La lectura de la época que vivimos

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Cuando se gobierna con una mayoría que no admite críticas -el caso del periodismo que ha tenido que retractarse por hacer citas contra el presidente- se incomoda, pero así como se avanza un paso se retroceden dos. Sucede en la misma proporción cuando la gestión es sacudida por escándalos de corrupción como en el caso  brasileño. El periodista Harold Olmos lo refleja de esta manera: “es posible que los periodistas apuntados por el Gobierno (N de R: se refiere al denominado Cartel de la Mentira) tengan asegurado un segundo aguinaldo de notoriedad no solicitada”. Olmos, con vasta experiencia en la cobertura internacional de noticias, realizó este comentario en una columna titulada La Mentira del Cartel, sobre un documental que está preparando el Gobierno acerca el Cartel de la Mentira. “En la visión gubernamental se trata del siniestro émulo boliviano de una cosa nostra comunicacional  especializada en promover la desestabilización de gobiernos electos”, dice el periodista.

“Si es seguro que la experiencia ayuda a pronosticar, en poco tiempo más puede haber legiones de periodistas bolivianos en los distintivos de los grandes medios de comunicación del mundo. El Gobierno Plurinacional del presidente Evo Morales está prestando una ayuda invalorable para que eso ocurra y que pronto el periodista boliviano sea considerado sinónimo de lucha denodada por la libertad de prensa”.

En la lectura que sigue, está práctica admite de hecho un control sobre el ejercicio de la profesión que evita el impacto sobre la cobertura de determinadas noticias, pero que, finalmente, no garantiza su duración por tiempo ilimitado. Las noticias anteceden hechos o evidencias que cambian la percepción sobre acontecimientos futuros. Un ejemplo es el que se está viviendo en Brasil con el hostigamiento al expresidente Lula da Silva. El exmandatario sostuvo profundas diferencias con los medios, sobre todo con los del grande São Paolo y Rio, por considerar que respondían a la voz de la derecha brasileña. Lula no les quitó privilegios porque en gran medida su funcionamiento no depende de la tanda publicitaria estatal, sino de una poderosa clase empresarial que apunta un mercado de más de 100 millones de personas.

La popularidad de Lula, por lo tanto, no dependía de mecanismos de control sobre el periodismo, porque su apoyo electoral radicó durante años en los millones de brasileños surgidos como él de las favelas o de los barrios pobres. Empero, en las últimas elecciones para gobernadores disputadas el pasado 9 de octubre, su partido el Partido de los Trabajadores (PT), perdió incluso en São Bernardo do Campo donde no conocía la derrota electoral al menos en las últimas dos décadas. Es fundamental hacer esta lectura para entender aquello que no tendría lógica si fuera aislado de su contexto histórico.

Este giro es el resultado de una gestión plagada de acusaciones sobre el abuso del poder político en alianza con empresarios para hacer millonarios negocios. Un resultado que debe hacer pensar a los que creen que no hay líderes insustituibles, ha sido la victoria del derechista Joao Doria a la gobernación de São Paolo. Doria, un excéntrico empresario que habitaba una casa de 4.500 metros cuadrados con 16 baños, en el exclusivo barrio Jardín Europa, era conocido por la elite brasileña, por ser el dueño de Casa COR, presentador del programa de televisión El aprendiz (equivalente al que hacía Trump en EEUU) y el organizador del CEO’s Family Workshop de Brasil, es decir nada popular ni masivo. Pero aun así, ganó las elecciones con el 53% de los votos, consagrándose como el primer líder en ser electo jefe del Gobierno de la ciudad de São Paolo en primera vuelta sin necesidad de ballottage.

Así como en 2012 Lula podía hacerle ganar las elecciones a casi cualquier candidato, como logró con el saliente jefe de Gobierno paulista, Fernando Haddad, quien iba cuarto en las encuestas hasta que Lula hizo un aviso de televisión con él diciendo solamente: “Haddad, el candidato del pueblo” y pudo así derrotar nada menos que al siempre presidenciable y actual canciller de Brasil José Serra. Con esa declaración a la prensa, sin importar afinidad o diferencia, Lula podía encumbrar su liderazgo. Esta vez, el PT perdió 388 de las ciudades que gobernaba desde 2012, y de las 26 capitales de los estados sólo pudo vencer en una, la amazónica Rio Branco, capital del estado de Acre.

Lula, con 70 años a cuestas, tiene más posibilidades de llegar preso a las elecciones presidenciales de fines de 2018 que de ser candidato. Y para entonces es probable que el PT sea una excepción testimonial sin ninguna posibilidad de ser Gobierno.

Son señales que deben leerse apropiadamente. João Doria competía en São Paolo contra la historia: nada menos que contra Marta Suplicy, quien con más de un cuarto de siglo como estrella del PT fue jefa de Gobierno de la ciudad de São Paolo entre 2001 y 2005, y luego ministra del segundo mandato de Lula y del primero de Dilma. Dado el desprestigio de su partido por los escándalos de corrupción, tuvo que desafiliarse del PT y afiliarse al PMDB para tener chances de competir en estas elecciones. Pero no sólo no pudo forzar a João Doria a un ballottage sino que ella misma sacó sólo 10% de los votos. No muy diferente le fue al actual jefe de Gobierno, que iba por su reelección, Fernando Haddad, a pesar de haber hecho un buen Gobierno y tratarse de un académico reconocido. Es que Haddad fue ministro de Educación de Lula y Dilma y, como Suplicy, carga con el estigma del PT. Lo que ayer era bueno hoy es malo, sin diferenciar entre personas.

En Bolivia, la influencia de un guion cinematográfico con actores apuntados por desestabilizar al Gobierno, no evitará que mañana las condiciones del juego democrático desenmascaren a sus guionistas por promover el estigma de una época. La historia es así, la hacen los hombres, pero sólo aquellos que tienen la fortuna de coincidir con el momento.