¿Qué líder mundial tiene el peor historial pandémico? La competencia es feroz.
Una pandemia catastrófica y una presidencia desastrosa se combinaron para darle a Estados Unidos la peor cifra de fallecimientos en el mundo durante la crisis sanitaria. Eso fue, en el fondo, lo que confirmó Deborah Birx, coordinadora del grupo de trabajo sobre COVID-19 del expresidente estadounidense Donald Trump, cuando admitió en CNN que la mayoría de las muertes en Estados Unidos podrían haberse evitado.
Y aún así -poco consuelo- Trump podría no haber sido el peor líder de la pandemia. Otros posiblemente manejaron la crisis aun peor que él, y esa lista de candidatos revela mucho sobre el estado actual de la gobernanza mundial.
Es difícil superar la respuesta del casi eterno presidente de Nicaragua Daniel Ortega y su esposa, quienes reaccionaron a la noticia de la pandemia convocando a la gente a la calle para que participaran en un desfile festivo al que llamaron “Amor en tiempos del COVID-19”, una perversamente adecuada alusión a la obra de Gabriel García Márquez, cuyas novelas mezclan a la perfección lo real y lo alucinante. La irresponsable medida horrorizó tanto a activistas de derechos humanos como a la comunidad científica.
Eso es difícil de superar, pero no imposible. Por ejemplo, allí está Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, donde el sistema de salud está al borde del colapso, y la propagación descontrolada del virus ha engendrado nuevas variantes que ahora amenazan a otros países en dificultades.
Bolsonaro se ha hecho eco de las declaraciones de Trump sobre la hidroxicloroquina, y ha desperdiciado fondos de emergencia pandémica en el inútil tratamiento. Ha despedido ministros de Salud por no aceptar su negación del COVID-19, y afirmó que la gente en Brasil podría ser inmune a la “pequeña gripe” porque suelen nadar en aguas residuales y no les pasa nada. Bolsonaro, que contrajo el COVID-19, convocó a los brasileños a protestar contra las medidas de seguridad contra el virus y se unió a ellos en las manifestaciones de calle. Allí, donde pocas personas utilizaron cubrebocas, Bolsonaro estrechó muchas manos con alegría, a veces incluso después de toser sobre la suya.
En una realidad en la que la pandemia sigue haciendo estragos por todo Brasil, donde miles de personas mueren cada día, Bolsonaro recientemente les dijo a los brasileños que “dejaran de lloriquear” por eso.
Otro presidente que se contagió del virus mientras lo minimizaba fue el mexicano Andrés Manuel López Obrador. Al principio, López Obrador le aconsejó a los mexicanos que siguieran “haciendo la vida normal”. Incluso después de infectarse, rechazó las peticiones para que utilizara un cubrebocas. Dice que utilizará uno cuando la corrupción sea erradicada en México, una perspectiva bastante lejana. Al igual que en Estados Unidos, el uso del cubrebocas se politizó mucho, un hecho que contribuyó al incremento del número de muertes.
Hace un par de semanas, las autoridades mexicanas publicaron de manera discreta un informe que revela que el recuento real de muertes es 60% más alto que la cifra oficial, lo que coloca a México a la par con Brasil en el segundo lugar mundial de cantidad de muertes por la pandemia, detrás de Estados Unidos.
¿Coincidencia? El populismo parece ser una comorbilidad en una pandemia, aumentando su cifra de muertes en el proceso.
Luego están los dictadores, como Aleksandr Lukashenko de Bielorrusia, quien describió la pandemia como nada más que una “psicosis” y recetó vodka y saunas para prevenirla. Lukashenko, que tiene meses lidiando con protestas masivas tras unas elecciones controvertidas el verano pasado, ha bloqueado las medidas de sentido común para frenar el virus en casi todo momento.
Sin embargo, muchos bielorrusos se han resistido a su enfoque negligente, al igual que muchos han rechazado su dictadura. Haciendo caso omiso de su consejo desastroso, la ciudadanía ha practicado el distanciamiento social, realizado campañas de financiamiento colectivo para comprar suministros a los hospitales y, al final, probablemente haya ayudado a evitar que el virus y la cifra de muertes en Bielorrusia se salieran de control.
En Turkmenistán, otra dictadura postsoviética, el gobierno ha bajado aún más la vara en la escala de la negación al prohibir el uso de cubrebocas y cualquier discusión sobre la pandemia. Según informes, los medios de comunicación y los materiales de información sanitaria tienen prohibido el uso de la palabra “coronavirus”. Turkmenistán todavía asegura que no ha tenido ningún caso de COVID-19, una afirmación que nadie cree.
En Camboya, donde el primer ministro Hun Sen ha ocupado el poder desde 1985 (lo que lo convierte en uno de los jefes de gobierno con más tiempo en el poder del mundo), la primera medida fue la negación. Le dio la bienvenida a los pasajeros de cruceros que habían sido rechazados por otros países por miedo a la pandemia. Gradualmente, su respuesta se convirtió en represión, prohibiendo las críticas y arrestando a quienes se quejaran. Terminó utilizando la emergencia para reforzar el control del régimen.
En África, otro populista autoritario, el presidente John Magufuli de Tanzania, también desestimó las conversaciones sobre una emergencia global. Le dijo a la población que no se molestara en utilizar cubrebocas, y afirmó que tres días de oración erradicaban el virus en Tanzania. Para demostrar su punto, dijo haber introducido unas muestras de la fruta pawpaw, que luego dieron positivo para coronavirus, burlándose así de los científicos.
Magufuli falleció en marzo. Las autoridades afirman que murió por complicaciones cardíacas, pero miembros de la oposición aseguran saber de buena fuente que murió de COVID-19.
Es imposible cubrir todas las atrocidades cometidas por demagogos populistas y variados tiranos (pido disculpas si omití a alguno que te haya parecido particularmente ofensivo). Todos los líderes mundiales cometieron errores, pero hay algo en particular maligno en las manipulaciones y engaños de los involucrados más indignantes.
A veces es difícil reprimir una risa al ver las payasadas de estos bufones. Sin embargo, esa sensación del absurdo es rápidamente sofocada cuando nos damos cuenta de que sus acciones probablemente contribuyeron a la muerte de cientos de miles de personas en todo el mundo, quizás hasta más.
Y en cuanto a Trump, estos otros líderes nos recuerdan que no fue el único que manejó horriblemente la pandemia. Tiene mucha competencia por el título de peor presidente pandémico. Pero sin duda sigue siendo un contendiente.