Padecer una enfermedad de base en tiempos de Covid-19

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Foto: msm.com

Transcurrimos la pandemia en el ojo de la tormenta, y nos aflige tanto como la ironía lo permite.
Tengo un pase de circulación y me creo blindada caminando del hospital a casa y viceversa. Los militares están en su auge, es su momento, relucir imponiendo orden a la fuerza, demostrar que la brutalidad de cuerpo y mente tiene mérito. No leen mi pase que dice “permitir la circulación al familiar que porta este documento para asistir a la paciente hospitalizada que requiere apoyo”, nada. Solo quieren ver el último número de mi Carnet de Identidad. Pienso: No, no es mi día de circulación, por eso tengo este pase ¡Lea! Me aguanto, les digo que vengo del hospital y retroceden un metro y me dejan ir, casi me causan risa. Mi madre no tuvo tanta suerte, la detuvieron a la primera con un grupo de familiares de otros pacientes a unos metros del ingreso al hospital con un cartel que decía “Detenidos”. Ningún pase tenía validez, estaban fuera de horario, no entienden que medio día puede ser insuficiente para ir y volver caminando desde El Alto hasta Miraflores, qué interesa.
Añez dijo que habría consideración y prioridad para la atención en salud, pero no es así.
Hay medicamentos que no están llegando y recorremos farmacia tras farmacia y nada o apenas algo.
Nadie puede acercar o por lo menos permitir el paso a los familiares de pacientes hospitalizados y más bien parece que los temerarios familiares intentan transgredir un bunker.
Dentro del hospital, no solo ahora -por la emergencia-, nunca hay enfermeras o peor, médicos de guardia que acudan al llamado de un paciente internado cuando necesita ayuda, por eso permiten que los familiares se queden a pernoctar haciendo el trabajo de los “héroes que están en la primera línea de fuego” como describe la prensa sensacionalista hoy en día.
El gobierno dice que hace dos meses estamos en la batalla contra la pandemia, pero hace menos de 15 días los baños del hospital Obrero seguían con restos de heces en las paredes o sangre embarrada en el retrete de Emergencias donde los adoloridos pacientes tienen que colectar muestras, siendo que la institución cuenta con personal de limpieza con horario y paga fija.
El día que se realizaba un simulacro de control de pasajeros provenientes de ciudades con presencia de coronavirus en el aeropuerto de Vivu Viru en Santa Cruz, llegaba del Perú a La Paz por vía terrestre una delegación de pasajeros asiáticos sin que nadie los mire siquiera, eso cuando la mayor cantidad de contagios estaba en China.
Dos días antes de endurecer la cuarentena, se apostaba una enfermera de 8am a 14pm en la puerta de ingreso a Emergencias del H. Obrero, controlando la temperatura y proporcionando alcohol en gel al que ingresaba. A las 10am se acababa el alcohol y a las 14pm se retiraba la enfermera y la gente seguía ingresando hasta las 20pm sin protección de gel ni control de temperatura, parece que los peligrosos eran los de la mañana. Medidas de protección, supongo, cosa de expertos.
Esta pandemia solo reluce nuestras miserias, la tremenda desatención, atraso y postergación al colapsado sistema de salud no solo durante los últimos 14 años en los que Evo se la pasó construyendo canchitas, castillos, museos o comprando aviones. No, viene de mucho antes, cuando Tuto era presidente, Samuel ministro de economía o el MNR tras la sombra del ya sombrío Camacho, gobernó cuatro periodos mientras el hospital General permaneció y perdura como un hospital salido de la guerra.
Al resto de las enfermedades les tiene sin cuidado la pandemia, ellas siguen su curso normal e implacable; a los que imponen la cuarentena tampoco les quita el sueño la gente que demanda atención médica aunque no sea a causa del coronavirus; a los héroes en la primera línea de fuego, bueno, se están guardando un poco para cuando la curva suba y entretanto los internos y residentes siguen aprendiendo, o lo que sea que se supone que hacen.