Los semiconductores de China en la disputa con Taiwán y Estados Unidos

Dadas sus innumerables aplicaciones en todos los ámbitos, no hay quizás una tecnología más definitoria y crucial para el mundo moderno que los semiconductores. Desde la invención del transistor en 1947, las principales potencias, especialmente China y Estados Unidos, han estado involucradas en una competición por controlar y desarrollar las tecnologías de semiconductores en todas sus facetas, a fin de hacerse con las enormes ventajas económicas y militares que ofrecen.
Una parte clave de esta pugna se haya en lograr fabricar chips en los “nodos” –es decir, tamaños– de transistor más pequeños posibles. Transistores más diminutos permiten embutir una mayor capacidad de cálculo y procesado de datos en el mismo tamaño de chip, además de consumir menos energía para la misma aplicación.
Sin embargo, a medida que ha avanzado la tecnología, la inversión necesaria en I+D y nuevas fábricas –también conocidas como fabs– ha aumentado hasta alcanzar costes prohibitivos para todas las empresas competidoras, salvo las más grandes y rentables. Así, hoy en día sólo tres compañías se encuentran cerca de la vanguardia tecnológica de la fabricación de chips.
La taiwanesa TSMC es la líder indiscutible, encabezando el desarrollo de nuevos nodos y la construcción de nuevas fabs. Samsung le sigue a algo de distancia, aunque sus fábricas están más enfocadas a la producción de microchips propios que de clientes externos. Finalmente, la estadounidense Intel, en su día líder mundial del sector, atraviesa un momento de crisis y está teniendo serias dificultades para sostener las inversiones necesarias para continuar en la carrera.
Esta enorme complejidad tecnológica de la fabricación de semiconductores se refleja en el monopolio que la compañía holandesa ASML tiene sobre las máquinas de fotolitografía –el proceso por el cual se fabrican los microchips, inscribiendo los transistores y circuitos en el silicio– de ultravioleta extrema (EUV, por sus siglas en inglés). La fotolitografía EUV es la técnica que permite la producción de los nodos más avanzados, y la adquisición de esta tecnología se considera el principal obstáculo para todo aquel que quiera producir microchips punteros.
En un mundo donde las tensiones geopolíticas van al alza y nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA) están aumentando todavía más la demanda de microchips, la competición entre las grandes potencias por asegurarse la capacidad de diseño y producción de semiconductores avanzados se recrudece.
El “escudo de silicio” de Taiwán
Tras el final de la Guerra Civil China, una de las principales apuestas del gobierno taiwanés para ganar la protección de Washington frente a una eventual invasión de la República Popular fue la integración completa de Taiwán en las cadenas de suministro estadounidenses de semiconductores.
Comenzando en los 60 y 70 por aspectos como el empaquetado de microchips, muy intensivos en mano de obra, Taiwán logró convertirse en un centro clave para la cadena de suministros que aseguraba el flujo de microchips que alimentaba la economía y, sobre todo, las fuerzas armadas de Estados Unidos en plena Guerra Fría con la Unión Soviética.
Con el ascenso de TSMC desde finales de los 80 hasta convertirse en el mayor productor mundial de microchips –tanto en los nodos punteros como en los “maduros”–, la importancia de Taiwán para la economía y máquina militar estadounidense alcanzó tal punto que se comenzó a hablar del “escudo de silicio” que le protege doblemente.
Por un lado, la dependencia china de los semiconductores fabricados en Taiwán haría que la potencia asiática pagara un enorme precio por iniciar una operación militar a gran escala contra la isla que destruyera o paralizara la producción de microchips. Por otro lado, esta misma situación garantiza —al menos sobre el papel— que Estados Unidos acuda en defensa de Taipéi en caso de que eso ocurriera.
Sin embargo, en los últimos años esta dinámica está cambiando. China está invirtiendo enormes cantidades en la construcción de fabs –principalmente en nodos maduros– a fin de reducir la dependencia de su industria de la producción taiwanesa.
Junto a esto, el avance de las capacidades del Ejército Popular de Liberación (EPL) aumenta las posibilidades de un escenario en el que China invada Taiwán y destruya la producción local de microchips o la use como “rehén” con el objetivo de socavar la capacidad estadounidense de producir armas avanzadas y, de esta forma, forzar a Washington a sellar un acuerdo favorable a Pekín.
