Las Pistas de Maldox (Guerra Fría, Drogas y Rock n´ Roll) | Quinta entrega

De la guerra del Vietnam a la “guerra contra las drogas”. La dirección nacional política de la UDP se reúne regularmente en la casa de los Williams. Entre combatir a los rojos o a los productores de coca.
La Paz, fue epicentro de la transformación generacional en la que de alguna forma todos estaban involucrados. Unos en el consumo de algún tipo drogas, otros participando en los movimientos políticos que combatía a las dictaduras militares a comienzos de los años 70.
A la lucha contra el comunismo inspirada en la doctrina de Seguridad Nacional, se sumó más tarde la guerra declarada contra las drogas. Pablo Escobar adquirió un poder enorme. Quiso detentar el control del narcotráfico y eso a la larga le costó la vida. Escobar fue un dinamizador para que la DEA interviniera en los países productores de coca. Una lucha desigual por el control y la expansión territorial donde crecían las plantaciones de coca, conocida como la “guerra contra las drogas”. Como la enmienda de la Ley Seca que provocó un auge considerable del crimen organizado, muchos analistas advirtieron el peligro que precipitó el reagrupamiento de los productores de la materia prima de cocaína, para resistir la estrategia. Las agencias norteamericanas con aval de los gobiernos locales en Bolivia, instalaron bases de control y comandaron el proceso de erradicación que inevitablemente provocó el surgimiento de reyes chiquitos en los sindicatos de la hoja de coca.
La asistencia norteamericana desplegó todo tipo de ayuda en las zonas productoras de coca para que los campesinos sembraran otros productos en sustitución a la coca. Se desembolsó una asistencia millonaria en las oficinas de Desarrollo Alternativo, una dependencia estatal promovida por agencias de financiamiento norteamericanas, compuesta en su integridad por burócratas bien pagados que se entendían en el mismo idioma que sus patrocinadores y, aunque lejos de cumplir el objetivo de “coca cero”, lograron, eso sí, que la resistencia contra la erradicación creciera organizadamente con cuadros bien formados de cultivadores de coca, conocidos como cocaleros.
Un campesino que trabaja indistintamente en las serranías colombianas o en el trópico boliviano cultivando coca, es enemigo natural de quien pretenda apropiarse de su territorio. Establece –por decirlo así- una particular relación de parentesco e identidad con los grupos locales. Esto permitió que los productores de coca conformaran poderosas organizaciones ramificadas con sistemas de protección social.
“La guerra contra las drogas” tuvo su apogeo en Bolivia en los años 2000 con cuarteles móviles instalados en las zonas productoras, pero a medida que los soldados arrancaban las plantas con machetes en ardua faena sobre un sol ardiente por encima de los 40°, los productores sembraban el producto en otras zonas a un ritmo sobrecogedor. Jamás se llegó a tener certeza ni exactitud de los datos que se proporcionaba en materia de erradicación.
Fue en la época el surgimiento de Evo Morales, el “jefe”, como se hacía llamar, de las seis federaciones de coca del Chapare. La palabra “jefe” se convirtió en un símbolo de identidad no sólo entre los cultivadores de coca, sino como señal de una supremacía étnica entre el campesinado en su conjunto y en las clases sociales de las zonas periféricas que se identificaban con Morales.
La persecución a Pablo Escobar, es el reflejo de ese malabarismo al estilo gringo que disfraza su dominio sin un conocimiento persuasivo del lugar donde interviene. Los carteles de la droga colombianos demostraron que su punto de inflexión en el corazón de Cali y Medellín extrapolaba las condiciones de pobreza de la gente que a la par se convertirían en un ejército de informantes infiltrados con el narcotráfico. En el caso boliviano, además de la identidad racial, la lucha de los productores de coca tuvo un curioso aliado en la misma embajada de los Estados Unidos, cuando se descubrió el principal encargado de conducir las relaciones diplomáticas de su país en Bolivia ofició como agente encubierto de Cuba durante más de 40 años. El diplomático reconoció ante un tribunal de Florida haber pasado información secreta al gobierno comunista cubano desde 1981 mientras trabajaba para el Departamento de Estado de EE.UU.
Tampoco debe resultar curiosa, la frenética relación de sujeción que mantenían los políticos con la embajada norteamericana. No era extraño que los principales políticos bolivianos, que a menudo se consideran profundamente conocedores de la realidad, interiorizados de los desenlaces de la izquierda, obedecieran fielmente las ordenes de la embajada en La Paz. Entre ellos mismos se decía que el que mejor relación mantiene con la embajada era quien más chances tenía de ocupar la presidencia. Ni que decir de las listas que el jefe de Estado debía enviar a con los nombres de sus más cercanos colaboradores para su consentimiento.
