Puede que no sea una Guerra Fría, pero se siente como tal

Por Jane Perlez | The New York Times
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Foto: Peter Parks/Agence France-Presse | Getty Images

Incluso en sus peores momentos, los estadounidenses y los soviéticos siguieron hablando. Hoy, los contactos entre Estados Unidos y China son escasos, mientras Pekín y Moscú se acercan.

Durante una gira a China hace más de una década, Joe Biden, que en ese entonces era vicepresidente, pronunció un discurso en el que celebró a Estados Unidos como el país más rico del mundo. La riqueza de Estados Unidos, afirmó, era dos veces y medio mayor a la de la nación anfitriona.

Esa tarde, cuando Biden se reunió con su homólogo, Xi Jinping, para dar un paseo informal, el tema de la seguridad dominó la conversación. Biden luego les diría a los periodistas estadounidenses que Xi se había quejado de que Washington estaba enviando aviones de vigilancia para espiar a China, y que Biden le había respondido que esos vuelos continuarían.

En aquel momento, esas diferencias parecían ser relativamente manejables, en gran parte debido a las reuniones periódicas entre los funcionarios de ambas naciones. Hoy, esa brecha de riqueza se ha reducido, los retos en materia de seguridad son más peligrosos y la comunicación es mínima.

Como líderes de sus respectivos países, Biden y Xi se acercan cada vez más a un curso de colisión que corre el riesgo de provocar una nueva versión de la Guerra Fría, según aseguran diplomáticos y analistas. Las tensiones militares, económicas e ideológicas reverberan sin control entre ambas potencias. Los aliados estadounidenses en la región de Asia-Pacífico temen ser asfixiados por Pekín mientras China amplía su arsenal nuclear y compite por la supremacía de los semiconductores.

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Además, China, que busca crear una alianza de autocracias, cada vez se acerca más a un propósito común con Rusia: Xi y su homólogo ruso, Vladimir Putin, tienen programado reunirse en persona a finales de esta semana. A pesar de los reveses de Rusia en su guerra con Ucrania durante la última semana, es poco probable que Pekín cambie su enfoque con respecto a la relación. Necesita un socio fuerte en Moscú para enfrentar lo que, según los funcionarios chinos, es la hegemonía estadounidense.

Mientras tanto, crece la distancia entre Pekín y Washington. Luego de que la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, visitara Taiwán en una muestra de apoyo a la nación con democracia autónoma que China reclama como suya, Pekín canceló tres rondas de conversaciones sobre temas militares y pospuso otras cinco sobre acción climática y crimen internacional. Las charlas militares, aunque esporádicas y a menudo burocráticas, todavía se consideraban importantes en un entorno cada vez más inestable, en el que barcos estadounidenses y chinos a menudo navegan peligrosamente cerca en las aguas cercanas a China.

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“Se está formando una tormenta a nuestro alrededor”, afirmó el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, durante un discurso el mes pasado. “Las relaciones entre Estados Unidos y China están empeorando. Entre ambos países existen problemas inabordables, profundas desconfianzas y poca comunicación. Es muy poco probable que esto mejore en el corto plazo”.

Lee declaró que le preocupa que los “errores de cálculo” puedan empeorar la situación.

Hasta hace poco, la situación era un poco mejor.

Luego de que Xi se convirtiera en el máximo líder de China, el presidente Barack Obama no tardó en darle la bienvenida en una propiedad de California. El líder chino visitó cuatro ciudades de Estados Unidos en 2015 y Obama fue a China. Sus delegados se reunían de forma periódica en las capitales de ambos países, y grandes delegaciones de altos funcionarios celebraban foros anuales.

Incluso se ha sugerido que el exceso de palabras está produciendo muy poca acción. En 2015, durante el Diálogo Estratégico y Económico que se celebra anualmente en Pekín, el secretario de Estado John Kerry pasó una tarde visitando una exposición sobre el tráfico de fauna africana. Eso fue durante un período en el que China estaba construyendo islas artificiales en el mar de la China Meridional, sobre lo que se habló poco.

Biden y Xi solo han conversado cinco veces por teléfono desde principios de 2021. Según diplomáticos y analistas, ese escaso contacto hace que las fricciones sean más peligrosas.

“La ausencia de un diálogo privado sostenido favorece el incremento de la tensión”, aseguró Charles Kupchan, miembro del Consejo de Seguridad Nacional en el gobierno de Obama y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown. “Los desacuerdos empeoran y la desconfianza se va acumulando”.

En una llamada reciente, los dos líderes acordaron fijar una fecha para una reunión presencial, la cual probablemente suceda en noviembre durante una cumbre de líderes del G20 en Indonesia. Ambos han confirmado su participación, al igual que Putin.

Si sucede, serán sus primeras conversaciones en persona desde que Biden ganó la presidencia. Xi se reunió con Putin a principios de este año en Pekín y se espera que vuelva a reunirse con él esta semana en Uzbekistán, como parte de una gira más amplia, la cual será la primera visita del líder chino a un país extranjero desde el comienzo de la pandemia de COVID-19.

