
La rivalidad chino-estadounidense no solo afecta las aspiraciones de los países más pequeños, sino que también pone en peligro la paz y la estabilidad de las que han dependido para alcanzar el desarrollo y el crecimiento económico. Lidiar con la tumultuosa geopolítica actual requerirá nuevas estrategias basadas en la resiliencia y la adaptabilidad.
Kuala Lumpur– El mundo en el que vivimos está cambiando rápidamente. El orden internacional, definido desde hace tiempo por reglas y normas bien establecidas, enfrenta desafíos sin precedentes. Algunas de estas normas están obsoletas, son fácilmente abusadas por los poderosos y requieren una reforma integral. Pero otras sustentan el sistema de paz y prosperidad del que dependen muchos países. Debemos defender estas normas, fortalecerlas cuando sea necesario y garantizar su aplicación justa, sin excepciones.
Al mismo tiempo, debemos reconocer las complejidades del clima internacional actual. El auge de la política de la posverdad ha fomentado un entorno peligroso donde la desinformación a menudo se acepta como escritura sagrada, erosionando la confianza dentro de las sociedades y entre los países. A medida que las mentiras se propagan en las redes sociales, las consecuencias globales son profundas: la democracia se debilita, las divisiones dentro y entre los países se profundizan, y el tejido de la cooperación multilateral se desmorona, dificultando aún más la lucha contra los desafíos globales.
Entonces, debemos preguntarnos: ¿Puede realmente funcionar la democracia cuando gran parte del discurso político está impulsado por mentiras y cuando, en lugar de tranquilizar a los votantes, algunos líderes recurren a avivar el miedo y la división para obtener rédito político?
La profunda incertidumbre actual, moldeada por un orden global cambiante y el auge de “hechos alternativos”, se ve exacerbada por la escalada de rivalidades entre las grandes potencias. A medida que la competencia entre Estados Unidos y China perturba las economías, las tecnologías y las alianzas en todo el mundo, los países pequeños y medianos a menudo se ven obligados a elegir bando o arriesgarse a convertirse en peones de un juego geopolítico más amplio.
En ninguna parte esta tensión es más pronunciada que en Asia-Pacífico, la región de más rápido desarrollo del mundo. A medida que se intensifica la rivalidad chino-estadounidense, los objetivos de desarrollo de la región se ven cada vez más amenazados, junto con la paz y la estabilidad que han sustentado su progreso económico.
A medida que se configura un nuevo orden mundial, también debemos ser conscientes de los crecientes desafíos que enfrentan los países del Sur Global. Muchos de los mecanismos que antaño impulsaron su desarrollo se están debilitando, mientras que el concepto mismo de ayuda al desarrollo está siendo objeto de un intenso escrutinio por parte de algunos de los países más poderosos del mundo. La interdependencia económica, antaño piedra angular de la prosperidad mundial, se ha convertido ahora en una fuente de tensión.
Si esta tendencia continúa, la interconexión podría acabar convirtiéndose en una vulnerabilidad, incluso para países que han prosperado durante mucho tiempo bajo la globalización. Las guerras comerciales, los aranceles y las sanciones han pasado de ser herramientas económicas a ser armas en una lucha más amplia por el dominio, fomentando un clima de sospecha y desconfianza que está erosionando los cimientos de la cooperación internacional. Los países que durante mucho tiempo consideraron a otros como socios o competidores en un mercado global ahora solo ven adversarios o representantes en una contienda global por la influencia y el dominio.
El equilibrio cambiante del poder
Para países como Malasia y los demás miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), la erosión de la cooperación multilateral y la creciente desconfianza representan una peligrosa nueva normalidad. Pero esta situación no tiene nada de “normal”. Para afrontar estos tiempos de incertidumbre, debemos mantenernos firmes en nuestro propósito y actuar con convicción, buscando soluciones viables que salvaguarden la paz y creen las condiciones para la prosperidad compartida.
Para ello, debemos reconocer que el mundo ya no está determinado únicamente por unas pocas potencias dominantes. Economías emergentes como Corea del Sur, India, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Turquía, Brasil y Sudáfrica desempeñan ahora un papel fundamental en la configuración de las normas y estructuras globales.
