Biden necesita cambiar su estrategia hacia América Latina

Por Benjamin N. Gedan | The New York Times
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Joe Biden, EEUU
Foto: Prensa Latina

La mayoría de los funcionarios latinoamericanos estaban entusiasmados de ver a Donald Trump fuera de la presidencia. La región rara vez es una prioridad para los mandatarios estadounidenses pero, fuera de su cruzada para derrocar a las dictaduras en Cuba y Venezuela, Trump fue excepcionalmente displicente.

Las expectativas eran altas para el presidente Joe Biden, un rostro familiar que supervisó el hemisferio occidental para la Casa Blanca de Barack Obama. Sin embargo, mientras el secretario de Estado, Antony Blinken, viajó a Ecuador y está en Colombia, encontrará que nuestros vecinos se sienten frustrados por una política exterior estadounidense que se considera de manera generalizada enfocada en la crisis y obsesionada con China.

Buena parte de los esfuerzos del nuevo gobierno están dirigidos a desincentivar la migración desde El Salvador, Guatemala y Honduras. Se presta poca atención más al sur, excepto por los sermones ocasionales sobre los riesgos de hacer negocios con China.

En el viaje a Sudamérica, Blinken tiene la oportunidad de cambiar esta situación. Promesas ambiciosas sobre comercio e inversión podrían restaurar el sitio de Estados Unidos y disminuir la dependencia de China.

Blinken comenzó en Quito. El presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, ha pedido un tratado de libre comercio. Deberíamos aceptar esa sugerencia y anunciar planes similares para Uruguay, cuyo líder, Luis Lacalle Pou, también está deseoso de estrechar lazos comerciales.

La visita a Ecuador también es una oportunidad para tomarse en serio las finanzas de infraestructura de Estados Unidos. La región está maltrecha: la pandemia llevó a 22 millones de personas a la pobreza, mientras que muchas empresas se fueron a la bancarrota . El producto interno bruto de América Latina se contrajo un 7 por ciento en 2020, el peor de cualquier región.

Para impulsar la recuperación, Blinken debería demostrar que el proyecto Build Back Better World o Reconstruir un Mundo Mejor —un competidor incipiente de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, respaldado por el Grupo de los 7 países más ricos— es suficientemente serio como para invertir en banda ancha y puentes, trenes, puertos y carreteras. Inversiones multimillonarias restablecerían la competitividad, reducirían la dependencia de los productos básicos al hacer que la fabricación sea más rentable y aumentarían la capacidad de aprovechar las oportunidades de nearshoring, o relocalización cercana, al crear una región más atractiva para las empresas que se trasladan desde China. América Latina ha gastado poco en infraestructura durante mucho tiempo, y la resaca de la deuda postpandemia hará que sea imposible financiar mejoras sin la ayuda de Estados Unidos.

El segundo destino del secretario es Colombia, donde Biden ha mantenido al presidente Iván Duque a distancia, aparentemente por frustración con su historial ambiguo en la ejecución del acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, un tratado firmado por su predecesor, el Premio Nobel de la Paz Juan Manuel Santos.

La Casa Blanca también está disgustada con la incapacidad de Duque para proteger a los líderes sociales: solo en este mes, seis líderes han muerto, lo que eleva el total del año a 137. Entre las víctimas se incluyen defensores del medioambiente y Colombia no ha ratificado el Acuerdo de Escazú, un nuevo tratado regional diseñado para proteger a esos activistas. Aun así, Colombia es un socio fundamental de Estados Unidos; su liderazgo probablemente merece algo a medio camino entre la indiferencia y un abrazo efusivo. En cualquier caso, el mandato de Duque está por terminar y Estados Unidos y Colombia comparten una variedad de intereses.

Para recalibrar, Blinken debería anunciar un apoyo considerablemente mayor para los millones de refugiados venezolanos en América del Sur, muchos de quienes han llegado a Colombia. Duque se ha ganado el reconocimiento internacional por sus políticas hacia los desplazados por la represión y las dificultades en Venezuela. Pero Estados Unidos no ha contribuido lo suficiente ni ha ayudado a conseguir el apoyo de otras naciones ricas.

