Mami quiero ser abogado

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wilmer urrelo, abogados, justicia

El Premio Nacional de Novela remueve las entrañas con el relato sobre la maloliente justicia. Esta columna fue escrita en la edición número dos de la revista Metro de julio 2007.

Es lo último que nos faltaba: los jueces hicieron el pasado 5 de junio una huelga de legajos caídos. ¿Cómo es eso? Ya pues, habla en serio Wilmer. Les juro. Es verdad. Salió en las noticias. En el canal de la pelota (¿o del desagüe?). Y para colmo de males los doctorcitos y doctorcitas aparecieron como víctimas de la sociedad boliviana. iQué malos somos! Sólo pedimos justicia y ellos se ofenden. Así no se vale, ¡che! En qué país viviremos, ¿no? Tan ofendidos estaban que los Supremos (me los imagino embutidos en sus trajecitos negros, onda años treinta del siglo pasado, con bastón, monóculo y todo) que en Sucre no asistieron al Tedeum (hasta ahora no me repongo de semejante cachetada: necesito ir al psicoanalista).

¡Tremenda cosa! ¿Deberíamos arrepentirnos por pedir algo tan elemental? ¿Cómo es posible que unos ignaros, unos pobres mortales como nosotros les digamos semejante cosa? Qué cosa dijimos, no me asustes. Que la justicia boliviana es un desastre, eso. ¡Ah! Si ellos estudiaron pues, se quemaron las pestañas, se saben los códigos de pe a pa (y a veces más) y nosotros los tratamos como unos simples mortales, como a la señora de la esquina, como a un vecino cualquiera. Y ahora como represalia hacen un parito. Y se ofenden. Y salen en la tele. Y hablan de seguridad jurídica, viejitos ellos, jóvenes viejitos otros, con sus trajes, con sus citas, con esos amigos (ellos, los que viven lejos, los que fuman habanos, los gallitos, los zorritos, por ahí bombón también), que ahora los olvidaron, que ahora se cruzan de vereda: “no vayan a vernos juntos mejor”. Que no saben cómo llegaron a esos puestos. Que se olvidaron. Y encima un ex caporal con nostalgias de ex ministro de educación saca la cara por ellos (posdata: ¡viva la familia!).

Los periodistas-presentadores o presentadores-periodistas no preguntan nada de nada (o no les dictan las preguntas por un audífono chiquitito bien metido en sus famosas orejas: sí, yo sé cómo hacen sus cositas, bandidos). Callan nomás. No vaya a enojarse el dueño del canal, del periódico, de la radio (y luego ni modo, a cuidar sus vaquitas). Ahí están diciéndoles “sí, claro, por supuesto, doctor” a nuestros ofendidos y orondos magistrados. ¿Y a todo esto qué dirán los presos? De esos hay hartasos en Bolivia (me consta), pero la mayor parte son pobres y feos. Los otros se hicieron bola nomás ¡y ni siquiera en el LAB! Nota: gordito (su apellido comienza con A) no vuelvas porque si te agarran no entras a San Pedro, te sueltan al tiro. Comete mejor un delito allá en el Norte (si hasta a la Paris Hilton con todos sus millones y escándalos la encanaron a ti mínimo te condenan a perpetua).

Y en esas vamos: a) magistrados huelguistas y ofendidos; b) presos pobres y feos esperando sentencia; c) oposición de rojito hechos a los angelitos y d) masistas, para variar, aprovechando el momento. Sin embargo, para que no digan que escribo puras humedades, ahí les va una cita del gran Tristán Marof (quien conoció tan bien a la ciudad de los tres nombres y sus leguleyos habitantes) extractada de su novela La ilustre ciudad y que hace referencia a uno de estos señorones de los que hablamos ahora: “Creía en Dios, en el orden social y la patria, siempre que esta patria no le tocase el bolsillo” (las cursivas son mías). ¡Claro! Se quedarán sin pega. Eso es. Sin trabajo. Sin chamba. Ya nadie les dirá “claro, doctora”; “sí, doctor”, “la señora dice que mejor mañana, doctor”. ¡Pero qué malos somos! Ahora sí los comprendo. Ahora sí escudriñé en sus corazones. Entiendo su dolor. Su miedo. Su angustia.

“Esa es una pena”, diría mi mamá. ¡Ah! por cierto, en el colegio mis compañeros y profesores creían a pies juntillas que yo iba a ser abogado (y mi familia también). Es que hablaba mucho, mentía más y no hacía nada ¡Tienes buen perfil!, me decían. Tantos abogados…desde la colonia hasta ahora. ¡El infierno estará repleto! A lo mejor inclusive ya votan, o son la primera minoría. O ya tienen residencia. O mejor: “Lucifer, el demonio de El Exorcista”, les dieron algunos puestitos. Juegan ya en las grandes ligas.

Pero mejor voy terminando: ¿y con los presos qué? Ahí están nomás, joven: en San Pedro, en Chonchocoro. Esperando. Apilados. Aguardando. Callados. Algún rato se amotinarán, otra vez. O se morirán de tanto hacer tiempo. Y las noticias una vez más: “se sacaron sangre”, “se enterraron”, “se crucificaron”, “se cosieron los labios”. ¡Magistrados de toda Bolivia, uníos y aprendan a coserse los labios! En las cárceles hay un montón de cuates que pueden enseñarles la técnica. Dónde se deben hacer los hoyitos. Cómo hacer para que sangre más. En serio. No es broma.

Aprovéchenlos antes que hagan el clásico túnel y se escapen. Visítenlos. Mejor: no les dicten sentencia hasta que les enseñen si acaso ustedes tienen que hacer otra propuesta en el futuro. Cosechar para sembrar.

Ya basta de decirles maldades, mejor abro mi corazón y les deseo cosas bonitas: feliz paro y próspero año judicial. ¡Viva la familia!

 

Wilmer Urrelo, ha sido Premio Nacional de Novela en 2007. Esta columna fue escrita en la edición número dos de la revista Metro de julio 2007.