Sálvese quien pueda o ser mejores para vivir

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Foto: Los Tiempos

Ciudades modernas es una frecuencia a la que parece que se han conectado los grandes pensadores tras la pandemia que ha modificado nuestros hábitos. El modernismo es la regla que en la era tecnológica invita a pensar y a soñar en positivo. Costumbres que se contagian y contagian el ocaso de un 2020 nada parecido a ninguno. La Paz es la ciudad sui generis en este período que no ha cambiado el rastro a lo que fue 2019 para no ir más lejos. Calles plagadas de manifestaciones que suben, bajan se encuentran hacen conversión con nuevas marchas, aglomeraciones a los gritos, ya no deberían ser la normalidad, pero los bríos – que se entienda el concepto – siguen tan similares como antes que ya no dan ganas de soñar en la modernidad, esa de la que hablan los pensadores, pensando precisamente en el bien común, cada uno con nuevos bríos.

El ser humano tiende a ser deliberadamente egoísta en una época, lo escriben los pensadores también, en la que la cotidianeidad debería ser pensar en el resto. La filósofa española Marina Garcés dice que “el aprendizaje es el humus de toda convivencia social”. A partir de esa visión se puede materializar el valor de los bríos – que se entienda el concepto – palabra clave para entender la energía humana en un espacio de convivencia, la capacidad de entender de razonar de dar el valor a las cosas en su verdadera briosidad, una condición de Calidad.

Si las calles son el reflejo de la modernidad de las ciudades qué deberían ser entonces los hospitales donde están nuestros enfermos, los que se han contagiado del maldito virus y los que están internados por alguna otra cualquier razón o los que van a pedir atención de emergencia y son condenados a lúgubres ambientes antes destinados a pacientes terminales. La antesala de la muerte. Lugares de un aprendizaje aún más cabal de esa modernidad, a quién le toca a quién no, una suerte de lotería gregaria y sombría de acceder a la vacuna contra el virus que mete miedo.

Me informan que en el hospital Obrero -100 años de vida y soledad- existen dos pisos para los pacientes con la covid-19, alrededor de 50 camas. Allá el personal médico, enfermeras, ayudantes de enfermería y personal no han sido vacunados con la propagandística vacuna de la salvación que dice en todos sus manuales de prioridad para los trabajadores de “primera línea”. Hay que ser muy egoísta para sentenciar la muerte del personal que trabaja en esa “primera línea”, que se interpreta como eso, un manual, palabra fea, cada uno como quiera.

Nuestro aprendizaje en este caso ya no viene a ser el humus de la convivencia social como lo idealiza la filósofa Garcés; es la sentencia de nuestra pequeñez, alentada desde altas esferas que dejan lo importante por lo urgente en la modernidad boliviana de la perpetuidad indignante del sálvese quien pueda.