Consideremos la ASEAN, que ahora presido. Con un mercado de casi 690 millones de personas, el bloque es la quinta economía más grande del mundo y la tercera de Asia. Como poderosa fuerza económica, tenemos la responsabilidad de garantizar que nuestras voces se escuchen en el escenario global, no como meros receptores pasivos de decisiones tomadas en otros países, sino como participantes activos en la configuración del orden internacional.
El Consejo de Cooperación del Golfo ofrece un modelo útil. Los Estados miembros del CCG están experimentando una extraordinaria transformación socioeconómica, marcada por la diversificación económica, el empoderamiento de las mujeres y los avances en las capacidades tecnológicas nacionales, en particular en defensa y otros sectores críticos. Al igual que las innovadoras campañas de alfabetización de principios del siglo XX, estos cambios están revitalizando las economías de la región, impulsando el progreso tanto legal como cultural.
En la ASEAN, no solo observamos estos cambios, sino que nos involucramos activamente en ellos. En mayo, Kuala Lumpur acogerá la cumbre conjunta ASEAN-CCG, cuyo objetivo es fortalecer los lazos entre estos dos dinámicos grupos regionales. Mientras tanto, las alianzas comerciales y económicas de la ASEAN con China e India siguen evolucionando y profundizándose, lo que refleja la creciente influencia global del bloque.
Construyendo resiliencia con la diplomacia inteligente
A pesar de los desafíos que enfrenta el Sur Global, Malasia se mantiene firme en su compromiso de proteger y promover sus intereses nacionales. Sabemos no solo lo que queremos, sino también quiénes somos y qué representamos. Esta claridad es esencial, especialmente dada nuestra posición estratégica en las cadenas de suministro globales y a lo largo de las principales rutas comerciales marítimas.
Malasia mantiene su compromiso de fomentar el crecimiento compartido, fortalecer la cooperación regional y mantenerse abierta al comercio, el desarrollo y el comercio. Seguiremos promoviendo un enfoque inclusivo y sostenible para la paz y la seguridad, tanto en nuestra región inmediata como más allá. Como presidente de la ASEAN este año, Malasia trabajará para revitalizar plataformas infrautilizadas como ASEAN+3 (China, Japón y Corea del Sur) y la Cumbre de Asia Oriental, el único foro regional para el diálogo estratégico y de seguridad donde las potencias rivales pueden reunirse en un entorno neutral y constructivo.
Malasia también mantendrá sus relaciones abiertas y pragmáticas con Estados Unidos y China, basadas en el respeto mutuo y los intereses compartidos. Si la rivalidad chino-estadounidense se convierte en un juego de suma cero, no habrá ganadores. Por lo tanto, mantener relaciones sólidas con ambas potencias no es solo una cuestión de pragmatismo económico. Es un imperativo estratégico para salvaguardar nuestros intereses nacionales y garantizar la prosperidad en un mundo cada vez más volátil. Al cultivar una relación equilibrada y constructiva con China y Estados Unidos, Malasia aspira a desarrollar una base económica diversificada, reducir la dependencia excesiva de cualquier país o bloque y consolidar su posición como una economía resiliente, abierta y competitiva.
Ante la profunda incertidumbre global, las potencias medianas como Malasia no pueden permitirse el lujo de simplemente aguantar. La claridad de propósito debe guiar nuestras acciones en pos de una mayor resiliencia y adaptabilidad. Si bien los desafíos que nos esperan son formidables, Malasia está decidida a mantenerse firme y resistir las presiones de las grandes potencias. Seguiremos colaborando con todos los países, grandes y pequeños, defendiendo el principio de no alineamiento mientras trazamos nuestro propio rumbo.
Malasia fortalecerá su posición como centro competitivo de comercio, finanzas y tecnología en medio de los cambios globales. Si bien el trabajo de Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson (ganadores del Premio Nobel de Economía), sobre instituciones y gobernanza destaca las desigualdades sistémicas, debemos evitar simplificar excesivamente las complejidades de la dinámica global del poder. Los desafíos que enfrentamos hoy provienen no solo de los colonizadores históricos, sino también de diversos actores globales, incluyendo corporaciones, individuos y entidades no estatales que a menudo muestran poco respeto por las leyes y las normas.