Por este motivo, desde hace años, Estados Unidos y Taiwán han acordado la construcción de las primeras fabs de TSMC en suelo estadounidense. Aparte de la enorme importancia del sector tecnológico estadounidense para TSMC –de lejos su principal cliente–, con estas fábricas Washington se garantizaría un suministro doméstico de microchips que le permitiría continuar una guerra prolongada contra China si ésta bloquea o arrasa las fabs de la isla.
A pesar de los problemas iniciales, TSMC está ya en el periodo de producción piloto de su primera fab en Arizona, y espera alcanzar la producción en masa para finales de 2025. Pretende construir un clúster industrial completo, con hasta seis fabs, dos centros de empaquetado de chips y un gran centro de I+D. Crucialmente, las fabs producirán semiconductores muy avanzados, con tecnología sólo seis años por detrás de la empleada por la compañía en Taiwán.
Sin embargo, estos anuncios están dejando intranquilos a muchos en Taiwán. El traslado de la producción de chips avanzados a Estados Unidos reduce la capacidad de chantaje de China en caso de una invasión de la isla, pero también disminuye los incentivos para que Estados Unidos acuda en su defensa.
Bajo una Casa Blanca tradicional, se podría esperar que el peso de los compromisos diplomáticos de décadas decantara la balanza hacia el primer factor, pero con la administración Trump esto ya no está asegurado.
Dada la naturaleza transaccional de la política exterior de la actual administración –siendo el ejemplo preeminente el acuerdo de minerales con Ucrania–, es muy posible que Trump se sentara a negociar y aceptara cesiones de la soberanía taiwanesa al tener un suministro doméstico de chips avanzados asegurado. Por ello, cada vez más voces en Taipéi piden a TSMC que no transfiera al extranjero sus procesos de fabricación más avanzados, algo que la empresa de momento ha ignorado.
En paralelo, sin embargo, China también se posiciona para mejorar sus capacidades de diseño y producción de chips avanzados y de las tecnologías –como la IA– a las que alimentan, para garantizar su soberanía tecnológica y reducir sus riesgos ante una guerra por Taiwán. Estados Unidos, celoso de proteger su gran ventaja tecnológica en este ámbito, está poniendo toda la carne en el asador para impedirlo.
Monopolios tecnológicos
Este recrudecimiento en la carrera tecnológica entre Estados Unidos y China no se debe sólo a la disputa sobre Taiwán, sino a la importancia creciente de las tecnologías digitales en todas las facetas de la economía, con la IA en el horizonte como la siguiente gran revolución.
La IA, sin embargo, requiere de inmensas cantidades de potentes chips tanto para crear el modelo –es decir, “entrenarlo”– como para usarlo. Dada la necesidad de realizar incontables operaciones matemáticas para desarrollar un modelo de IA, los chips más codiciados son los que puedan realizar muchas tareas a la vez –“en paralelo”–, a fin de acelerar el proceso.
En este terreno, el líder indiscutible es la estadounidense Nvidia, cuyos chips de tipo GPU tiene un monopolio casi completo en el entrenamiento de modelos de IA. Al diseñar los chips, pero luego subcontratar la producción a TSMC, Nvidia ha consolidado una estrategia altamente rentable, sobre todo teniendo en cuenta la fuerte demanda de sus GPUs en todo el mundo.
Dada la importancia de estos chips para el desarrollo de la IA, primero la administración de Biden y luego la de Trump han implementado severos controles a su exportación, golpeando incluso a aliados europeos –aunque recientemente hayan quedado exentos–. El principal objetivo, por supuesto, es paralizar o al menos ralentizar el desarrollo militar y económico chino en alta tecnología, restringiendo tanto su importación de chips avanzados como su diseño y producción doméstica.
Al hacer uso de puntos de presión como los chips de Nvidia, Estados Unidos está usando lo que Chris Miller denomina en su libro Chip war –traducido como La guerra de los chips, de Ediciones Península– “weaponized interdependence” o “interdependencia convertida en arma”.
Este concepto refleja la idea de que, en cadenas de suministros complejas y globales como la de la computación avanzada, todos los principales actores tienen monopolios o cuasi-monopolios a la vez que dependen de los monopolios del resto. Taiwán controla la fabricación de chips avanzados, Estados Unidos su diseño, Europa la maquinaria de fabricación y China materias primas usadas para algunos semiconductores especializados.
Las cadenas de suministro globales dependen de que todos estos actores monopolísticos ofrezcan sus tecnologías y conocimiento para ganar acceso a las de los demás. Pero cuando uno se retira del juego –como Estados Unidos impidiendo las exportaciones de chips avanzados a China–, el resto tiene vía libre para contraatacar –no en vano, Pekín ha respondido a esas y otras actuaciones estadounidenses prohibiendo la exportación de sus materias primas críticas para microchips–.
Sin embargo, el mayor uso de la weaponized interdependence sucedió cuando la administración Biden presionó al gobierno neerlandés para que prohibiera a ASML la exportación de sus máquinas de litografía EUV a China, antes siquiera de que pudiera vender ninguna. Ya que ASML es el único fabricante mundial de estas máquinas, la esperanza del gobierno estadounidense era impedir que las fabs chinas pudieran producir chips en los nodos más avanzados.
Avances de China en los semiconductores
A pesar de estas restricciones, rápidamente Huawei y SMIC –el mayor fabricante chino de semiconductores– lograron producir procesadores en un nodo muy pequeño que no debería ser fabricable con tecnología de ultravioleta profundo (DUV), la generación de máquinas de litografía anterior al EUV. En respuesta, Estados Unidos presionó a Holanda para que prohibiera a ASML exportar algunas de sus máquinas DUV más avanzadas.
En paralelo, por supuesto, China no se ha quedado de brazos cruzados. En los últimos meses abundan los rumores de que Huawei ha logrado fabricar sus propias máquinas de EUV, y que podrían entrar en producción en serie en 2026. Sin embargo, como apunta Chip war, el mayor logro de ASML no fue tanto la construcción de sus máquinas de EUV, sino el cultivo sistemático de la red mundial de proveedores de las decenas de miles de componentes de las máquinas.
Un aparato de litografía EUV requiere los láseres, espejos y lentes más precisos del mundo, componentes que, en muchos casos, solo una empresa en todo el planeta es capaz de fabricar. Esto se debe, en parte, a que ASML coordinó durante años a sus proveedores con una disciplina casi militar para alcanzar los exigentes estándares técnicos que necesita.
Es decir, el mayor reto de Huawei consiste en replicar casi por completo esa cadena de suministros dentro de China, ya que Estados Unidos, sin duda, intentará impedir por todos los medios que los proveedores de ASML también abastezcan a la compañía china.
Sin embargo, esto le va a resultar cada vez más difícil a Washington. Sus aliados se mostrarán cada vez más reticentes a aceptar pérdidas económicas para sus empresas más punteras sólo por seguir la política exterior estadounidense. Por ejemplo, Países Bajos está cada vez más receloso de que la administración Trump exija nuevas restricciones de ventas de ASML, que tiene en China su mayor cliente por volumen de negocio.
Y es que las propias empresas occidentales están aplicando cada vez más presión propia para que se levanten las sanciones, como los dirigentes de ASML, cada vez más críticos públicamente contra las sanciones tecnológicas a China. También están buscando formas de evadir las prohibiciones de exportación, como Nvidia, que va a lanzar chips con capacidades limitadas en el mercado chino que no estén cubiertos por las sanciones.
Por tanto, el bloqueo tecnológico estadounidense puede hacer aguas, pero el verdadero problema para Washington es que quizás ya sea demasiado tarde, y que la ventaja tecnológica estadounidense no sea relevante a efectos prácticos, aunque logre mantenerla en el tiempo.
¿Un “momento Deepseek” para los semiconductores?
En enero de 2025, la tecnológica china Deepseek lanzó su modelo de inteligencia artificial Deepseek-R1. Este causó una gran conmoción, ya que la compañía declaró que su entrenamiento había costado menos órdenes de magnitud que modelos comparables como el GPT-4 de OpenAI. Además, para su entrenamiento, se usó una cantidad relativamente baja de microchips, que además eran de Nvidia, limitados en su potencia para cumplir las restricciones de exportación.
Por estos motivos, el lanzamiento de Deepseek-R1 causó conmoción –si bien de corta duración– en Silicon Valley y Washington. Aunque algo menos potente que los modelos estadounidenses de vanguardia, Deepseek había entrenado el suyo propio en tiempo récord y con un coste e infraestructura mucho menor.
