El telescopio espacial James Webb señala el futuro de la humanidad

Por Jorge Carrión | The Washington Post
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Foto: (NASA/ESA)

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, mostró el 11 de julio la primera imagen en color y alta definición del telescopio espacial James Webb. Una instantánea inolvidable que muestra miles de galaxias de todo tipo en el universo profundo. La postfotografía más nítida del universo temprano hasta la fecha ha sido el fruto de la combinación informática de imágenes tomadas con diferentes longitudes de onda durante 12 horas y media de exposición. Pese a que sepamos que es el resultado de la técnica y la ciencia más innovadoras, parece un milagro.

La rueda de prensa conjunta con las agencias espaciales de Europa y Canadá, en que se ha mostrado el trabajo fotográfico completo —nebulosas en alta resolución, un exoplaneta gigante, un grupo compacto de galaxias—, ha tenido lugar este 12 de julio, como estaba previsto; pero la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y la Casa Blanca decidieron avanzar unilateralmente el anuncio 24 horas y apropiarse de la noticia con la imagen doblemente estelar. No hace falta haber visto The West Wing para adivinar que, en el contexto de política interior de un golpe judicial en marcha, liderado por el ultraconservador Clarence Thomas, y con la amenaza de Rusia y China en política exterior, Biden decidió pasar a la historia en solitario y recordar que el país que preside ha aportado muchísimo más dinero que todos los demás juntos a la epopeya.

El telescopio James Webb debe su nombre a una persona clave del programa Apolo: el administrador de la NASA entre 1961 y 1968. Empezó a ser construido en 1996 y fue lanzado al espacio en 2021 desde una base ubicada en la Guayana Francesa. Durante un cuarto de siglo, 18 países europeos, Canadá y Estados Unidos trabajaron conjuntamente para convertir en realidad una idea que entonces parecía ciencia ficción: crear un observatorio espacial infrarrojo que fuera capaz de captar la luz más antigua existente, la que surgió de las primeras estrellas hace unos 13,700 millones de años, y posiblemente poco más de 100 millones de años después del Big Bang. Las primeras imágenes del James Webb nos acercan a ese momento. Después de tanto tiempo imaginando el universo más antiguo, parece que vamos a verlo con nuestros propios ojos.

Ese avance científico y tecnológico llega en un momento crítico de la historia contemporánea, marcado por la carencia de relatos fuertes de cooperación internacional sin intereses oscuros, geopolíticos y corporativos. Internet evoluciona hacia un mayor control por parte de las grandes plataformas tecnológicas y de los Estados de carácter totalitario. Las vacunas contra el COVID-19, aunque nacieron por el impulso de esfuerzos institucionales y académicos, fueron asimiladas por la lógica de las patentes empresariales de grandes laboratorios, como Pfizer y BioNTech. Pero la exploración espacial, por suerte, todavía nos brinda periódicamente ejemplos de que es posible un discurso alternativo al de los intereses nacionales o privados. Digamos: utópico.

La tercera temporada de la serie For All Mankind aborda precisamente esa cuestión. La ucronía acelerada sobre la carrera espacial, que abordó en sus dos temporadas anteriores la disputa entre Rusia y los Estados Unidos por las bases en la Luna, cuando llega a los años 1990 y visualiza nuestra llegada a Marte añade una empresa norteamericana, Helios, como seria competidora. La alusión a SpaceX y a Elon Musk es evidente. Pero en el capítulo quinto —atención, spoiler hasta el siguiente párrafo—, cuando parece que es irremediable que el primer amartizaje lo protagonice la nave corporativa, un giro imprevisto de la meteorología provoca que lo haga la de la NASA. En ella se encuentran los cosmonautas rusos que han rescatado y la imagen de la histórica llegada es la de una lamentable pelea por ser el primero en pisar el Planeta Rojo.

También en la otra serie de ficción que ha narrado ese viaje que probablemente ocurra en las próximas décadas, Away, la colaboración entre diversos países permite realizar la gesta, aunque —como ha ocurrido con Biden en la realidad—, haya peleas por la primera foto. En todos esos casos se trata de convenios y consorcios entre países del Norte, pero también existen ambiciosos proyectos astronómicos que han implicado a los del Sur. Tal vez el más inspirador, como nos recuerda Marta Peirano en Contra el futuro, sea el del Telescopio de Horizonte de Sucesos.

 “Los fragmentos que configuran el ojo múltiple”, escribe en su libro la ensayista española, “son ocho telescopios submilimétricos repartidos en los lugares más altos y más secos de la Tierra; ojos que coronan volcanes inactivos en México y Hawái, los picos del monte Graham en Arizona y de Sierra Nevada en España, los llanos del desierto de Atacama en Chile y la base Amundsen-Scott en el Polo Sur”. Así fue posible presentar al mundo la primera fotografía, en abril de 2019, de un agujero negro.

Un argumento recurrente para cancelar la financiación de los programas espaciales ha sido que ir a Marte o captar las imágenes de los orígenes del universo no soluciona los graves problemas de la Tierra. En estos momentos, sin embargo, son los proyectos de exploración espacial los que nos están recordando cuál es el único modo efectivo de enfrentarnos a los desafíos globales. Esa fotografía icónica del cúmulo de galaxias SMACS 0723, tal como era hace 4,600 millones de años, demuestra que innumerables formas, colores y naturalezas pueden ser capturadas en una única imagen gracias a la cooperación de decenas de instituciones y miles de seres de humanos de todo el mundo. Aunque parezca una imagen del pasado más remoto, es en verdad una postal que nos señala la mejor vía posible hacia el futuro.