Pese a que los Estados Unidos no puede adjudicarse mucho crédito, Latinoamérica parece estar saliéndose bastante bien de la encrucijada; actualmente y en el proceso de retornar a los mercados internacionales de valores, la Argentina ha tenido que morder la bala en el penoso camino de su restructuración económica; Brasil por su parte, está incluso dispuesta a detener al más connotado populista de su época con el propósito de frenar la corrupción (situación que finalmente no se dio porque el Gobierno de Dilma decidió blindar a Lula). Después de 50 años de conflicto armado, Colombia transita los tramos finales para firmar la paz con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y mientras Venezuela se incendia, una ahora pragmática Cuba se ha excusado de sus compromisos dentro de la Alianza Bolivariana para hacer buena letra con los Estados Unidos.
Desde Caracas a La Paz a Quito o a Managua, la corriente rosada del populismo de izquierda se hace jirones. Podemos colegir entonces, por qué el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, escogió este espacio geopolítico para su próximo viaje oficial al exterior. Washington, vuelve a tener espacio de maniobra en la región, donde a diferencia de lo que sucede en las entrañas de la CIA, ha ejecutado la mayor parte del trabajo sucio en el proceso de encarar a los populistas problemáticos que disgustaban a políticos e inversionistas por igual. Por la vía de su respaldo a cuerpos anticorrupción, una creciente herramienta de política exterior en Washington es capaz en el tiempo, de influir más eficientemente en los políticos de la región mientras se ocupa de reforzar las instituciones.
Los Estados Unidos tienen también un clima más favorable para atemperar la paranoia de un supuesto retorno al neoliberalismo. La China sigue ahora a los Estados Unidos como el segundo socio de negocios más importante de la región, colaborando en la creación del Nuevo Banco de Desarrollo que financia las necesidades del mundo en desarrollo; cuando la China concluya la creación de tan importante pieza en el panorama del intercambio de la región, el imperialismo económico norteamericano continuará siendo mucho más duro de negociar
Incluso el Fondo Monetario Internacional, (FMI), el verdadero cuerpo del “Consenso de Washington” cuyo conjunto de recetas ha ofendido la consciencia social de la región alimentando el populismo, ha notado un cierto resurgimiento keynesiano desde la crisis financiera de 2008. El propio FMI ha estado articulando una mayor tolerancia del gasto, además de un mejor análisis de los costos sociales y del uso más amplio de herramientas diseñadas para encarar la recesión; en resumen, el fallecimiento del populismo en Latinoamérica, no significa simplemente el retorno a políticas económicas draconianas digitadas desde Washington.
Los Derechos Humanos, continúan siendo un tema pegajoso en la Casa Blanca para entenderse con la región. Con dos cubano-americanos candidateando para la nominación presidencial republicana, aún nos queda mucho por escuchar en los días previos a la visita a Cuba del Presidente Obama, contrario a los regímenes brutales y asimismo, sobre la forma cómo los Estados Unidos se comprometerían con una Cuba democrática. Si bien no podemos afirmar que Norteamérica levante prontamente el embargo a Cuba, tampoco podríamos esperar que Obama, deje pasar la oportunidad de deshacerse de la Alianza Bolivariana comandada por Venezuela.
Cuba vital para Venezuela
Los hermanos Castro supieron antes que nadie que el régimen venezolano estaba a punto de implosionar. La inteligencia cubana se tornó permeable en Venezuela con posterioridad a la invitación del presidente venezolano Hugo Chávez, quien decidió que para salvaguardar su régimen, era preferible confiar en sus hermanos bolivarianos de Cuba que en sus propios generales. Con acceso a dicha información, le fue posible manejar el problema de la salud de Chávez hasta el punto mismo de su muerte hace tres años. Cuba se dio cuenta que ya no había camino viable alguno para Chávez que pudiera permitirle manejar de manera efectiva los años acumulados de podredumbre económica cuya persistencia sólo fue posible gracias al apoyo popular que aún lo sostenía; para no mencionar que también era imposible continuar manteniendo a través de subsidios y a nombre de la solidaridad bolivariana, a los países isleños pobres de su entorno.
