El presidente chino, Xi Jinping, y el francés, Emmanuel Macron, tomaron té juntos el pasado fin de semana en la ciudad de Cantón.
Horas después del encuentro, en el que ambos abogaron por la paz en Ucrania, aviones de combate chinos sobrevolaban el Estrecho de Taiwán en una nueva demostración de músculo militar de Pekín.
Las maniobras de China para intimidar a Taiwán comenzaron un día después de la visita de Estado del presidente francés, que marcó un hito en la diplomacia china.
Esta sucesión de acontecimientos es el ejemplo más reciente de las dos caras que China presenta al mundo: la de la paloma de la paz en el plano internacional y la del perro de presa que enseña los dientes codiciando lo que considera su territorio.
Pero, ¿es sostenible esta estrategia?
La ofensiva de cordialidad
Desde que abandonó el aislamiento por covid, China no ha perdido el tiempo en el frente diplomático.
En los últimos meses Xi se reunió con el presidente ruso Vladimir Putin; recibió a varios líderes mundiales como el mandatario brasileño Luis Inácio Lula da Silva, que llegó esta semana, despachó a un enviado de alto nivel a Europa y presentó una solución de 12 puntos para la guerra de Ucrania.
También medió en el acuerdo de distensión entre Arabia Saudita e Irán, en lo que se considera una de sus mayores conquistas diplomáticas. Es especialmente significativo que haya logrado esto en Medio Oriente, donde la intervención estadounidense se ha caracterizado por sus constantes problemas y fracasos.
En paralelo, Pekín ha presentado varias propuestas para la seguridad y el desarrollo internacionales, una clara señal de que está cortejando al llamado “sur global” como hizo con la iniciativa previa de la Ruta de la Seda, que dejó inversiones de miles de millones en diversos países.
Incluso pareció reducir su tradicional retórica de confrontación del “lobo guerrero” al apartar al controvertido diplomático Zhao Lijian y promover a figuras más moderadas como Wang Yi y Qin Gang, si bien Xi sigue alentando a sus enviados a mostrar un “espíritu luchador”.
El “sueño chino”
Este impulso diplomático que posiciona a China como un actor clave en el juego de poder global puede tener sus raíces en el “rejuvenecimiento de la nación china”, un antiguo concepto nacionalista que ve al “Reino del Medio” reclamando su posición central en el mundo.
Articulado como “el sueño chino” por Xi cuando asumió el poder, este concepto refleja la “confianza en su propio camino y enfoque en la modernización” por parte del liderazgo actual, explicó Zhang Xin, profesor asociado de política y relaciones internacionales en la Universidad Normal del Este de China.
Pero no se trata solo de difundir el evangelio del modo chino de hacer las cosas; en gran parte también tiene como objetivo asegurar los lazos económicos globales.
“Xi sabe que no es posible rejuvenecer la nación china sin una buena economía”, afirma Neil Thomas, miembro de política china del Asia Society Policy Institute.
“China necesita seguir creciendo mientras adquiere influencia diplomática. No puede hacer eso si rechaza a Occidente, ya que necesita mantener unas buenas relaciones económicas. Eso requiere diplomacia y alejarse de los aspectos más al estilo ‘lobo guerrero'”.
La razón principal de la reciente oleada diplomática es que China se siente cada vez más asediada.
El “mundo multipolar” como objetivo
La desconfianza en Occidente ha resultado en alianzas de defensa más fuertes entre otros países como Aukus y Quad, así como acciones para restringir el acceso de Pekín a tecnología avanzada.
En marzo, Xi acusó a los “países occidentales liderados por Estados Unidos” de promover la “contención, cerco y represión de China, lo que ha traído graves desafíos sin precedentes para el desarrollo de nuestro país”.
Es un sentimiento que ha aumentado en el último año con la guerra de Ucrania y el refuerzo de los lazos dentro de la OTAN, señaló Ian Chong, analista del centro Carnegie China.
“Pekín se ha dado cuenta de que Estados Unidos tiene muchos amigos poderosos. Los chinos sienten más esta contención, lo que les da un mayor impulso para romperla”, indicó.
Es por eso que un pilar clave en la estrategia de China es el “mundo multipolar”, es decir, con múltiples centros de poder.
Xi promociona esto como una alternativa a lo que llama “hegemonía estadounidense” que, según él, ha empujado a los países a formar bloques de poder y ha agravado las tensiones.
Ello fue evidente durante la visita de Macron, cuando el presidente chino instó a Europa a pensar en sí misma como un “polo independiente”, mientras se hacía eco de la retórica de su homólogo francés sobre “autonomía estratégica”.
Mientras Pekín argumenta que una distribución más equilibrada del poder haría del mundo un lugar más seguro, otros lo ven como un intento de alejar a los países de la órbita de EE.UU. y apuntalar la influencia de China.
China destaca a menudo los fracasos de la política exterior de Estados Unidos en Irak y Afganistán, al tiempo que se proyecta como un país sin sangre en su historial, lo que implica que es un mejor candidato para liderar el mundo.
Un argumento habitual en la retórica del gigante asiático es que la China comunista nunca ha invadido otro país ni se ha involucrado en guerras de poder.
Sin embargo se anexionó el Tíbet, participó en las guerras de Corea y Vietnam, ha sido acusada de usurpar territorios en recientes enfrentamientos fronterizos con India y mantiene disputas marítimas con varios países en el Mar de China Meridional.
También ve a la nación independiente de Taiwán como una provincia separatista y ha prometido hacerse con ella mediante el uso de la fuerza si es necesario.
Los resultados
Entonces, ¿está funcionando la ofensiva de cordialidad?
El “sur global” y otros países que no están alineados con China o EE.UU. probablemente le darían la bienvenida.
China está lanzando una estrategia de mediación no coercitiva que tiene un “gran atractivo”, asegura Zhang.
Esta idea de no injerencia suena bien en Estados con gobiernos autoritarios.
“Muchos países no están enfocados en la democracia y los derechos humanos, y China sería su patrón en la gobernanza global”, afirma Thomas.
Sin embargo, “se desconoce si coinciden lo suficiente como para arriesgarse por China”, señala Chong.
Hay líneas rojas que no cruzarían, como se observó en la votación de la ONU sobre la guerra de Ucrania, donde la mayoría de los países optaron por condenar la invasión, mientras China se abstuvo.
Por su parte, los aliados tradicionales de Estados Unidos, como Europa, continúan debatiendo cómo encajar las propuestas de China.
Algunos no parecen dejarse influir con facilidad, como la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que adoptó un tono más severo hacia Xi al acompañar a Macron a la capital china.
Otros más interesados en preservar las relaciones económicas de sus países con China han mostrado una mayor apertura.
Durante su viaje, Macron fue recibido con altos honores por los chinos. Incluso, con un esmerado desfile militar.
En una acción inusual, Xi lo acompañó a la ciudad sureña de Cantón, donde señaló que eran “amigos íntimos”.
Macron declaró más tarde a los periodistas que no sería de interés para Europa comprometerse con Taiwán y “quedarse atrapada en crisis que no son las nuestras“.
Desde entonces ha defendido sus comentarios, diciendo que ser aliado de Estados Unidos no significa convertirse en su “vasallo”.
Para algunos, esta es una prueba de que el cortejo de Xi ha funcionado.
Europa se está convirtiendo en “el campo de batalla central” de las relaciones entre Estados Unidos y China como un “estado oscilante” en el que saldrá victorioso quien logre su apoyo, según Thomas.
Pero, por ahora, Macron es un caso atípico entre los líderes europeos.
Sus comentarios generaron críticas y Alemania envió a su ministro de Relaciones Exteriores a Pekín para remarcar la postura más dura de la UE sobre Taiwán.
Si bien Europa pondera sus apuestas entre EE.UU. y China, señala Thomas, “sabe que el mejor caballo sigue siendo EE.UU.”.
La otra cara de China
Sin embargo, es en el asunto de Taiwán donde la ofensiva de cordialidad de China comienza a desmoronarse.
Los últimos ejercicios militares de Pekín, en respuesta a la reunión de la semana pasada entre la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen y el presidente de la Cámara de Representantes estadounidense Kevin McCarthy, desplegaron las habituales tácticas chinas de enviar aviones y barcos de combate y simular ataques a la isla.
Taiwán denuncia que China ha intensificado las incursiones en su zona de defensa aérea en los últimos años, con cientos de vuelos de aviones militares cada mes.
Los analistas afirman que tales movimientos contradicen el mensaje de China cuando asegura ser un pacificador.
Mientras otros lo ven como una agresión militar, Pekín siempre ha insistido en que son movimientos defensivos y, por lo tanto, un asunto interno.
Pero una guerra por Taiwán tendría consecuencias globales, asevera Chong.
La isla produce 60% de los semiconductores del mundo y en ella confluyen algunas de las rutas de navegación más transitadas y se extienden cables de telecomunicaciones submarinos que conectan Europa con Asia.
Pekín tampoco puede ignorar el hecho de que, si estalla un conflicto, se le culparía -al menos parcialmente- de desestabilizar Asia.
La mayoría de los analistas cree que China no tiene intención de invadir Taiwán en el corto plazo.
Pero preocupa que la escalada de la acción militar pueda conducir a un peligroso error de cálculo y a una guerra con Estados Unidos, ya que Washington está comprometido a ayudar en la defensa de Taiwán en caso de que la isla reciba un ataque.
“Xi Jinping está tratando de recuperar su presencia diplomática (la de China) mientras proyecta fuerza en el tema de Taiwán. Va a ser cada vez más difícil caminar por la línea que divide ambos objetivos a medida que aumenta la preocupación entre terceros países sobre un ataque a Taiwán”, asegura Thomas.
A medida que Pekín intensifica su campaña para cortejar al mundo, también verá cómo sus acciones se someten a un escrutinio cada vez mayor.
Pronto tendrá que elegir entre ser la paloma de la paz o un perro de presa.