El neofascismo recorre Europa (2024)

Por Slavoj Žižek (PS)
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Ahora que los partidos y los políticos tradicionales ya se preparan para acoger a la extrema derecha tras las elecciones al Parlamento Europeo de junio, el axioma de la democracia europea posterior a la Segunda Guerra Mundial ha sido abandonado silenciosamente. El lema de “no colaborar con los fascistas” está siendo reemplazado por una aceptación tácita de ellos.

¿Por qué debemos insistir en esta interpretación? Porque la mayoría de los medios de comunicación dominantes han tratado de restarle importancia. El mensaje que escuchamos una y otra vez es: “Claro, Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Alternative für Deutschland (AfD) a veces coquetean con motivos fascistas, pero no hay razón para entrar en pánico, porque siguen respetando las reglas e instituciones democráticas una vez en el poder”. Sin embargo, esta domesticación de la derecha radical debería preocuparnos a todos, porque indica una disposición de los partidos conservadores tradicionales a sumarse al nuevo movimiento. El axioma de la democracia europea posterior a la Segunda Guerra Mundial, “No colaborar con los fascistas”, ha sido abandonado silenciosamente.

El mensaje de estas elecciones es claro: en la mayoría de los países de la UE, la división política ya no se da entre la derecha moderada y la izquierda moderada, sino entre la derecha convencional, encarnada por el gran ganador, el Partido Popular Europeo PPE (integrado por demócratas cristianos, liberales conservadores y conservadores tradicionales) y la derecha neofascista representada por Le Pen, Meloni, AfD y otros.

La pregunta ahora es si el Partido Popular Europeo colaborará con los neofascistas. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha presentando el resultado como un triunfo del PPE contra ambos “extremos”, pero el nuevo parlamento no incluirá a ningún partido de izquierda cuyo extremismo sea remotamente comparable al de la extrema derecha. Una visión tan “equilibrada” por parte de la máxima funcionaria de la UE envía una señal ominosa.
Cuando hoy hablamos de fascismo, no deberíamos limitarnos al Occidente desarrollado. Una política similar ha estado en ascenso también en gran parte del Sur Global. En su estudio sobre el desarrollo de China, el historiador marxista italiano Domenico Losurdo (también conocido por su rehabilitación de Stalin) subraya la distinción entre poder económico y poder político. Al llevar adelante sus “reformas”, Deng Xiaoping sabía que los elementos del capitalismo son necesarios para liberar las fuerzas productivas de una sociedad, pero insistió en que el poder político debía permanecer firmemente en manos del Partido Comunista de China (como el autoproclamado representante de los trabajadores y los agricultores).
Este enfoque tiene profundas raíces históricas. Durante más de un siglo, China ha adoptado el “panasiatismo”, que surgió hacia fines del siglo XIX como reacción contra la dominación y explotación imperialistas occidentales. Como explica el historiador Viren Murthy , este proyecto siempre ha estado impulsado por un rechazo no al capitalismo occidental, sino al individualismo liberal y al imperialismo occidentales. Al recurrir a las tradiciones e instituciones premodernas, sostenían los panasiatistas, las sociedades asiáticas podrían organizar su propia modernización para lograr un dinamismo aún mayor que el de Occidente.

Mientras que el propio Hegel veía a Asia como un dominio de orden rígido que no permite el individualismo (subjetividad libre), los panasiáticos propusieron un nuevo marco conceptual hegeliano. Como la libertad que ofrece el individualismo occidental en última instancia niega el orden y conduce a la desintegración social, sostenían que la única manera de preservar la libertad es canalizarla hacia una nueva agencia colectiva.

Un ejemplo temprano de este modelo se puede encontrar en la militarización y la expansión colonialista de Japón antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero las lecciones históricas se olvidan pronto. En la búsqueda de soluciones a grandes problemas, muchos en Occidente podrían sentirse atraídos por el modelo asiático de subsumir los impulsos individualistas y el anhelo de significado en un proyecto colectivo.

El panasiatismo tendía a oscilar entre sus versiones socialista y fascista (sin que la línea divisoria entre ambas siempre fuera clara), lo que nos recuerda que el “antiimperialismo” no es tan inocente como parece. En la primera mitad del siglo XX, los fascistas japoneses y alemanes se presentaban regularmente como defensores del imperialismo estadounidense, británico y francés, y ahora encontramos políticos nacionalistas de extrema derecha que adoptan posiciones similares frente a la Unión Europea.

La misma tendencia se percibe en la China posterior a Deng, que el politólogo A. James Gregor clasifica como “una variante del fascismo contemporáneo”: una economía capitalista controlada y regulada por un Estado autoritario cuya legitimidad se enmarca en términos de tradición étnica y herencia nacional. Por eso el presidente chino, Xi Jinping, hace hincapié en la larga y continua historia de China, que se remonta a la antigüedad. Aprovechar los impulsos económicos en beneficio de proyectos nacionalistas es la definición misma del fascismo, y también se pueden encontrar dinámicas políticas similares en la India, Rusia, Turquía y otros países.

No es difícil entender por qué este modelo ha ganado fuerza. Mientras la Unión Soviética sufría una desintegración caótica, el PCCh perseguía la liberalización económica, pero aún así mantenía un control estricto. Por eso, los izquierdistas que simpatizan con China la elogian por mantener al capital subordinado, en contraste con los sistemas estadounidense y europeo, donde el capital reina supremo.

Pero el nuevo fascismo también se apoya en tendencias más recientes. Además de Le Pen, otro gran ganador de las elecciones europeas es Fidias Panayiotou, una personalidad chipriota de YouTube que anteriormente ganó atención por sus esfuerzos por abrazar a Elon Musk. Mientras esperaba a su objetivo fuera de la sede de Twitter, animó a sus seguidores a “spamear” a la madre de Musk con su solicitud. Finalmente, Musk conoció y abrazó a Panayiotou, quien luego anunció su candidatura al Parlamento Europeo. Con una plataforma antipartidista, ganó el 19,4% del voto popular y se aseguró un escaño.

En Francia, el Reino Unido, Eslovenia y otros países han surgido figuras similares que justifican sus candidaturas con el argumento “izquierdista” de que, como la política democrática se ha convertido en una broma, los payasos también pueden presentarse como candidatos. Es un juego peligroso. Si suficientes personas pierden la esperanza de una política emancipadora y aceptan la retirada a la bufonería, el espacio político para el neofascismo se amplía.

Para recuperar ese espacio se necesitan acciones serias y auténticas. A pesar de todos mis desacuerdos con el presidente francés, Emmanuel Macron, creo que hizo bien en responder a la victoria de la extrema derecha francesa disolviendo la Asamblea Nacional y convocando nuevas elecciones legislativas. Su anuncio tomó a casi todo el mundo por sorpresa y es ciertamente arriesgado, pero es un riesgo que vale la pena correr. Incluso si Le Pen gana y decide quién será el próximo primer ministro, Macron, como presidente, conservará la capacidad de movilizar una nueva mayoría contra el gobierno. Debemos luchar contra el nuevo fascismo con la mayor fuerza y ​​rapidez posibles.