Más aún, Chávez se permitió tolerar un elaborado grupo armado conformado desde los barrios hasta las cárceles, con el objetivo de enrarecer y hasta hacer imposible cualquier desafío de sus rivales. Con Chávez fuera de juego, el fracturado panorama venezolano se convertirá en una pesadilla para cualquiera que se atreva a pronosticar la transición. Cuba necesitaba crearse opciones y necesitaba hacerlo mientras mantenía influencia de alguna relevancia con Venezuela. Por su parte, Washington necesitaba toda la información que pudiera obtenerse de la Habana, para diseñar la forma que tomará la tumultuosa transición venezolana. En otras palabras, Venezuela fue el catalizador de lo que se conoce como la atrasada normalización de relaciones entre Washington y la Habana.
En su visita a Cuba Obama ha debatido el desafío que yace en Venezuela. Los venezolanos han tolerado años de caos económico que colocaron al país al borde del punto de ruptura. Las actuales restricciones de alimentos, agua y electricidad, acosan a los grupos urbanos caraqueños a quienes siempre se priorizó la distribución de productos básicos con el objeto de evitar su disconformidad.
Los escenarios de transición
en Venezuela
El presidente venezolano Nicolás Maduro, procuró hasta el presente ignorar y neutralizar a la oposición en la Asamblea Nacional, estrategia que en el mejor de los casos, es simplemente dilatoria en una instancia en la que el tiempo, se agota. En busca de quebrar la coyuntura antes de que la situación se salga de control, la remoción de Maduro constituye el primer paso de cualquier proceso de transición.
Mientras se cuente con el respaldo del ejército y la cooperación de ciertos segmentos de la oposición; el Ministro de Defensa de Venezuela, Padrino López, es posiblemente una de las figuras clave de una potencial intervención contra Maduro cuidadosamente diseñada para no contravenir la constitución y evitar el estigma de una junta militar que asegure el apoyo de los vecinos de Venezuela y del mundo occidental; similares esfuerzos se harían para contar con el apoyo de la Organización de los Estados Americanos y de UNASUR, en la aplicación de medidas contra Maduro. En tiempo oportuno, es también posible que con el apoyo de las masas, el Vaticano ofrezca su apoyo para una transición democrática en Venezuela
En una transición política cuidadosamente orquestada, hay muchas cosas que pueden salir mal. El ejército podría utilizar el descontento popular para gatillar una intervención contra Maduro, aún a costa de encender la chispa de protestas que se salgan de control. Los chavistas del bloque duro como Diosdado Cabello, se ocuparán dentro la Guardia Nacional, de incrementar su influencia en la Asamblea Nacional y en los grupos armados de narcotraficantes para negociar y evitar la probable extradición a los Estados Unidos que pende sobre sus cabezas.
De la mejor manera posible, todas las partes incluyendo Cuba y los Estados Unidos, se proponen mitigar los contratiempos de cualquier falla de seguridad, implicando con ello, una gran dosis de responsabilidad que probablemente caerá sobre el ejército, la única institución capaz de manejar lo que pudiera resultar en una transición altamente volátil, aún si ello incluyera asuntos relativos a los Derechos Humanos.
Es asimismo crítico el momento de la transición que el ejército pudiera sincronizar con eventos de desorden social para justificar su intervención, sin que por ello le sea preciso esperar más allá del surgimiento de protestas callejeras que pongan en peligro la permanencia del Estado. Cuando la desesperación se extiende por las calles, no existen desenlaces con garantía constitucional.
Debido precisamente a todo lo que desconocemos, la crisis venezolana y sus efectos regionales en cascada, arroja un balance positivo para la política externa de los Estados Unidos. La transición será enmarañada y confusa con un largo período de restructuración que ciertamente no es el proceso que Washington necesita para conducir los acontecimientos. Los líderes populistas se han quedado sin vapor en sus economías y los eventos políticos, simplemente se están poniendo al día en la región y Washington requiere continuar el viaje.
Traducción cortesía de Pedro Bausaure