Atacar a Arabia Saudita durante la campaña electoral para la presidencia es casi una tradición en Estados Unidos, y el presidente Joe Biden no fue la excepción. Envalentonado por la indignación en el país por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi y la intervención encabezada por Arabia Saudita en Yemen, Biden fue más atrevido que sus predecesores al llamar a Arabia Saudita un “Estado paria”. Fue un paso mal calculado.
Ahora que la guerra en Ucrania eleva los precios de la energía y China consolida más alianzas en el Medio Oriente, Biden viaja miles de kilómetros para intentar reparar una relación que ha llegado a su punto más bajo en sus 80 años de historia, quizá aún peor que después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Biden buscó justificar su visita a Arabia Saudita en un ensayo de opinión de The Washington Post, en el que dijo que su objetivo era “reorientar”, no “romper”, las relaciones. Sin embargo, ninguna justificación de su visita al reino puede borrar la verdad: es una derrota para Biden y un triunfo personal y político para el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, o MBS, como se le conoce popularmente. Pero no tiene por qué ser una derrota para la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita.
Sin duda, un cambio en la actitud de Biden hacia el príncipe Mohamed generará buena voluntad con el liderazgo saudita. La pregunta es: ¿qué decidirá hacer Biden con esta oportunidad renovada para restablecer la relación?
Estados Unidos necesita a Arabia Saudita: el reino sigue siendo el principal productor oscilante del mercado petrolero y es el principal comprador de armas estadounidenses a nivel mundial. En virtud de la geopolítica y la economía, la cooperación de Arabia Saudita con Estados Unidos es importante en los esfuerzos de Washington para contrarrestar a Irán, poner fin a la guerra en Yemen y normalizar las relaciones de Israel con el mundo árabe, así como limitar la influencia de Rusia y China en la región. Todo esto era cierto antes de que la invasión de Ucrania por parte de Rusia volcara los mercados mundiales de petróleo y disparara los precios de la gasolina en Estados Unidos y Europa.
La postura de Biden —convertir una relación tensa entre Estados Unidos y Arabia Saudita en un duelo personal con el príncipe Mohamed— siempre iba a ser efímera, especialmente conforme intervinieran acontecimientos mundiales. Esto se hizo evidente en los últimos seis meses, cuando el gobierno de Biden sufrió una serie de desaires que culminó con el rechazo del príncipe Mohamed a las demandas de Estados Unidos de que se pusiera explícita y activamente del lado de Estados Unidos después de que Rusia invadió Ucrania.
Entonces, el gobierno de Biden tuvo que encontrar una solución a su problema saudita, sobre todo en un año electoral crítico, pues los índices de aprobación del trabajo de Biden cayeron y los precios de la gasolina se dispararon.
El gobierno de Biden se ha negado a anticipar los resultados deseados para esta reunión. No obstante, regresar a casa con solo promesas vagas sobre el petróleo e Israel, y sin concesiones concretas de parte de Arabia Saudita sobre los derechos humanos, sería una derrota no solo para Biden sino también para Estados Unidos. A los políticos de la realpolitik les gusta descartar los derechos humanos como si tuvieran algún lugar en la formulación de políticas pragmáticas, pero Biden tiene la oportunidad de hacer que los derechos humanos sean parte de una estrategia renovada con Arabia Saudita que el reino podría aceptar, aunque no con entusiasmo.
Arabia Saudita no se convertirá en una democracia pronto. Sin embargo, Estados Unidos aún puede comprometerse con la monarquía de manera constructiva para lograr algunos avances en materia de derechos humanos, defenderse contra el autoritarismo y promover la integración regional.
Estados Unidos necesita demostrar congruencia en el apoyo tanto de sus valores como de sus objetivos estratégicos. Es fácil para los líderes sauditas descartar la retórica de derechos humanos de Biden si el asesinato de la periodista Shireen Abu Akleh, que según declaró el Departamento de Estado estadounidense probablemente fue causado por disparos desde posiciones de las Fuerzas de Defensa de Israel, no genera nada parecido a la indignación de las autoridades ante el asesinato de Khashoggi. La ausencia de una pistola humeante no impidió a Estados Unidos investigar la conducta saudita y anunciar públicamente sus conclusiones para demostrar su compromiso con la libertad de prensa. No haber planteado abiertamente la muerte de Abu Akleh en Israel podría reforzar las acusaciones sauditas acerca de que Estados Unidos solo se compromete con sus valores en ciertas condiciones.
