Un sueño de verano

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Las manos que tratan de  alcanzar las aves creadas por Chagall, el niño eterno de Vítebsk, en un amanecer esfumato.  Claras  imágenes se van transformando. Dos aves, dulces fuegos purpuras  se tornan en perfiles de mujeres judías. La bella Rosenfeld, las novias que vuelan, las bodas y el azul de noches largas de mundos lejanos. El reloj muestra la hora. Es medio día. Calor de verano, suave, romano. Comienzan a replicar las campanas del Monasterio de San Francesco in Corso. Ahí, desde el lugar donde durmió San Francesco de Asís. Aquí tuvo lugar el trágico desenlace del gran drama de los amantes de Verona y aquí mismo, en una celda dentro de la cripta oscura y evocadora, entre las tumbas de los monjes, descansa un abierto y vacío sarcófago de mármol rojo conocido como la Tumba de Julieta. En la plaza central las mujeres altas de ojos negros. Mujeres de Creta y Alejandría. En mi sueño reunidas. Mujeres en el mercado vendiendo todas las frutas dulces traídas de las tierras negras del Mediterráneo. Se siente frío, azul, eterno.

Quería acariciar todo esto, lo irreal y  lo sobrenatural. El milagro de la gracia de Cristo. Y no pude hacerlo. Cristo es el que acaricia. En la tumba de Pedro y Pablo imágenes etéreas del arca de Noé y contornos sensuales de Adán y Eva. Madona triste con el niño en sus brazos y los tres magos. Me envuelve el fuego interno reflejado en sus miradas. En las coronas de la bóveda, la magia de los paisajes del paraíso. La claridad de un observatorio. Y de nuevo las aves de Chagall se entremezclan en este festival  del amanecer y el sueño. Mío solo mío suena desde un lugar lejano.

No fueron los contornos de una arquitectura florentina, ni la estepa de Tolstoi lo que vi. He visto la muerte, como duerme profundamente, silenciosa  y triste. Gracias al sol de Verona no tuve miedo. Flotando después hacia una calle donde los amantes, como en Praga y en Paris, dejan pequeños candados  símbolos de su amor eterno. No me quedé ahí ni un minuto. Pues hace tiempo  yo ya entregue todo lo que tenía a sus manos de Dios y a las olas del mar.

Tenuemente miré a los árboles y los cerros. Palmeras y cedros adornan la  pintoresca Plaza delle Erbe, admirada por poetas y  pintores, en cuyo centro se levanta la fuente de la Madonna  de Verona frente al esplendido Palacio Maffei. Palpo la frase de Shakespeare: “El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad”.

Relais Fra’ Lorenzo, lugar donde hace tantos años dejamos nuestra juventud sin dolor y sin rencor. Tantos lugares recorridos en esta mañana pintada de Chagall.  “La Aldea  y yo”, resuena en  mi  subconsciente. Mi aldea me espera. “Es hora de decidir a qué mundo pertenecer”, dijo un sabio y las manillas siguen abrazadas. Medio día. Sigue mi viaje y dejo atrás las murallas del  anfiteatro romano de Verona.  Aida muere en los brazos de Radamés. El color de champagne es porcelana fina. Retomo los pensares del poeta cuyo nombre no recuerdo. “intermitentes y  pálidas estrellas, como chispas de telégrafo inalámbrico informan  que el verano está llegando”.