Pekín y Washington intentan restarle importancia a la metáfora de una nueva Guerra Fría. Pero, en general, cada vez que cada lado ejecuta alguna medida para obtener ventaja, sus acciones dan la impresión opuesta.

En un artículo publicado en Foreign Affairs este mes, Jessica Chen Weiss, profesora de la Universidad de Cornell, escribió que ambas partes “ya están involucradas en una lucha global”.

Debido a la profunda desconfianza existente, se requieren nuevas conversaciones, aunque no necesariamente con toda la gama de contactos que se vivió durante el gobierno de Obama, opinó Weiss a través de un correo electrónico. “Dada la intensa desconfianza en ambos lados, las conversaciones no deberían apuntar a crear un nuevo marco o eslogan que cada bando percibirá como un caballo de Troya”, afirmó.

Estados Unidos, guerra fria, guerraEl equilibrio de poder fue distinto durante la Guerra Fría. La Unión Soviética nunca fue competidor económico de Estados Unidos, y Washington pudo sacar provecho de sus altercados con China.

El presidente Richard Nixon persuadió a Mao Zedong para que renunciara a su viejo aliado soviético y se pusiera del lado de Estados Unidos. Nixon y Henry Kissinger, su asesor de seguridad nacional, aprovecharon la nueva alianza para convencer a los soviéticos de iniciar charlas sobre el control de armas, las cuales continuaron en los gobiernos posteriores.

Esas conversaciones se vincularon con reuniones en cumbres que les permitieron a los líderes reunirse con una agenda sustancial, y ofrecer garantías.

“Hoy, nuestra agenda sobre el control de armamento se ha desvanecido. De hecho, ha retrocedido”, afirmó Jon Huntsman, quien ha sido embajador de Estados Unidos tanto en China como en Rusia.

Las comunicaciones con la Unión Soviética nunca llegaron al punto bajo en el que se encuentran actualmente con China, afirmó Huntsman. “Los chinos simplemente no quieren conversar”, dijo. “Las luces están apagadas. No hay nada”.

Estados Unidos está preocupado por lo que parece ser la rápida expansión del arsenal nuclear chino. En julio del año pasado, expertos nucleares de la Federación de Científicos Estadounidenses dijeron que había pruebas claras de que China estaba construyendo más de 100 silos en su desierto occidental para lanzar misiles nucleares.

En una llamada telefónica en noviembre, Biden le sugirió a Xi que iniciaran conversaciones sobre “estabilidad estratégica”. Esa frase puede abarcar la estrategia nuclear y la gestión de crisis, dijo Lyle Goldstein, director de compromiso con Asia en Defense Priorities, un grupo de investigación en Washington.

Cuando le preguntaron por la oferta de Biden en una conferencia de prensa a mediados de agosto, el embajador de China en Estados Unidos, Qin Gang, dijo que esas conversaciones no eran posibles hasta que Estados Unidos resolviera la “base política de nuestras relaciones bilaterales”, es decir, el futuro de Taiwán.

La pérdida de las conversaciones militares entre Estados Unidos y China es quizá el hecho más preocupante.

Esas reuniones a menudo eran pomposas y los oficiales chinos leían guiones preparados, dijo Goldstein. Sin embargo, a veces las conversaciones eran útiles porque impulsaban a las dos partes a entenderse mejor, aunque no encontraran soluciones concretas.

“Nuestras discusiones fueron respetuosas y con compañerismo”, dijo un antiguo comandante de la Flota del Pacífico, el almirante Scott H. Swift, que se reunió con sus homólogos chinos en 2016 y 2017, cuando las relaciones eran más cálidas. “Como resultado, pudimos ir más allá de nuestros desafíos retóricos y centrarnos en reducir la probabilidad de que los incidentes involuntarios en el mar escalen a desafíos que nuestros respectivos liderazgos considerarían contraproducentes”.

El almirante Swift dijo que hizo hincapié en las directrices conocidas como el Código para Encuentros Imprevistos en el Mar, que establece el protocolo que los buques chinos y estadounidenses pueden seguir cuando navegan cerca.

En el ambiente actual, las interacciones que quedan entre los dos países son tensas, en el mejor de los casos.

En una situación clásica de la Guerra Fría, el mes pasado el Ministerio de Relaciones Exteriores de Pekín convocó al embajador estadounidense, R. Nicholas Burns, para que se presentara en sus oficinas en el mismo momento en que Pelosi aterrizaba en Taiwán.

Burns esperó para asegurarse de que había aterrizado. Luego se dirigió al ministerio, al que llegó con unos minutos de retraso.

“Tuvimos una reunión difícil y conflictiva”, dijo Burns. “Defendí el derecho de la presidenta Pelosi a visitar Taiwán y dije que Pekín estaba exagerando y fabricando una crisis innecesaria”.

 

Peter Baker colaboró en este reportaje.

Jane Perlez era la jefa de la oficina de Pekín. Ha sido jefa de oficina en Kenia, Polonia, Austria, Indonesia y Pakistán, y fue integrante del equipo que ganó el Premio Pulitzer en 2009 por reportajes en Pakistán y Afganistán. @JanePerlez