Estados Unidos debería ejercer presión a favor de normalizar las relaciones entre Israel y Arabia Saudita solo si puede garantizar que el gobierno saudita no reprimirá las voces sauditas que se oponen a la normalización. Y Estados Unidos debe expresar su apoyo a los derechos de los palestinos tanto como apoya a los israelíes. Cuando se normalicen las relaciones entre Arabia Saudita e Israel, o si es que esto ocurre, no debería usarse para borrar las violaciones de derechos humanos de ambos gobiernos.
Arabia Saudita está invirtiendo de manera sustancial en la transformación de su infraestructura digital, que se ha vuelto esencial para el éxito de Vision 2030, el plan del príncipe Mohamed para reformar la economía, y su legado. Al mismo tiempo, el país se ha convertido en un caso de estudio de autoritarismo digital. El gobierno se beneficia de la conectividad excepcionalmente alta de sus ciudadanos para promover desinformación y propaganda, recopilar datos y desplegar programas espía contra los disidentes, así como hackear y rastrear a sus enemigos.
Estados Unidos ya está agregando a una lista negra a compañías que proporcionan herramientas de represión digital a Arabia Saudita, como el grupo israelí NSO. Pero también debería encontrar formas de colaborar con Arabia Saudita en los marcos institucionales y legales que regulan el entorno tecnológico en el reino. Por ejemplo, Estados Unidos puede sacar provecho del anhelo de Arabia Saudita por la tecnología estadounidense al vincular el apoyo digital y las inversiones estadounidenses con la adopción de salvaguardas que protejan los derechos humanos digitales y la privacidad.
El gobierno de Biden también debe mantener en la mira a los actores sauditas que permiten el comportamiento autoritario a través de la diplomacia coercitiva. La prohibición de Khashoggi, una política de restricción de visas instituida por el Departamento de Estado en respuesta al asesinato de Khashoggi, es un buen comienzo que debe continuar. Las personas que actúan en nombre del gobierno saudita y que participan de la represión de ciudadanos sauditas en el país y en el extranjero deben pagar un precio.
Del mismo modo, debe continuar la regulación de la inteligencia saudita relevante y el entrenamiento paramilitar. En 2019, The Washington Post reveló que el Departamento de Estado había rechazado una propuesta para capacitar al servicio de inteligencia saudita debido a que los sauditas no ofrecieron garantías suficientes para prevenir operaciones ilegales contra los disidentes políticos. Como una medida más contundente, Estados Unidos podría aplicar un mayor escrutinio a la capacitación que ofrecen de forma privada los militares y funcionarios de seguridad retirados al reino.
Al incorporar valores en la relación bilateral, los líderes sauditas se ayudarían a sí mismos. Sin un registro de valores mejorado, Arabia Saudita continuará enfrentando obstáculos del Congreso y el gobierno de Estados Unidos que le impiden obtener la tecnología y los sistemas militares que quiere y necesita.
Lo mismo ocurre con los negocios. Incluso si el asesinato de Khashoggi no hubiera ahuyentado a los inversionistas estadounidenses, el gobierno saudita no está alcanzando los niveles de inversión extranjera directa que necesita para lograr los objetivos de Vision 2030. Pese a los avances, la debilidad del Estado de derecho y la falta de toma participativa de decisiones en el reino provocan que los inversionistas tengan reticencia y han complicado las relaciones.
Para Estados Unidos, las empresas sauditas son cruciales si quiere superar a China en el Medio Oriente. También le da a Estados Unidos influencia en el éxito de Vision 2030.
Ninguno de estos caminos es fácil de tomar. Requieren que tanto los líderes sauditas como los estadounidenses planifiquen de manera estratégica y no de acuerdo con las fechas de las elecciones y los precios del petróleo. También exigen que Biden comunique un mensaje claro: durante mucho tiempo, los líderes sauditas contaron con que los valores de Estados Unidos siempre quedarían en segundo lugar detrás de los intereses estadounidenses. Pero también deben darse cuenta de que tener un mínimo de valores compartidos construye relaciones más sólidas que el petróleo y las armas.
Yasmine Farouk es académica no residente en el programa del Medio Oriente en el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, donde se enfoca en Arabia Saudita y las relaciones exteriores regionales.