Pensilvania”, no ve necesidad de que la riqueza se redistribuya a “Honduras, México o Brasil”.

Como principal asesor del fundador y líder de Davos, Klaus Schwab, la opinión de Harari de que el mundo tiene una gran cantidad de personas “inútiles” y su abierta degradación de los seres humanos como el equivalente de los animales, plantea la cuestión de si los objetivos de Davos están moldeados por tal punto de vista, y si es así, en qué medida. Y, de hecho, Davos o, como muchos aseveran, el Estado Profundo, pone al medio ambiente y no a las personas, en el centro de sus actividades. Hablando de prioridades, un cuarto de millón de niños cada año desaparece en Europa y nunca son encontrados. Se presume que terminan siendo víctimas de tráfico de órganos, pedófilos y redes de prostitución.

Sin embargo, por primera vez en la historia, todos los estados del planeta se pusieron de acuerdo de principio a fin de la llamada pandemia del c-19 (letra c pequeña adrede) no hubo desacuerdos en ese tema. Todos actuaron como uno. Por eso nos parece hoy tan obvio que estamos viviendo la última hora.

La Unión Europea y los EEUU cooperan con los tiranos y no los critican cuando demuestran ser más rentables geopolíticamente. Zelensky está convirtiendo a la República oligárquica en una corporación estatal. El fondo financiero más grande del mundo, BlackRock se compra extensas tierras ucranianas. La señora Kirchner terminará cumpliendo su condena en una de las mansiones que compró con -según dicen- mil millones de dólares robados. Escucho el comentario de un joven sentado en la mesa de lado: “Seis años podría soportar estar en una cárcel sabiendo que mil millones le esperan cuando salga”.