Ser de barro o ser libres
En la ciudad de Hamburgo, Alemania, en los primeros días del mes de julio pasado, se reunieron Putin y Trump y los G 20. Hubo protestas y manifestaciones nunca antes vistas en esta ciudad del gigante del norte europeo. Hamburgo se considera como la ciudad alemana más liberal. Conocida por su libertad de pensar y actuar. Cientos de miles de personas protestaron contra el hambre, cambio climático y el capitalismo explotador global. Cuarenta artistas locales se cubrieron con arcilla simbolizando la masa que no tiene oportunidad de hablar ni expresar su opinión. El arte y cultura versus el aplastante grupo de poder. Lo curioso es que Trump y su esposa tuvieron que alojarse en la residencia de Hamburgo ya que todos los hoteles de la ciudad rechazaron atenderlos. Mientras las fuerzas policiales locales controlaban la rabia de los protestantes con chorros de agua en Folksparque; Shakira y Coldplay aportan con su arte y Justin Trudeau, primer ministro canadiense habló de un mundo de paz y sin hambre. El arte y la cultura como soporte de la protesta y de nuevas propuestas.
La gran diferencia entre el teatro y la vida es que las bambalinas en el teatro sirven para demostrar algo que en la vida real se utilizan para ocultar muchas cosas. “No me gustaría que ciertos políticos me aconsejen en nada, además de aquellas cosas que hacen detrás de bambalinas”, dijo un sabio. La respuesta llego en forma de pregunta: “Cómo criar nuevas generaciones con conciencia en un mundo repleto de tecnología e información desechable” (léase: lavado de cerebros a diario).
La respuesta es muy simple y como tal casi imposible. En nuestro mundo individualista y por ende muy egoísta y materialista hay algo que, por suerte, todavía es el mayor tesoro que tenemos. La palabra. La podemos utilizar como herramienta para bien o para mal. Para destruir o para construir. Para sanar o para enfermar. Siguiendo esta idea recuerdo a otro sabio quien recomienda dedicar media hora cada día (media hora al menos) a los hijos. No recuerdo que en mi vida tuve mayor alegría, paz y enorme concentración de amor en ninguna otra ocasión más que en esa hora diaria leyendo cuentos abrazada de mis hijos. Justo a la hora cuando la ciudad está dormitando entre la cena y las distracciones nocturnas. Esa hora cuando el sol se está ocultando, el trabajo terminó (para bien o para mal, da lo mismo), y las inquietudes de la noche están en los pasillos esperando atacar. Es justo entonces cuando podemos, eligiendo lectura, influir en lo que algún día serán nuestros jóvenes futuros pilares de la sociedad. Por lógica siempre confió más en la gente que lee mucho. Con ellos me siento más segura. Y sé que en cualquier conflicto la conversación se puede calmar o llevar a un buen final recordando una cita, una frase bien escrita. Salir de una situación embarazosa es más fácil con el título de un libro que nos hace recordar que alguien ya pasó por lo mismo y tuvo coraje de escribirlo. Leer y hablar diferentes idiomas nos prepara para la vida más que acumular riquezas materiales. De eso todos estamos de acuerdo, al menos en teoría. Pues las tormentas y guerras nos dejan sin nada material en un instante. Lo que aprendemos nadie nos puede quitar. Simple pero tan difícil a la vez. Apagar el teléfono móvil, cerrar las puertas y dedicar una hora al día para ayudar a un ser pequeño a desarrollar su conciencia comprende algo de sacrificio. Cuando se convierte en costumbre y una necesidad como lo es ingerir alimentos, entonces habrá frutos.
Para los que creen que va ser difícil todos los días encontrar una hora de tiempo para leer a sus hijos hay un concejo práctico: grabar las lecturas para los días de ausencia. Es decir: no hay excusa. O educamos o dejamos que nos aplasten.