En este procedimiento de sumisión la desobediencia se solía pagar caro. Cuando asumió la presidencia Jaime Paz Zamora, en una rara alianza con el general Banzer con quien ideológicamente provenían de corrientes opuestas, no se acataron las reglas para el nombramiento como jefe antinarcóticos de un amigo del presidente. Dejando pasar el detalle, al finalizar su mandato -con una popularidad que bordeaba el 50%-, Paz Zamora fue denunciado por la DEA por recibir fondos del narcotráfico y obligado a retirarse de la política.
El peligro del comunismo obligó a la CIA y sus agencias a sobrevalorar la capacidad de sus enemigos; estaban concentrados en evitar la expansión del comunismo y por el control de la producción de cocaína, que permitió el dominio hegemónico como potencia militar y cultural, en el que la revista Life ocupó papel especialmente protagónico.
Las grandes consignas publicitarias de los 10 años previos habían conseguido su efecto. Así lo reflejaba Life. La elegancia en el vestir, el consumismo, la estética, el refinamiento siempre fue parte del juego de intereses; el buen vestir, la moda, los bordes finos impecables que difundía emancipación y solvencia. “Mrs. Averell Clark, la elegancia en las fiestas de la alta sociedad”, decían sus anuncios de camisas Clark desplegados en páginas enteras eran el símbolo del “sueño americano”. Todos querían participar de esta fiesta.
Los hombres del presidente
En Bolivia de los 80’ la democracia comenzaba a dar sus primeros pasos luego de un periodo de dictaduras militares como sucedió simultáneamente en varios países latinoamericanos. De pronto, la concentración de personajes se dio cita de un día a otro impostados en ocupar un espacio en el sistema que se abría. La señora Williams había adquirido protagonismo como una de las mujeres más carismáticas del círculo íntimo de Siles Zuazo, un viejo líder político de la revolución nacionalista del 52´que volvía a Bolivia para recuperar la democracia; formó la Unidad Democrática Popular (UDP), un frente amplio de partidos de izquierda.
El señor Williams, hombre de buen corazón con viejas amistades políticas afines a la revolución nacionalista del 52´, no dudo en acoger en su domicilio particular a dirigentes perseguidos en la época de la dictadura. Así fue que llegaban a veces disfrazados de cualquier cosa bajo las sombras de la noche. La familia de los Williams se puso un par de veces en riesgo al caer su vivienda intervenida por agentes de la DIN, en busca de algún político perseguido.
Este ambiente político por recuperar la democracia alentó esperanzas en la señora Williams que se convirtió en una activa militante del MNR-I (la fracción de Siles Zuazo), conformando con ingeniosidad un nucleó clave de apoyo a la UDP junto a mujeres mineras, trabajadoras de base, de las clases medias, obreras y campesinas. De 1979 a 1982 la casa de los Williams se convirtió en un punto medular de la resistencia. Las reuniones de la alta dirección política de la UDP, conformada por una nutrida cantidad de dirigentes de izquierda, se realizaban en el domicilio de los Williams todos los días.
La señora Williams congeniaba particularmente con los jóvenes del MIR, articulados en la doctrina de la justicia social que habían adquirido formación política en universidades europeas y retornaban muchos de ellos del exilio para participar en la construcción de un proyecto político socialista. Los miristas se pasaban particularmente desde muy temprano en casa de los Williams tomando cafés y compartiendo en algunos casos la mesa de la familia. De ellos habría que recordar a la alta dirigencia política de esa agrupación conformada por Jaime Paz Zamora, Antonio “Toño” Aranibar, Oscar Eid Franco, Guillermo “Memo” Capobianco, Juan del Granado y muchos otros.
La UDP fue un Gobierno corto cuya fragilidad entre muchas otras cosas consistió en un pésimo manejo económico y consentir en su entorno a un circulo permisivo que precipitó su caída. Después de ganar las elecciones y ocupar la presidencia en 1982, Siles Zuazo fue virtualmente secuestrado por un grupo palaciego que se apoderó de las áreas más rentables de algunas reparticiones públicas, mientras la nave se hundía. La UDP resultó una parodia de desengaños y Siles se vio forzado a recortar su mandato un año antes que concluyera su gestión, con una inflación galopante.
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