Concluye la cumbre Trump-Putin en Alaska sin acuerdo ni alto el fuego para Ucrania

El 15 de agosto de 2025 ha marcado un nuevo capítulo en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. En la Base Conjunta Elmendorf-Richardson, ubicada a las afueras de Anchorage, Alaska, tuvo lugar la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin. Ambos mandatarios se han reencontrado cara a cara en una cumbre cargada de simbolismo y diplomacia tensa centrada en el conflicto de Ucrania.
El regreso de Putin a suelo estadounidense puede considerarse en sí mismo un acontecimiento histórico. Han pasado casi dos décadas desde la última visita oficial de un presidente ruso a Estados Unidos: en 2007, Putin se reunió con George W. Bush en la residencia presidencial de Kennebunkport, Maine. Desde entonces, la relación bilateral ha ido empeorando de manera constante, marcada por la expansión de la OTAN, las guerras en Europa y Oriente Medio, y las acusaciones de injerencia rusa en procesos electorales.
La elección de Alaska como escenario no es casual. Se trata de un territorio cargado de simbolismo: comprado por Estados Unidos al Imperio ruso en 1867, constituye la frontera geográfica más cercana entre ambos países.
En Anchorage, ese trasfondo histórico fue aprovechado primero por Trump, quien escenificó un encuentro rodeado de espectáculo mediático con una alfombra roja, exhibiciones aéreas de cazas estadounidenses y un despliegue que buscaba reforzar la imagen de poder norteamericano. Y luego también por Putin, quien en la rueda de prensa habló durante varios minutos sobre el vínculo histórico de Rusia con Alaska.
Cumbre Trump-Putin: sin margen para acuerdo
Más allá de la puesta en escena, las negociaciones se desarrollaron en un formato reducido, con apenas seis interlocutores, y sin la participación de Ucrania ni de aliados europeos.
Durante casi tres horas de conversación, los dos mandatarios parecen haber abordado principalmente la guerra en Ucrania y la posibilidad de reactivar mecanismos de control de armamento como el tratado New START, cuya expiración en 2026 amenaza con abrir una etapa de carrera nuclear sin restricciones. Los detalles de las conversaciones, más allá de esta temática general, se desconocen por el momento.
El desenlace fue previsible: no se firmó ningún acuerdo ni se anunció un calendario concreto de negociaciones. Trump declaró ante la prensa que la reunión había sido “fantástica” y “muy productiva”, pero reconoció que “no hay trato, todavía” mientras que culpaba de la tensión a los “halcones (anti)rusos”.
Putin, por su parte, habló de que se había llegado a un “entendimiento”, sin ofrecer más detalles, y afirmó que la guerra de Ucrania no se habría producido si Trump hubiera sido el presidente en ese momento. También aprovechó para invitar a su homólogo a Moscú.
Mientras tanto, en Europa, las principales capitales han expresado su malestar por haber sido marginadas, temiendo que Trump busque negociar con Rusia a espaldas de sus socios. En Kiev, el presidente Volodímir Zelensky ha insistido en múltiples ocasiones durante los días previos que “ningún acuerdo sobre Ucrania puede alcanzarse sin Ucrania”, rechazando cualquier intento de Washington de imponer una solución.
Es pronto para saber si la cumbre de Alaska, como la de Helsinki siete años antes, quedará como un episodio más de teatralidad geopolítica sin consecuencias duraderas. Ambas parecen compartir, al menos en primera instancia, un rasgo común: el énfasis en la escenificación por encima de los compromisos reales.