El presidente recientemente elegido deberá lidiar a partir de ahora con militares y policías, un entorno complicado con grandes afinidades al expresidente Jair Bolsonaro.
Lula está enfrentado a dos grandes poderes de la seguridad del país. Los militares que en 1964 instalaron la Teoría de la Seguridad Nacional que alastró poco gentilmente entre los militares del Cono Sur. Los uniformados fueron protagonista de la política brasileña hasta que en 1985 entregado el poder a civiles en un proceso electoral. Juraron nunca más intervenir en política. La segunda poderosa institución, la Policía Federal, puede ser tan temida como las FFAA por su enorme influencia en un país donde la criminalidad y la violencia son el pan de cada día. La PM ha sido protagonista del combate contra el crimen organizado, aunque se la acusa por ser altamente receptiva a la corrupción, participa activamente de grandes investigaciones como brazo operativo del Ministerio Público
Ambos, militares y policías, como en Bolivia de 2019 adquirieron protagonismo en el Gobierno de Bolsonaro, un excapitán del Ejército que completó su mandato dejando una fuerte carga de sentimientos encontrados en sus relaciones con ambas fuerzas. Hoy, el exmandatario, es apuntado por la comunidad internacional como un despistado por haber dejado abiertas las heridas de una sociedad visiblemente fragmentada. Decimos como en Bolivia de 2019. Entonces, grupos a la cabeza de los comités cívicos lograron acuerdos con militares y policías para “deponer” al entonces presidente Evo Morales. El caso ha vuelto a cobrar interés público por la detención del gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, investigado precisamente por la sublevación que acabó con la huida de Morales de Bolivia.
El presidente boliviano Luis Arce traza una ruta crítica para quienes actuaron junto a los uniformados en noviembre de 2019, Lula en Brasil hablando en sentido literal, ha acusado a militares y a policías de “abrir las puertas” a los bolsonaristas extremistas que el domingo asaltaron las sedes de los tres poderes del Estado en Brasilia. “Mucha gente de las Fuerzas Armadas conspiró aquí dentro. Estoy convencido de que la puerta del Palacio del Planalto se abrió para que entraran porque no hay ninguna puerta rota. Es decir, alguien aquí les facilitó la entrada”.
Hasta ahora el mandatario no se había referido con semejante contundencia a la connivencia de los uniformados de ambas fuerzas en la invasión protagonizada por miles de los seguidores del anterior presidente. Lula ha explicado que está esperando a que “el polvo se asiente” para revisar todas las grabaciones de las cámaras de seguridad del palacio donde tiene su despacho, uno de los tres edificios ferozmente atacados por las hordas que no aceptan la victoria de Lula a partir de todo tipo de teorías de la conspiración.
Los indicios de connivencia y de omisión entre la Policía Militar descubiertos en las horas siguientes al asalto bastaron para apartar de sus puestos al gobernador del Distrito Federal y al secretario de Seguridad Pública, ambos aliados de Bolsonaro. Además, ordenó el encarcelamiento del jefe de la Policía Militar del DF.
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