Parasite: La lucha ficticia entre ricos y pobres

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Foto: Revista dat0s 227

El cineasta sur coreano, Bong Joon Ho, impactó este año en el festival de Cannes, al llevarse la Palma de Oro por su última entrega cinematográfica, Parasite. Obra que pone en evidencia las falencias más incómodas del sistema social y económico de su país.

La notable diferencia entre clases y modos de vida se retrata a través del duelo entre dos familias muy parecidas, aunque en apariencia distinta. Para la crítica, Parasite resultó ser una sátira perversa sobre la desigualdad social, dentro del contexto de una crisis laboral en Corea del Sur. Gi Taek (Song Hang Ho) y su familia se encuentran desempleados y habitan un sótano. Cuando su hijo mayor, Gi Woo (Choi WOO Shik) empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Sun Gyun), de una familia acomodada, ambas familias, la pobre y la rica, comienzan una interacción que tendrá resultados insospechados.

El duelo entre clanes se realiza a través de una ficción poética del espacio, donde el subsuelo de los pobres intenta ganar terreno a la superficie de los ricos, siempre ajena al esfuerzo y el sacrificio. Es en esta trama visual donde se desarrolla también una lectura sobre las miserias humanas de ambas partes. Sin abogar por una clase social o por otra, Joon – ho Bong aplica la misma infusión de crítica dura a cada una, a fin de librarse de todo discurso maniqueo y estereotipado.

Mientras los del sótano son un clan de clase empobrecida que busca vivir parasitariamente, sin hacer mérito, a expensas de lo que se mueve en la superficie; la familia acomodada es impostada, pretenciosa, y poco culta, al pensar que sus trabajos de esfuerzos virtuales los hacen merecedores de esa vida de lujos. Es entonces donde el director apuesta por la imparcialidad, para llevar al espectador a evaluar a las marionetas artificiales que se mueven en un teatro de opulencia y de carencia.

Parasite, a través de una dosis gradual y oportuna de humor negro y drama, va dirigiendo la narración de su lente hacia el intercambio de espacios entre el sótano de los pobres y la casa de la familia adinerada. Una serie de anécdotas disparatadas y extremas llevan el relato hacia la hipérbole del drama, o de la comedia grotesca. El entramado visual da más realce al discurso político y social de la película en que las dos familias representan un sistema de vida ficticio, sobre el cuál poco o nada pueden intervenir.

Una vez que la superficie y el subsuelo chocan, a través de la estrategia de la familia pobre que intenta asumir roles impostores para engañar a la rica, se desata el caos. El recurso técnico espacial de mostrar a la familia pobre entrar a los aposentos de la rica, sirve para demostrar que ambos estratos son lo mismo y que en su impostura, los personajes son tan cercanos a todos nosotros.

Como en “La vida es sueño” de Pedro Calderón de la Barca, se rompe la burbuja de la lucha de clases y se muestra a ambos grupos como los títeres de una fuerza mayor. Al final, se levanta una pregunta, ¿Son los ricos los que roban a los pobres? ¿Son los pobres una amenaza para los ricos? ¿O es el sistema capitalista y estafador, el que divide la sociedad en ricos y pobres? Así, se plantea la posibilidad de que el verdadero parásito sea el orden mundial que jala las cuerdas de los humanos, siempre cómodos en un lugar de la pirámide social.

No obstante, “Parasite” no es una película sencilla. Se torna cambiante porque es capaz de ir desde el drama más sórdido hasta la comedia más descabellada. Coincido con varias críticas, en que Joon -Ho Bong lleva a sus personajes más al límite de sí mismos, hasta convertirlos en animales y caricaturas, con anécdotas retorcidas. Parasite es una película distópica, que anuncia un desastre en un futuro inmediato. Así, su crítica hacia los camuflados sistemas de esclavitud posmoderna, se realiza con éxito en “Parasite”. CHDV

 

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