En resumen, se trataba de una impugnación directa a la estrategia de desarrollo de IA promovida por Silicon Valley, basada en aumentar la complejidad de los sistemas sin reparar en los costes, con tal de exprimir hasta la última mejora posible en sus capacidades.
En este contexto, la pregunta que suscita Deepseek es la siguiente: ¿importa que los modelos estadounidenses sean ligeramente mejores que los del resto del mundo, si esos otros modelos pueden alcanzar el 90% de su capacidad en las tareas relevantes?
Aunque la pequeña ventaja de rendimiento pueda ser importante en algunos ámbitos, lo cierto es que la política de contención del desarrollo tecnológico chino será un fracaso si Pekín logra la abrumadora mayoría de los beneficios de la IA avanzada, como todo apunta a que hará.
Lo mismo se podría aplicar al mundo de los microchips. La tecnología de semiconductores ha avanzado tanto que quizás ya no importe que China no logre producir máquinas de litografía EUV propias, o que lo haga con un par de generaciones de retraso. Con diseños más eficientes de modelos de IA será posible reducir la necesidad de chips, y con chips mejor diseñados se podrán alcanzar mayores rendimientos computacionales sin recurrir a métodos de fabricación más complejos.
Quizás los modelos de IA y aparatos electrónicos chinos acaben siendo algo peores que los producidos por el eje Estados Unidos-Taiwán, pero si algo ha demostrado el gobierno chino es que está dispuesto a invertir y dar los subsidios necesarios para impulsar y mantener a flote los sectores que ellos consideren estratégicos.
De poco le servirá a Washington tener modelos de IA algo mejores y más baratos si la potencia asiática puede desplegar casi todas las mismas capacidades a costes sólo ligeramente superiores.
El rol de Europa en la industria de semiconductores
¿Y qué significa todo esto para Europa? Aunque los países europeos no se encuentran bajo el bloqueo tecnológico estadounidense, se enfrentan a desafíos similares a los chinos. Europa tiene algunos diseñadores de chips líderes, pero están enfocados para aplicaciones industriales, no en chips punteros para servidores e IA. De la misma manera, tiene fabs de semiconductores, pero es una producción limitada y ninguna puede producir chips de vanguardia.
Una estrategia europea racional debería partir de las capacidades existentes y crecer a partir de ahí: fabs más avanzadas para la siguiente generación de chips industriales que refuercen el ecosistema de talento y proveedores, junto con startups que desarrollen nuevos conceptos rompedores de chips y modelos de IA aplicando el “modelo chino” –diseñar de forma eficiente e inteligente, no a base de fuerza bruta–.
En cierto modo, Europa está en ese camino. Un consorcio entre TSMC y algunas de las empresas europeas líderes ha constituido la European Semiconductor Manufacturing Company (ESMC), que está desarrollando en Alemania la fab más avanzada de Europa, aunque aún lejos de poder producir chips de vanguardia.
Por otro lado, startups como la francesa Mistral –fundada por exempleados de Google y Meta– están desarrollando modelos de IA eficientes y netamente europeos con capacidades menos de un año por detrás de las estadounidenses. Y nuevas startups europeas –como las españolas OpenChip y Semidynamics– están desarrollando nuevos chips para IA menos potentes individualmente que los de Nvidia, pero más eficientes y modulares.
Sin embargo, si Europa quiere asegurarse verdaderamente su soberanía tecnológica, tendrá que estar dispuesta a hacer los esfuerzos de inversión y políticas a largo plazo que China está llevando a cabo. Además, tendrá que buscar alianzas internacionales con actores que puedan compartir la experiencia y tecnología que le falta –por ejemplo, Nvidia está pivotando hacia Europa como el siguiente mercado en el que vender sus codiciados chips para reforzar la infraestructura de IA europea–.
En conclusión, en un mundo donde las tecnologías electrónicas ocupan cada vez un mayor espacio en la economía y nuestras vidas, la infraestructura en la que se sustentan –los microchips– van a adquirir una relevancia cada vez mayor. Y los intentos de las grandes potencias por garantizar su acceso a estas tecnologías van a crecer de manera acorde.
A pesar de los esfuerzos de Estados Unidos por negar a sus rivales el acceso a estos avances, resulta altamente improbable que logre impedirlo por completo, lo que conduce a un escenario con más actores dotados de capacidades independientes en esta tecnología crítica.