Más allá de Bogotá, muchos países latinoamericanos necesitan ayuda con la migración: decenas de miles de haitianos están entrando a través de la selva del Tapón del Darién a Panamá y Costa Rica ha sido un refugio para los nicaragüenses que huyen de la dictadura. Estados Unidos debería diseñar una mejor coordinación, distribución de cargas e integración de los migrantes en las comunidades, escuelas e industrias de sus nuevos hogares.

Colombia también es el lugar adecuado para prometer financiamiento para transitar a la energía renovable. Líderes latinoamericanos como Duque, Alberto Fernández de Argentina y Sebastián Piñera de Chile, quienes han hecho compromisos ambiciosos para reducir las emisiones de carbono, no necesitan aplausos del gobierno de Biden sino inversiones de peso en energía renovable y almacenamiento de energía y proyectos de transmisión, incluso a través del Banco de Exportación e Importación, la Corporación Financiera de Desarrollo y los bancos multilaterales de desarrollo.

Argentina tiene el viento de La Patagonia, Chile, el desierto de Atacama bañado por el sol, y la industria del hidrógeno verde de Colombia ofrecen oportunidades prometedoras para la descarbonización y el crecimiento económico. Eso es especialmente importante para países como Colombia, que dependen en gran medida de las exportaciones de petróleo y carbón y dudan en reducir las industrias de energía sucia sin antes construir una economía verde que compensaría la pérdida de empleos y las ganancias por exportación.

Finalmente, Blinken debe entender que la pandemia no ha terminado. América Latina es la región del mundo más golpeada: alberga al 8,4 por ciento de la población global pero ha registrado el 20 por ciento de los casos totales de COVID-19 y 30 por ciento de las muertes a nivel mundial. Pese a ello, menos del 40 por ciento de los habitantes de América Latina y el Caribe han sido vacunados y en unos 20 países —la mayoría de ellos, los más cercanos a Estados Unidos— menos de un tercio de la población está completamente inmunizada.

El avión de Blinken debería estar repleto de vacunas. El presidente ha llamado a Estados Unidos un “arsenal de vacunas”, y América Latina ha recibido aproximadamente la mitad de todas las donaciones de vacunas estadounidenses, alrededor de 38 millones de dosis. Aún así, los expertos advierten que esas donaciones son demasiado lentas y muy pocas.

Igualmente importante, Blinken debería prometer un impulso para que la región tenga autosuficiencia en la lucha contra este y futuros virus. Las vacunas de ARNm desarrolladas en Estados Unidos son las más efectivas del mundo y varias naciones latinoamericanas, como Brasil, tienen lo necesario para fabricar esta tecnología que salva vidas. Compartir conocimientos también reduciría la presión inmensa que tiene Estados Unidos como la fábrica de vacunas del mundo.

Dadas las divisiones ideológicas en la región, emprender una estrategia estadounidense de mayor alcance para América Latina sería difícil. Los ladrones y los ineficientes que ocupan algunos palacios presidenciales son otro desafío que obliga a un constante equilibrio entre la colaboración y la censura. Pero aumentar el comercio y la inversión estadounidenses, mejorar la salud pública y estimular la producción de energía renovable ayudaría a resolver muchos de los problemas de la región que tarde o temprano aterrizarán en la puerta de Estados Unidos.

Afortunadamente, Biden reconoce que la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos dependen del éxito, o al menos de la estabilidad, de América Latina. Sin duda, el mandatario está diseñando compromisos ambiciosos para la Cumbre de las Américas que se celebrará el próximo verano y de la cual será anfitrión. Sin embargo, dados los desafíos monumentales de la región, no hay tiempo que perder para poner en práctica un enfoque estadounidense más generoso.

 

Benjamin N. Gedan. Es subdirector del Programa Latinoamericano del Wilson Center. Experto en América Latina y exdirector para Sudamérica en el Consejo de Seguridad Nacional.