La moda no pasajera de un caudillo

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Pedro Castillo, Presidente del Perú

Evo Morales es un correcaminos inusual del presente Gobierno enredado por su enorme tamaño político. En eso no repara en seguir sumando desatinos que por lo general los comenten aquellos que detentan demasiado poder; no les importa nada ni nadie con tal de hacer lo que sea para sentir que siguen recibiendo el calor corporativo de quienes lo sustentan, en ese matiz del halago. El peso de esa imagen pública que hace lo que quiere recae finalmente –en este casosobre los hombros del presidente Arce. Más de un ejemplo que pone en duda la capacidad de mando del actual mandatario enredado en sus propios cables que lo impulsan al frenesí del caudillo.

Su discurso por el día patrio fue un fusilamiento a su empeño pre electoral de buscar la “reconciliación”. Un caso en que como en el relato del héroe de la selva no sabes quién esta primero tú, Jane yo, Tarzán. El caso se ha convertido en una espacialidad criolla. Evo contagia. La imagen de Pedro Castillo lo dice todo. El flamante presidente peruano vestido con el saco moda de los mandatarios indigenistas que tanto atraen las miradas de una franquicia de delirantes extranjeros, no importa que luego salgan mal. Etienné Lavigne el insigne fundador del Dakar encargó un par de los vistosos modelos Evo y así como otros fueron devorados por la imagen de la masticación condescendiente de los negocios. Un éxito que incrementó el turismo a Bolivia en proporciones nunca antes soñadas. Y es que las personas, sus modelos y lo que encaran, resultan atractivas hasta que de pronto un virus enquistado en la médula de algunos líderes políticos, latinoamericanos sobretodo, lo estropea todo.

Pero si en ese plano hay salvaguardas de atención robóticas encadenadas con autos y motos de carreras volando, no se parece a las delirantes presencias del exmandatario en reuniones de algunos sectores sindicalizados que reclaman su presencia. En esos, cuando aparece el caudillo desposeído, agraviado y golpeado, el victimismo aflora en discursos no menos arrogantes. En una de esas últimas reuniones de los mineros a tono con el discurso, apoltronados insistieron con el arrebato que no para: el golpe de Estado y la desestabilización vertiginosa contra la actual administración.

Un relato desquiciante y amenazador que no condice con el hundimiento político de quienes mal protagonizaron la toma del Gobierno en noviembre de 2020. En esas circunstancias hablar de una desestabilización es una perfecta plataforma de delirios corporativistas intrascendentes.

 

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