Tiempos Misteriosos

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“El ser humano teme dar el primer paso y decir algo nuevo”. Fiodor Dostoievski.

Un veinticuatro de marzo, hace veinte años, países de la entonces OTAN ordenaron y efectuaron un agresivo e ilegal ataque aéreo contra entonces soberano país de Yugoslavia. La operación mortal fue titulada “Ángel de Misericordia”. Toneladas de misiles de uranio empobrecido comenzaron a caer sobre las ciudades, caminos, hospitales, industrias.  Trecientas mil personas murieron, entre ellos niños mujeres y ancianos también. Otros miles viven las consecuencias de este acto terrorista cometido por un club de países amigos. Ahora, veinte años después, ocho países piden disculpas alegando que en ese entonces sus colegas diplomáticos tomaron decisiones erróneas. Sabemos que el miedo paraliza y corta la creatividad. El miedo nos obliga callar ante las verdades obvias. Por eso, los humanos comenzamos a callar lo que pensamos. Uno tiene miedo de sus padres, profesores, jefes. Nos asusta la enfermedad, la vejez, la muerte. Al parecer, uno tiene coraje solo cuando pelea contra sus enemigos imaginarios. Vivimos en tiempo de miedo. No estamos preocupados por lo que los expertos tienen para decirnos. Estamos asustados de lo que los políticos dicen, hacen y deciden. Estamos tratando de agradarles a pesar de estar conscientes de su falta de gusto, su sentido de supremacía, su soberbia y su temible falta de conocimiento. Ellos toman decisiones erróneas y afectan la vida de miles.

Los que no saben nada de arte definen el buen gusto. Los que ciegamente obedecen órdenes son populares. Los que piensan no son populares. Tiempos de cobardes. ¿Se avergonzarán nuestros hijos de nosotros por callar, por nuestro miedo de perder lo que no tenemos? Nuestros amigos cambian nuestro punto de vista. ¿A quién creer? Nos obligan creer en las teorías equivocadas. Ideas que van en contra del buen sentido se presentan a diario. Sobre todos levita el sentimiento de miedo. Aceptamos las condiciones de vida que hasta hace poco, nos eran repugnantes. Y vivimos presionados por el sentimiento de vergüenza. Nos avergüenza nuestro reflejo en el espejo. En la soledad.

Nuestros hijos se sacan fotos con los criminales en la feria de libros. Lo negro se convierte en blanco y viceversa. Sobre nuestras vidas deciden otros. Ante este sentimiento devastador de miedo tratamos de mantener ese filoso, agridulce, liberador sentido de humor. Ironía y capacidad de reír nos salvaron en tantas situaciones incomodas y de terror.

Mijaíl Bajtev en su libro “La obra de François Rabiláis” describe la victoria sobre el miedo místico (temor de Dios); temor ante la naturaleza y sus imprevistos de la vida como la victoria ante el miedo moral y ético que paraliza, oprime y nubla la capacidad humana de razonar con claridad.

De manera que tomamos la decisión de reír ante el miedo propio y ajeno. Reír para no morir. Suena fácil. No lo es. Despierta esperanza de todas maneras. Reímos para desmantelar los propósitos de aquellos que se toman muy en serio la tarea de asustarnos y definir la hora de nuestra muerte. Reímos ante los políticos que no saben qué hacer con el poder que les entregamos para tomar decisiones en nuestro nombre. Asustados ellos y nosotros ante las inminentes consecuencias de las decisiones que tomamos juntos. Ellos y nosotros luchando con los mismos temores, reímos ante la mentira y glorificación de la hipocresía.

Perdón es la palabra que nos puede salvar. Tal vez.

 

 

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