Para los países en desarrollo, la clave reside en reconocer la competencia incesante que enfrentan y aceptar la idea central de Acemoglu, Johnson y Robinson: los países prosperan cuando el Estado es responsable, inclusivo y se compromete a fomentar instituciones que se ganen la confianza pública. Solo con estas bases podemos cultivar la resiliencia necesaria para afrontar los intensos desafíos de la competencia internacional.
En 2023, Malasia introdujo el Marco Económico MADANI, con el doble objetivo de elevar el techo mediante un crecimiento económico sostenido y de elevar el piso, garantizando que la prosperidad sea compartida por todos. La inclusión genuina, donde la prosperidad no es un privilegio exclusivo, sino un derecho colectivo, es la forma más segura de resiliencia social. Este compromiso con la inclusión y la sostenibilidad es fundamental en nuestra agenda de desarrollo, lo que nos permite resistir las incesantes presiones de la competencia global y las exigencias, a veces inflexibles, de los países más poderosos del mundo.
Nuestros esfuerzos ya están dando frutos. En 2024, Malasia demostró un sólido desempeño económico, con un crecimiento del PIB superior al 5%, una inflación estable por debajo del 2% y cifras comerciales récord. La comunidad internacional ha tomado nota. Gracias a nuestras instituciones consolidadas y a un clima de inversión favorable, nuestro sector manufacturero y de servicios atrajeron casi 85 000 millones de dólares en inversión extranjera, tanto de Oriente como de Occidente, en 2024.
No podemos ser complacientes
En un mundo cada vez más volátil, la estabilidad depende de la adaptabilidad. En este sentido, el creciente compromiso de Malasia con la industria de semiconductores refleja su visión de futuro. Con el lanzamiento de nuestra Estrategia Nacional de Semiconductores, Malasia busca fortalecer su posición en la cadena de suministro global de semiconductores. Siendo ya el sexto mayor exportador mundial de semiconductores, estamos decididos a ascender en la cadena de valor, centrándonos en las actividades iniciales. En las próximas semanas, presentaremos nuestro segundo parque de diseño de chips, menos de un año después de la inauguración del primero.
Además, Malasia está a la vanguardia de la innovación en la ASEAN, impulsando los centros de datos y la IA, y explorando el potencial de las criptomonedas y los activos digitales. Pero lo hacemos con un profundo compromiso con la sostenibilidad. Malasia se ha fijado un objetivo claro: abandonar los combustibles fósiles y generar el 70 % de su energía a partir de energías renovables para 2050.
Flexibilidad estratégica en un panorama en evolución
Como país que depende del comercio internacional, Malasia reconoce que la incertidumbre y el proteccionismo hacen que sea más importante que nunca mantener la capacidad de adaptación y la ambición. Sin embargo, no perderemos de vista nuestro objetivo primordial: un crecimiento sostenible, inclusivo y equitativo. También estamos decididos a consolidar nuestra posición como nexo vital para el comercio, la inversión y la innovación tecnológica.1
Por estas razones, Malasia tomó la decisión estratégica de unirse al grupo BRICS, compuesto por las principales economías emergentes. Contrariamente a lo que afirman algunos expertos, nuestra decisión no implicó tomar partido en la rivalidad chino-estadounidense. Al contrario, refleja una comprensión clara del cambiante panorama geopolítico y geoeconómico en el que operamos.
Malasia no es la única que piensa así. Nuestros vecinos —Tailandia, Vietnam e Indonesia— han tomado decisiones similares, no porque quieran alinearse con ningún bloque en particular, sino para ampliar sus opciones estratégicas en estos tiempos convulsos. Nuestra búsqueda de la membresía en los BRICS impulsa el objetivo de reducir las disparidades de desarrollo entre el Sur Global y el Norte Global.
Al colaborar con bloques de poder rivales y crear una amplia gama de oportunidades económicas viables, las potencias intermedias como Malasia pueden allanar el camino hacia una paz y prosperidad duraderas para sus ciudadanos en el Sur Global. Para nosotros, esto sigue siendo un objetivo crucial y una prioridad urgente.
El autor es presidente de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN)