Verdad o mentira. Ilusión
“Nosotros no somos este cuerpo, somos prisioneros de la ilusión” (Deepak Chopra) “
La desigualdad está creciendo de forma alarmante en las últimas cuatro décadas en todo el mundo. En las sociedades democráticas y en las que se precian de ser socialistas. Las sociedades que no defienden la rectitud académica, integridad y decencia se encuentran al borde de abismo. Sin esas cualidades somos nada.
Veo y escucho y trato de ordenar mis pensamientos conscientes de la responsabilidad que tiene cada uno de nosotros al decir, declarar y escribir. Todo el tiempo tengo en mente la palabra sagrada que reza: “la muerte y la vida están en el poder de la lengua….del fruto de la boca del hombre se llenará su vientre, se saciará del producto de sus labios…” (Proverbios 18:20). Al final, de esta casi agonía y formar el texto con cada letra antes de tocar la estatura y ver cómo se van formando en un texto, comienzo a sentirme como una batería que quedó sin energía.
En fin, este no es el tema de esta columna. El tema es otro. ¿Podré decir en tres mil caracteres todo lo que siento? ¿Esta cascada de emociones que, siento, podría mover una roca enorme? Sin embargo me produce más agotamiento menos fascinación, victoria, belleza, alegría.
Me reconforta saber que vivimos tiempos difíciles y que los sentimientos de belleza y romanticismo son casi prohibidos para la mayoría. En un programa de televisión alguien acaba de decir con alegría y fascinación: “logramos que nadie interrumpa a la persona que expone su opinión”. ¿Qué significa eso? ¿Qué hemos alcanzado tal nivel de educación y conciencia humana que logramos escuchar al otro sin interrumpirlo? Me siento como si estuviéramos en un punto de tal grado de avance intelectual como para enseñarnos, unos a otros, como lavarse los dientes o como cruzar la calle.
En vez de encontrar respuestas, van las preguntas. ¿Cuánto cuesta la libertad? Para una campesina, un político, un estudiante, un empresario. O mejor la contra pregunta: ¿Y cuál es el precio de la nolibertad? Y sigo. ¿Quién es peor? Los que mienten a otros o los que se mienten a sí mismos. Tal vez podrían responderme aquellos que hace más de diez años estaban dispuestos a destruir relaciones de familia y de amistad por apoyar el proceso de cambio y hoy, al parecer, escupen veneno hablando del mismo. O aquellos que se llenan la boca con la palabra – democracia- y con desenfreno y odio agreden a los indefensos repitiendo declaraciones que otros escribieron. Tantos muros de Berlín que se deben destruir y tan pocas ideas para hacerlo.
La libertad de expresión no significa permiso para mentir. No existen dos verdades. O alguien miente y lo admite o la discusión crecerá de tal manera que en cualquier momento alguien comenzará a mencionar el nombre de Hitler. Acto posterior, alguien o todos comenzarán a comportarse como Hitler. Las definiciones no dejan ver la esencia y por eso no me gustan. No se pueden comparar dos regímenes, especialmente si se habla de dos tiempos tan distantes. De lo contrario tendremos una plataforma de discusión en la que rebasan los argumentos de nunca acabarse. Algo está mal o no está mal. La sociedad está llena de rencores, odios, mentiras y blasfemias. O no lo está. Estamos mintiendo a otros o nos estamos mintiendo a nosotros mismos. Entonces, que no nos sorprenda ver que estamos construyendo un mundo de zombis. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a ir por este camino que no parece nuestro? ¿Qué tan mal lo estamos haciendo para llegar a este estado en el cual nos estamos mintiendo a nosotros mismos? Estamos esperando que la verdad llegue del más allá o del otro lado de la frontera. ¿Vendrá del norte? ¿Vendrá del este? De una isla caribeña o de polo norte. Todo es más fácil, al parecer, que decirnos la verdad. Así estamos. Los progresistas y los retrogradas. Todos.
“Camacho masista fuera de Bolivia”, grita una mujer. No podemos ayudar a la mujer que entienda quién es quién y qué es lo que todos necesitamos. Al mentirnos a nosotros mismos sembramos confusión, miedo y lágrimas de la mujer desesperada por mantenerse mínimamente digna sobrellevando este pesado camino de vida. La mayoría se ha reído de ella.
El sistema que nos promete libertad y dignidad nos convierte en el hazmerreír de todos. Lo que vale para unos, no vale para otros. Los que mienten mucho son glorificados. Los que mienten poco son humillados. Miente aquel que se aprovecha de la confianza de otro para usurpar el bien que es de todos. Miente el que dice buscar el bien de otros y discrimina y humilla a los menos afortunados pretendiendo exclusiva y únicamente su propio bien. Esto no acabará nunca mientras no se diga la verdad.
En una sociedad de estas características será difícil engendrar un premio nobel o un genio que consiga la cura para las enfermedades que nos acecha. En la naturaleza humana es ser libre y no tener dueño. Los niños quieren independizarse de sus padres. ¿Por qué entonces una nación tiene miedo de ser libre y prefiere mentir? Atrincherados, cada uno en su mentira, vociferamos: “Libertad” y nos olvidamos que “la verdad nos hará libres”. Y el precio es cada vez más alto. Más envueltos en la mentira más cara será la libertad. De todos. Sin importar el lado en que estamos. ¿Acaso no hay primitivismo, suciedad, engaño y mentira en los países muy democráticos? Igual que en los países socialistas. Sin importar a que sistema pertenecemos entrar a la arena política es camino fácil para enriquecerse para unos y asco y apatía para otros.