Creemos que este es el futuro del coronavirus
En nuestra calidad de científicos que estudian cómo evolucionan los virus, a menudo se nos pregunta sobre el futuro del coronavirus. ¿Desaparecerá? ¿Irá a peor? ¿Se desvanecerá al fondo de nuestras vidas? ¿Se volverá estacional, como la gripe?
He aquí lo que sabemos: la variante ómicron del virus fue considerablemente más contagiosa y resistente a las vacunas que la cepa original aparecida por primera vez en Wuhan, China. No hay ninguna razón, al menos biológica, por la que el virus no vaya a seguir evolucionando. Las variantes del coronavirus que han surgido hasta ahora solo representan una fracción del espacio genético que con más probabilidad se preste a la exploración evolutiva.
Un virus como el SARS-CoV-2 se enfrenta a una presión principal: mejorar su propagación. Los virus que causen más infecciones serán más exitosos. El virus puede hacer esto volviéndose más contagioso y esquivando el sistema inmunitario. Este coronavirus ha experimentado varias adaptaciones que mejoran su capacidad de propagación entre los seres humanos.
Sin embargo, aunque muchos científicos, incluidos nosotros, esperábamos que el SARS-CoV-2 se vería sometido a una presión evolutiva para transmitirse mejor, ha sido llamativo lo bien que ha respondido el virus a dicha presión. Las variantes recientes como la ómicron y la delta son varias veces más transmisibles que la cepa propagada por todo el mundo a principios de 2020. Es un aumento enorme, y hace que el SARS-CoV-2 sea más contagioso que muchos otros virus respiratorios humanos. Estos grandes saltos en su contagiosidad han sido un factor impulsor importante de la pandemia hasta ahora.
Cuánto más puede aumentar la transmisibilidad del SARS-CoV-2 es una pregunta sin respuesta, pero hay ciertos límites. Incluso la evolución está constreñida: un guepardo no puede evolucionar para ser infinitamente rápido, y el SARS-CoV-2 no se volverá infinitamente transmisible.
Otros virus han llegado al estancamiento en su capacidad de propagación. Algunos virus respiratorios, como el del sarampión, son más contagiosos que el actual SARS-CoV-2. Otros, como el de la gripe, por lo general no son tan contagiosos como el SARS-CoV-2. No sabemos el momento en el que este virus alcanzará un estancamiento en su transmisibilidad, pero acabará haciéndolo.
Los virus como este también se pueden propagar mejor “escapando” de la inmunidad a unas variantes anteriores. Al principio de la pandemia, pocas personas tenían inmunidad ante el SARS-CoV-2, pero ahora gran parte del mundo posee anticuerpos debido a la vacunación o a un contagio previo. Como estos anticuerpos pueden impedir la infección, las variantes con mutaciones que los evitan gozan de una creciente ventaja.
La importancia del escape inmunitario se ha puesto de manifiesto con la ómicron. Otras variantes anteriores, como la delta, solo eran modestamente capaces de eludir los anticuerpos, pero la ómicron tiene muchas mutaciones que reducen la capacidad de los anticuerpos para reconocerla. Esto, unido a la alta contagiosidad de la ómicron, le ha permitido causar una enorme ola de infecciones.
Que el virus haya desarrollado la capacidad de infectar a personas vacunadas o que hayan sufrido contagios previos no debería haber sido una sorpresa, pero el modo en que ocurrió esto con la ómicron ciertamente lo fue. La evolución suele proceder de forma escalonada, donde las nuevas variantes exitosas descienden de las últimas que lo hayan sido. Por eso hace seis meses muchos científicos, incluidos nosotros, pensaban que la siguiente variante descendería de la delta, que entonces era la dominante. Pero la evolución desafió nuestras expectativas y surgió la ómicron, que tiene un inmenso número de mutaciones y no desciende de la delta. No se sabe con exactitud cómo fue que el virus dio el gran salto evolutivo que condujo a la ómicron, aunque muchos científicos (incluidos nosotros) sospechan que la variante pudo provenir de alguien que no pudo combatir bien el virus, lo que le dio tiempo para mutar. Es imposible saber si las futuras variantes darán más saltos grandes como lo hizo ómicron, o si experimentarán cambios más típicos, escalonados, pero estamos seguros de que el SARS-CoV-2 seguirá evolucionando para eludir la inmunidad.
Si bien la transmisibilidad de los virus se estanca en un determinado momento, otros virus humanos que escapan a la inmunidad no dejan de hacerlo. La vacuna antigripal se actualiza cada año desde hace décadas para perseguir la evolución viral, y algunos virus de la gripe no presentan señales de ralentización. El proceso de eludir la inmunidad es una carrera armamentista evolutiva interminable, porque el sistema inmunitario siempre puede fabricar nuevos anticuerpos, y el virus puede reaccionar explorando el vasto conjunto de mutaciones que tiene a su disposición. Por ejemplo, la ómicron solo tiene un diminuto porcentaje de las muchas mutaciones que se han observado en el SARS-CoV-2 y otros virus relacionados portados por murciélagos, que a su vez son solo un pequeño porcentaje de las que, según indican los experimentos de laboratorio, podría explorar el virus.
Tomado todo esto en conjunto, prevemos que el SARS-CoV-2 seguirá causando nuevas epidemias, pero cada vez más impulsadas por la capacidad de esquivar el sistema inmunitario. En este sentido, en el futuro podría parecerse a algo como la gripe estacional, donde las nuevas variantes provocan olas de casos cada año. Si esto pasa, como esperamos que pasará, quizá haya que actualizar con frecuencia las vacunas, como se hace con las de la gripe, a menos que desarrollemos vacunas más amplias a prueba de variantes.
Y, por supuesto, la importancia que tenga todo esto para la salud pública depende del grado de enfermedad que nos provoque el virus. Esa es la predicción más difícil de hacer, porque la evolución selecciona los virus que se propagan bien, y que eso haga crecer o disminuir la gravedad de la enfermedad es, en su mayor parte, una cuestión de suerte. Sin embargo, sí sabemos que la inmunidad reduce la gravedad de la enfermedad, aunque no impida del todo las infecciones y la propagación, y la inmunidad adquirida con la vacunación y los contagios previos ha ayudado a mitigar el impacto de la ola de la ómicron en muchos países. Las vacunas actualizadas o mejoradas y otras medidas que ralentizan la transmisión siguen siendo nuestras mejores estrategias para lidiar con un futuro evolutivo incierto.
Cobey estudia la interacción de la inmunidad con la evolución y transmisión del virus en la Universidad de Chicago. Bloom y Starr estudian la evolución del virus en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle. Lash es editor de gráficos de Opinión.