Esculpir identidades: artistas ayudan a identificar a los migrantes muertos

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Foto: Vincent Tullo para The New York Times

En la Academia de Arte de Nueva York algunos estudiantes realizan reconstrucciones faciales de migrantes fallecidos en el desierto de Arizona con la esperanza de identificarlos y que las autoridades puedan notificar a los familiares.

 

 

Los últimos momentos que vivieron los ocho hombres que intentaron cruzar la frontera siempre serán un misterio. Sus restos fueron encontrados en el desierto de Arizona durante los dos últimos años y lo que sabemos con certeza es la causa de su muerte que, al igual que la de muchos migrantes, fue registrada por el servicio forense del condado de Pima: “Golpe de calor, exposición a un ambiente de temperaturas elevadas”. “Hipertermia debido a la exposición a los elementos”. “Deshidratación, hipotensión e hipertermia debido a la exposición ambiental a altas temperaturas en el desierto”. La lista continúa.

La desolación de sus muertes en este peligroso corredor fronterizo incluye otra deshonra: todavía no se conocen las identidades de estos ocho hombres. Las herramientas comúnmente utilizadas por los médicos forenses para identificar restos humanos, entre las que se incluyen el ADN y las comparaciones dentales, todavía no han arrojado ninguna pista.

Sin embargo, un último intento de identificar a los fallecidos y ayudar a sus familiares ha pasado del médico forense en Tucson a un escenario poco común: un taller de reconstrucción facial en la Academia de Arte de Nueva York.

La clase, impartida por Joe Mullins, artista forense del Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados, se centra en reconstruir los rostros de los migrantes que murieron en el desierto. El taller refleja la creciente sofisticación en el campo de la reconstrucción facial forense -una fusión de ciencia, arte y antropología en la que se usa el cráneo para recrear un rostro y ayudar a los investigadores a identificar a los muertos-. Es especialmente útil en casos de delincuencia o desastres masivos.

Los jóvenes estudiantes de posgrado, cuya estricta formación incluye la anatomía, trabajan con réplicas de los cráneos de los hombres hechas con una impresora 3D con base en tomografías computarizadas, ya que los cráneos originales son evidencia forense.

“Somos criaturas visuales”, comentó Bruce Anderson, antropólogo forense del servicio forense del condado de Pima. “Cuando no tenemos un rostro visible” debido a la descomposición, agregó Anderson, “les pedimos a artistas que hagan una reconstrucción de cómo se vería la persona para llamar la atención sobre un caso en particular”. Las reconstrucciones de la academia se publican en el Sistema Nacional de Personas Desaparecidas y No Identificadas (NamUS) del Instituto Nacional de Justicia.

Las muertes de los migrantes a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos aumentaron el año pasado, a pesar de la disminución de los cruces, según la Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas. Desde 2001, tan solo en el condado de Pima, se han encontrado los restos de aproximadamente 2800 migrantes, que se representan con un sombrío mar de puntos rojos en los “Mapas de la muerte” que elabora la Iniciativa OpenGIS de Arizona para los Migrantes Fallecidos.

De estos, no se ha podido identificar a cerca de mil personas. Las leyes fronterizas más estrictas y las políticas de deportación han obligado a los migrantes a cruzar por terrenos más remotos e inhóspitos.

“Cualquiera que pase algún tiempo en este paisaje lo hace con el conocimiento de la escala de muerte y devastación”, manifestó Robin Reineke, cofundadora y directora ejecutiva del Centro Colibrí de Derechos Humanos en Tucson, una organización de defensoría que reporta a los migrantes desaparecidos y realiza búsquedas de ADN. “Es impresionante dado el silencio que nuestro país guarda al respecto”.

Los expertos de reconstrucción forense como Mullins (quien se especializa en la progresión de edad, por ejemplo, cómo podría lucir un niño desaparecido muchos años después) buscan señas particulares: cicatrices, una nariz rota o, en un caso, aparatos de ortodoncia en los dientes.

Para reconstruir el rostro con exactitud científica es necesario reconstruir los músculos y el tejido blando capa por capa mediante tiras de barro. Después, los estudiantes usan palillos de plástico para modelar la profundidad del tejido sobre el barro; se basan en los promedios de edades, géneros y antecedentes culturales elaborados por los investigadores.

Los alumnos de cuarto año lograron aprender estas técnicas gracias a una relación laboral entre Mullins y Bradley J. Adams, director de Antropología Forense de la Dirección General de Medicina Forense de la Ciudad de Nueva York, que recibió una beca del Instituto Nacional de Justicia para adquirir una impresora 3D. “Las reconstrucciones faciales se hacen para brindar pruebas de investigación en casos que se han estancado”, comentó Adams. “La esperanza es que alguien que conozca a la persona vea la reconstrucción, reconozca algunas similitudes y notifique a las autoridades sobre una posible coincidencia”.

En la academia, a medida que los rostros que crean los estudiantes tomaban forma, la habitación comenzó a tener el aire de un espacio sagrado. “Es algo escalofriante”, dijo Michael Fusco, de 30 años, estudiante cuya especialidad es la pintura. “Se convierten en personas”.

Dos de los ocho migrantes se identificaron sin necesidad de los alumnos. Sin embargo, el desierto aún contiene una cantidad indescifrable de desaparecidos. Para Mullins, los alumnos representan la posibilidad de poder ayudar a los seres queridos de aquellos que fallecieron, quizá en busca de una vida mejor.

“Fue una apuesta que les costó la vida”, concluyó Mullins. “Pero no debería costarles la identidad”.