Ganar se ha convertido en la señal de los tiempos en los que vive la humanidad, alentando el resultado de perversas ecuaciones matemáticas, de crisis en crisis que escuchamos desde que íbamos al kínder.
El dinero parece definir todas las cosas y con él, el deseo de poseerlo por las buenas o las malas. Esta semana ha estado dos veces entre pasos que iban a la Cámara de Senadores y volvían o se dirigían a la Cámara de Representantes, el presidente de la FED, Jerome Powell para explicar a los congresistas el alcance de la subida de las tasas de interés que encarecerá el crédito, achicará el consumo y, por consecuencia lógica, el dólar, para contener la inflación.
La medida amarga para los de menos recursos, ha servido para que la administradora de fondos más grande del mundo BlackRock especule, con el poder que tiene en papel, de que la suba de las tasas podría alcanzar hasta fin de año el 6%. “Un futuro incierto y aterrador para los inversionistas”, según se desprende de los análisis de los especialistas. BlackRock está metida hasta el cuello en la guerra de Ucrania del lado del comediante Zelenski que le ha vendido la mitad del país para saciar su voracidad agroindustrial.
Los bonos del tesoro se pagan en mínimos y, claro, al frenarse el consumo para detener la inflación y con el dinero más caro las materias primas que se producen en el Sur valen menos. Eso explica en parte la crisis del dólar a la que nos referimos en dos artículos anteriores a este sobre el impacto de la medida en la economía global. La idea es que dependamos todos de una élite insensible que especula y sigue buscando ganar y seguir ganando, el tal de moda win win.