El debate sobre la crisis mundial

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Acaba de presentarse el libro “La crisis mundial vista desde Bolivia”. Varios autores, desde distintos puntos de vista, se refieren a la situación de la economía y nos muestran sus componentes; inclusive, brevemente, los de carácter político. Este trabajo nos permite observar las similitudes y diferencias entre esta convulsión y los grandes colapsos económicos del pasado. Como se sabe, el capitalismo tiene un comportamiento cíclico: ésta no es la primera y seguramente no será la última de sus crisis económicas.

Comencemos con las similitudes que unen a las grandes recesiones: Primero, son eventos que estallan en el centro del sistema económico: eso que llamamos el “primer mundo”, es decir, allí donde la acumulación financiera y la dinámica productiva resultan más intensas.

Segundo, como señala el artículo de José Luis Carvajal y Sergio Villarroel en el citado libro, todas las crisis comienzan con una abundancia del crédito, la que puede deberse a diferentes causas: tránsito internacional de capitales, caída de las tasas de interés, o bancos provistos de mucho efectivo. “El dinero busca al dinero”, así que esta liquidez alimenta inversiones de cierta clase, muy rentables, que especulan con el incremento de los precios de activos tales como los valores bursátiles, como ocurrió antes de la Gran Depresión, o tales como las hipotecas inmobiliarias, que fue lo que pasó en 2008. Esta especulación prepara la crisis, igual que la levadura prepara la masa. Primero se forma una “burbuja”, es decir, un círculo vicioso en el que el aumento del precio atrae más compradores, lo que, a su vez, vuelve a elevar el precio. Carvajal y Villarroel muestran que esta “burbuja” tiende a estallar, porque las compras se realizan con dinero prestado, a menudo con la garantía del propio activo “inflado”. Entonces, cuando el precio de éste cae, las garantías ya no cubren los préstamos y el desbarajuste arrastra a los bancos.

Me explico: Después del pinchazo de una “burbuja”, los activos que formaron parte de ella casi no tienen valor y, en consecuencia, los bancos  cubiertos por los mismos se llenan de huecos contables, pierden credibilidad y, en algunos casos, quiebran. Este proceso comienza en algún sitio, claro está, pero la interconexión de la economía contemporánea le da prontamente dimensiones globales. A continuación, el dinero deja de fluir como hasta entonces, muchos inversionistas pierden dinero, otros desconfían, y entonces la inversión se lentifica, lo que destruye muchos negocios y posibilidades de negocio existentes, perdiendo miles o millones de empleos. En consecuencia, el consumo también se detiene y aparecen otros círculos viciosos: Una menor cantidad de compras disminuye las utilidades empresariales y obliga a las empresas a bajar los salarios, lo que hace que la gente compre menos. La disminución general de la demanda causa que los precios bajen, lo que afecta los beneficios y, por tanto, los salarios, y esto a su vez disminuye el consumo, empujando los precios todavía más abajo. La posibilidad de quedar desempleado o de recibir menos ingresos aumenta el ahorro, y esto contrae la demanda y desincentiva la inversión y la producción, con lo que la tendencia al desempleo y la caída de ingresos se hace mayor.

En suma, se desatan procesos entrópicos que los economistas denominan, de una sola pincelada, “recesión”. Son procesos del tipo “el huevo o la gallina”, y por eso ocasionan intrincados e irreconciliables debates teóricos. ¿Cuál es la causa y cuál el efecto? Podríamos detenernos largamente en ello, pero éste no es el sitio para hacerlo.

Pasemos ahora a las diferencias entre esta crisis y todas las anteriores. La más grande es que ésta ha consistido en un achicamiento de la demanda estadounidense y europea, de la que han salido bien librados los países proveedores de recursos naturales. Esto se debe, por supuesto, a China, que ahora es capaz de sostener con su demanda el mercado de los commodities. Ésta es la gran novedad de esta crisis mundial, la primera en la historia en la que los precios de las materias primas no han caído.

Y es que China vive un proceso que parece refutar a Marx y Keynes, y confirmar en cambio a Marshall, quien no veía el carácter intrínsecamente contradictorio de la acumulación industrial, como los otros dos economistas mencionados. En efecto, China no hace más que acumular, invertir, acumular y reinvertir desde hace 20 años, desafiando las previsiones marxistas y keynesianas, en sentido de que esta dinámica debe chocar necesariamente contra una crisis de sobre-producción o una de sub-demanda, respectivamente.

El comportamiento atípico de la China podría darle la razón a la economista Joan Robinson, para la cual el socialismo real no era la fase superior del capitalismo, sino un modelo alternativo a éste para lograr la acumulación que no se había obtenido por métodos más ortodoxos. El éxito de los comunistas chinos por encima de sus colegas europeos se debería, entonces, a su correcta comprensión del sistema como una vía despótica para activar la acumulación, despojándose de los prejuicios contra ella

En todo caso, los otros autores del libro, Fernando Candia, Rolando Jordán, Juan Antonio Morales y Fernando Campero, proporcionan abundante información sobre la relación entre la crisis y los países emergentes, y en particular, China.

En general, el libro retrata y analiza los  diferentes componentes de la situación económica actual, con particular hincapié en el auge de los países emergentes, que es la cuestión que, por razones obvias, más interesa a los bolivianos.