El crowdsourcing es un fenómeno reciente que consiste en utilizar plataformas disponibles en la red para distribuir tareas entre un gran número de personas que, movidas por un interés individual, trabajan hacia un objetivo común. Una de sus aplicaciones más conocidas es la llamada “ciencia ciudadana”, que fomenta un progreso científico descentralizado que de otro modo se vería ralentizado por la falta de financiación y la excesiva burocracia institucional.
Existen diferentes modelos en función del tipo de tareas asignadas:
- Administración de información y resolución de problemas.
- Corpus de datos y desarrollo de soluciones (casos como este implican la realización de microtareas con alguna compensación económica).
- Retos objetivos e investigación en tiempo real.
- Ideación y producción creativa.
Los primeros proyectos basados en el crowdsourcing surgieron entre 2010 y 2011 en el ámbito de las galerías, bibliotecas, archivos y museos (conjunto que se engloba bajo el acrónimo GLAM). Las líneas de investigación iban desde correcciones para mejorar el reconocimiento de caracteres (OCR) de publicaciones, pasando por transcripciones, votaciones y controles de calidad del cropping de imágenes tal y como se aprecia en webs como Digital Glam.
Los beneficios de crowdsourcing van en la línea de conseguir objetivos de forma más rápida mediante comunidades de usuarios comprometidos con la institución, sus sistemas y colecciones. Con las contribuciones se consigue mejorar la calidad de datos, las experiencias de búsqueda de usuarios subsiguientes y mejora la percepción del sentido de responsabilidad y propiedad públicas.
Cómo potenciar la ciencia ciudadana
Observaciones y recientes encuestas de los voluntarios efectuadas por responsables de los sitios indican que mejorar la motivación de usuario, añadir más contenido regularmente, aumentar retos y vincular a las personas con el proyecto, reconociendo la ayuda prestada e incluso proporcionar recompensas, hacen viable este sistema.
Aunque tengamos en cuenta estos factores, considero necesaria la mediación digital. No solo para hacer posible una participación intergeneracional, sino porque la intervención humana me parece insuficiente y es imprescindible para crear comunidades virtuales valiosas y comprometidas, como suelen hacer los laboratorios ciudadanos.
Se han desarrollado herramientas que facilitan estos procesos colaborativos. La mayoría son relativas a transcripción colaborativa de documentos como TPen o Scripto con el fin de documentar y digitalizar patrimonio histórico.
La gran pregunta que surge en estos casos es: ¿Confiamos en los participantes o necesitamos conocimiento experto? ¿Sería interesante un control de versiones? ¿Y la reputación online? ¿Podría ayudarnos a encontrar a los mejor valorados para la tarea?
Existe cierto escepticismo desde algunos sectores, que ven cómo podría duplicarse el trabajo al tener que proceder a una revisión de la producción del original y su respectiva transcripción, pero cuando se trata de textos de divulgación como prensa o revistas hay bastantes casos de éxito. La atención también está puesta en los estándares aplicables a estos casos (TEI, xml, md) y los posibles filtros a lo largo del proceso.
¿Es el ‘crowdsourcing’ explotación?
La cuestión de la ética del crowdsourcing es uno de los temas que aún no se ha tratado con la debida atención. Puede ser visto como una forma de explotación cuando la tarea a realizar es compleja o no se retribuye el esfuerzo. Libre siempre se asocia a gratuito y cuando hablamos de industrias culturales, que tienden a la precarización, también estamos poniendo en juego muchos puestos de trabajo. Es importante poner ciertos límites, ya que es un sector todavía en ciernes y no está regulado.
Lo positivo de estos procesos es la implicación del sector público a la hora de incentivar las humanidades digitales, no solo en lo que respecta a la formación académica, sino al impulso de este tipo de profesionales y su incorporación efectiva en las organizaciones. Sin embargo, los tiempos académicos no son los mismos que los de la ciudadanía a la hora de obtener determinados resultados. No hay una aculturación en temas de participación y para explicar este fenómeno se hace necesaria una categorización, según los tipos de proyecto:
- Proyectos contributivos: convocados mediante una llamada a la colaboración para desarrollar líneas de desarrollo definidas y dirigidas por científicos.
- Proyectos colaborativos: se pide una colaboración pública mediante análisis de datos, opinión o petición de información para llegar a unos resultados.
- Cocreación: proyecto codiseñado con distintas entidades y colectivos.
La idea de competición a cambio de una posible recompensa, como el reconocimiento o alguna contraprestación simbólica, ha dado lugar a experimentos de ciencia abierta de gran impacto mediante el cumplimiento de una tarea particular que ha de ser fácilmente cuantificable y definible de modo que pueda ser comparado a los resultados de tareas completadas por otros. El impacto aquí ya no seguiría el patrón clásico de reconocimiento o citas por parte de los expertos, sino de reputación digital y la realización correcta de una serie de tareas.
Un escenario posible y muy necesario sería el de un debate abierto sobre los estándares, para poder compartir la información y garantizar la replicabilidad, la revisabilidad y la reinterpretabilidad. Estamos asistiendo a un proceso de appificación de la sociedad, en el que los móviles son como un mando a distancia que nos conecta a la infoesfera. Aprovechemos esa oportunidad para modelar la realidad y hacerla más smart sin perder de vista este punto de inflexión histórica, que desembocará en un neohumanismo necesario para evolucionar y reconocer nuestra capacidad para el descubrimiento.
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation