Bolivia se nos muere (II parte)

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La versión de ese concepto en 1985 tras la caída de la UDP. Hoy 35 años después el país herido que parece en su agonía para comenzar una y otra vez de cero.

 

Bolivia se encamina a un nuevo periodo presidencial tras unas elecciones sorprendentes en las que el candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS IPSP) Luis Arce Catacora, resultó ganador absoluto repitiendo un resultado similar que su partido obtuvo en las elecciones de 2005, las primeras en la era democrática en las que el vencedor Evo Morales, no requirió alianzas políticas con otras fuerzas en disputa para asumir el cargo, que tras 14 años se fue destiñendo por su afán prematuro de hacerse eterno en el puesto de mando del Estado Plurinacional. El pasado domingo 18 el MAS ha recibido el voto oculto de un porcentaje del electorado que se había declarado indeciso en los estudios de percepción y no expresaba abierto apoyo al binomio Arce – Choquehuanca. Un factor determinante ha sido que el partido jefaturizado por Evo fue la única fuerza política con estructura y apoyo en todo el territorio, en cambio el resto de los postulantes a la presidencia recogieron simpatías de varias organizaciones sin mando único y disperso.

Además de este fenómeno, que a la hora peso en la fuerza del voto, el MAS vinculó su aparato electoral con las grandes mayorías nacionales, cosa que no alcanzaron los otros candidatos. De lejos, la identidad cultural y los desequilibrios que se agudizaron este último año dieron un sacudón que se fidelizó con el MAS en las urnas.

De esta manera se derrumbaron en las elecciones del pasado domingo varios mitos. Uno de ellos, quizá el principal, el abominable ambiente antimasista que se había generado en torno a tres ejes articulados que se convirtieron en el principal argumento de ataque contra el binomio ganador, a saber, el fraude, el narcoestado y la corrupción. Elementos constitutivos desbordantes de una campaña errática hilvanada en torno al apoyo en las redes sociales que sustentaron la cultura de la cancelación que se derrumbó a la hora del recuento de los votos válidos en la elección.

Así, cae otro mito, el uso de la tecnología gravitante para los candidatos de centro y de la derecha empeñados en demostrar un fantasma que no llegó a incidir el grado de atención del votante, más preocupado en la crisis económica y sanitaria que en los ataques y golpes de opinión que se construyeron en las redes como principal motivo de campaña. Basta recordar un hecho. El candidato por Comunidad Ciudadana (CC) Carlos Mesa, experimentado periodista y hábil comunicador social, despertaba adusto en las redes sociales cada mañana indicando el día y la hora, acomodando un discreto mensaje sin mayor trascendencia ni capacidad cognitiva de incidencia en el electorado periurbano de la población y menos en las áreas rurales donde merced a un trabajo de hormiga el MAS consolidó un cerrado apoyo de catarsis emocional.

A estos factores antropológicos indiscutibles en la sociedad boliviana, que no fueron percibidos por los estrategas de campaña de los candidatos del antimasismo, se conjugó una tónica de descalificación racial que los alejó del electorado, pensando que ese voto duro era imposible de pelear, se articularon en la base de una parte de la población que alimentó la ofensa y polarizó el electorado. Un dato curioso es que el MAS resultó segundo en uno de los departamentos más adversos de obtener apoyo. Santa Cruz no le dio la espalda al binomio ganador. No se puede decir que el voto del MAS en esa región, la que más ha crecido en su composición integradora en esencia conformada por vigorosas migraciones de Occidente, se debe ese resultado. Hay sin duda un sector del empresariado en ese departamento que valoró ese esfuerzo y el crecimiento regional que permitió la articulación de megaproyectos que se discutieron en la administración Morales. El HUP de Viru Viru, la expansión de la frontera agrícola o la infraestructura para mirar al Atlántico luego del resultado adverso en La Haya, fueron un aporte decisivo en las relaciones de la pasada administración que sustentaron esa relación.

El temor por los fantasmas del pasado

Los miedos, el detonante inspirador que emplearon algunos sectores de la prensa para dañar la construcción consistente de esos y otros ejes de política pública diseñados en los últimos 14 años; insistiendo encima del merengue como el despilfarro, la corrupción y de años perdidos, se escucharon en unísono desde diversas plataformas mediáticas, sin capacidad de análisis y síntesis, escupiendo arriba para la desventura del receptor que no recibía mensajes sino una interminable cadena de oprobios con los que es imposible una construcción de identidad con sus audiencias.

Estas y muchas cosas más primaron en una campaña que como resultado arrojó la extrapolación de conceptos de la cultura de la cancelación que en los hechos acabaron pulverizando a sus propios actores en un escenario cargado de detonantes. Así también, el triste papel de las autoridades del Gobierno transitorio desdibujado, han sido responsables del resultado favorable a los candidatos del MAS en las urnas.

Jeanine Añez acaba una gestión descoronada. Ya lo dijo un analista internacional. “La presidenta Añez retorno a la nada de la nada de donde salió”. No estuvo a la altura de un momento histórico tan importante, no se dio cuenta de que su papel era más que una candidatura construida en la orfandad a la que llegó su intrascendencia.